¡Claro que es responsable!
ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 3 de diciembre de 2010
Siendo un hecho natural, es imposible adjudicarle al Gobierno la responsabilidad por la fuerza con que las lluvias azotan al país por estos días. Los descomunales aguaceros que padecemos en nuestros inviernos tropicales sólo obedecen a fenómenos climatológicos. A eso nos hemos venido acostumbrando los venezolanos: tanto a la sequía, como a los diluvios; al Niño y a la Niña, y a los desastres que sobrevienen tras su paso. Sin embargo, estos asuntos de la naturaleza sí dejan al descubierto la vulnerabilidad de la infraestructura nacional, aquejada por el descuido y la negligencia de las autoridades. El problema no es una novedad. Ya en 1998, Venezuela presentaba un panorama penoso, producto de la desinversión a que nos condenó aquella prolongada crisis económica -ocasionada por la precariedad de los precios del petróleo-, cuyo efecto político fue precisamente el ascenso al poder del presidente Hugo Chávez.
Es imposible observar la tragedia que las lluvias nos provocan, sin resentir de la ineptitud con que la nomenclatura bolivariana ha administrado el grueso chorro de ingresos recibidos por Venezuela en el transcurso de estos años. Al observar la destrucción que los diluvios generan, no puede uno dejar de imaginar las obras que han debido construirse en este extenso período de vacas gordas. De nuevo, el país se ha dado el lujo de perder la que tal vez sea su última oportunidad de desarrollo, procurando una revolución de resultados deplorables en cualquier área desde donde se le observe. Los abundantes recursos públicos, que pudieron destinarse a la modernización de las instalaciones físicas de Venezuela -para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y atenuar los impactos depredadores de los fenómenos naturales- han sido orientados hacia iniciativas cuyo único propósito es la toma del poder político.
Los estragos causados por las lluvias en Venezuela -con su saldo en muertos, en damnificados, en vías de comunicación destruidas y en derrumbes que no distinguen clases sociales- nos recuerdan, amargamente, las cuestionables prioridades que han ocupado la atención del Gobierno revolucionario. Y, sobretodo, nos confrontan con la jerarquía que la nomenclatura bolivariana le ha dado a la ristra de problemas acumulados que incrementan nuestra vulnerabilidad frente a fenómenos naturales, cuyas secuelas resultan una vergüenza en un país bien dotado para destacar en el continente. Si bien no le se puede adjudicar a Chávez la responsabilidad de este invierno inclemente, nadie es más responsable que él del estado de la infraestructura del país. Nada justifica el peligro a que estamos sometidos en cada temporada de lluvia. Nada justifica que seamos tan frágiles, aun habiendo recibido, en poco tiempo, más de $ 900.000 millones en ingresos. Esos, por cierto, también cayeron del cielo.
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