Ramón Guillermo Aveledo
Nicolás Maduro fue apresuradamente proclamado por el CNE menos de veinticuatro horas después de cerradas las mesas de votación de su elección dudosa e impugnada, y juramentado por la Asamblea Nacional cuatro días después, el 19 de abril. Recientemente cumplió cien días en el poder en esa condición que el férreo control institucional le ha dado, aunque en realidad desde enero está a cargo del poder y a partir del deceso de su antecesor, en vez de Encargado de la Presidencia, fue nombrado inconstitucionalmente Presidente de la República, para formalizar su uso de todas las ventajas del poder en la campaña electoral en la que no se atrevía a competir en plano de igualdad con Henrique Capriles.
El poder no lo ejerce Maduro en el carácter que dice la Constituciòn, pues lo comparte en una especie de junta de gobierno, inicialmente con la denominada “dirección político militar de la revolución” y ahora, aparentemente, solo con el Presidente de la Asamblea Nacional, quien destaca por su arbitrariedad y su mal carácter, y el poderoso ministro-presidente de Pdvsa, cuyo manejo de los recursos económicos pone en sus manos una potente palanca.
Quien recién cumplió cien días en el poder, en realidad, es continuador de un gobierno ya casi quince años viejo. La retórica y las políticas son las mismas que venían, y lo que estamos viviendo no es más que el resultado de una gestión descabezada de las líneas que heredó y comparte, y de las cuales es plenamente responsable pues ha permanecido enchufado veinticuatro horas, siete días a la semana, todos los meses de estos años.
El país de Maduro no es mejor que el que él recibió, ni siquiera igual. En estos cien días han muerto asesinadas cuatro mil doscientas personas. El gobierno sólo menciona los fallecidos el 15 de abril, atribuyéndolos por cierto falsamente a la violencia política, pero ignora esa tragedia de familias de toda Venezuela. La respuesta oficial, la Misión Patria Segura, vigésimo no se cuánto plan de seguridad gubernamental, sólo ha servido para involucrar a efectivos de nuestra Guardia Nacional en dolorosos episodios delictivos.
No se genera empleo productivo para los jóvenes entre 18 y 24 años, el servicio eléctrico sigue cuesta abajo en su deterioro, no obstante anuncios y promesas, los problemas en el servicio de agua potable crecen y se acercan a una crisis de mayores proporciones, más del sesenta por ciento de la vialidad el país está en situación crítica, se miente descaradamente en materia de vivienda.
Aumentan la inflación y la escasez. Tenemos la inflación más alta de América y a nivel mundial, la vida solo es más cara en Bielorrusia, Sudán e Irán, todos hermanos revolucionarios y aliados estratégicos. Hay menos producción nacional y mucho más importaciones. En 1998 importábamos 1.700 millones de dólares en alimentos, para 2012 la cifra andaba por 8.500 millones de dólares. ¿Dónde estará ahora? En cada viaje de Maduro al exterior, esos que hace para que lo llamen presidente y tomarse fotos, anuncia nuevas importaciones de Brasil, Uruguay, Argentina.
El resultado es un país más endeudado. La deuda pública total supera los doscientos mil millones de dólares, era treinta y un mil en 1999. De esa deuda , pasan los 114 mil millones que debemos al extranjero.
Nada que hayamos visto antes se parece, ni de lejos, a este festival del desorden y la incompetencia, donde unos vivos –de aquí y de afuera- amasan fortunas descomunales con el dinero de los venezolanos.
Esa es la triste realidad que hay que cambiar. Y cambiaremos.
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