ARGELIA RÍOS |
EL UNIVERSAL
2 de agosto de 2013
No es solo un mal momento: si fuera apenas una mala racha, no estaría produciéndose esa hemorragia constante que, claramente, se visualiza en el registro histórico de los respaldos a favor de la revolución. Lo que está sucediendo es un continuo y severo daño estructural; una erosión incesante que está fracturando los pilares profundos del "proceso"... El pueblo -sujeto y objeto de este tiempo- ya no está ciegamente aferrado al experimento: el fanatismo está cediendo y, con ello, se ha venido apuntalando la necesidad de un cambio, además de un juicio crítico en torno a la situación actual del país, al futuro de Venezuela, a la administración del Gobierno, a sus nuevas autoridades y a las instituciones públicas. Si Chávez viviera, lo habría definido como un malestar "holístico"; una insuficiencia irreversible.
Aquella imagen idílica que la masa tuvo de la propuesta revolucionaria perdió fuerza: el país de hoy está abandonando sus opiniones complacientes y se está liberando de los chantajes afectivos... El legado de Chávez no es lo que parecía en los días de sus pompas fúnebres. Cada vez es más evidente que esa herencia es escasamente un catálogo de frases hechas que, en boca de otros, quedaron reducidas a una teatralidad hueca, abundante en supercherías y simulaciones. El vertiginoso incremento del costo de la vida y las penurias causadas por la escasez, han transformado la oferta ideológica del régimen en una morisqueta: una bufonada de mal gusto, que el país comienza a identificar como la palpable señal del colapso en desarrollo y como el hecho que aconseja una indispensable alternabilidad.
El venezolano de a pie va reconociendo la caducidad de un "proceso" en el cual ya no encuentra novedades inspiradoras y cuya vigencia es meramente inercial... Es verdad que, por ahora, el madurismo consiguió quedarse con la silla, pero también es cierto que su jefe no ha podido ni podrá levantar cabeza. Con niveles de desagrado que superan los del agrado que genera -y bien distante de los números azules de Capriles, el único que los ostenta en la Venezuela de hoy-, Maduro es también el rostro del deslave que, en cámara lenta, viene sufriendo el bloque oficialista, justo en la "luna de miel" poselectoral: una caída de 22 puntos de apoyo en cinco meses; casi los mismos que, sin excesos y totalmente silenciado, se ha sumado el campo opositor en el mismo tiempo.
Una nueva mayoría nacional se está abriendo paso. Es una verdadera épica; un parto que el régimen trata de "invisibilizar" con la ayuda de gente de aquí y de allá. Hay que afinar el ojo clínico: no vale equivocarse haciéndose eco de dudas sembradas por intereses turbios. La oposición cobrará cuando su fuerza haya llegado al punto óptimo.
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