Anibal Romero
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Las recientes elecciones municipales en Francia significaron una severa derrota para el gobernante Partido Socialista, y en particular para el presidente Hollande. Los socialistas perdieron 155 ciudades que antes controlaban, contemplando a la vez con estupor el sostenido aumento del apoyo al Frente Nacional, estigmatizado y odiado por los engreídos bienpensantes de la “izquierda caviar” parisina.
Lo más interesante del asunto no es que el electorado francés haya infligido a los socialistas un revés que bien merecían, luego de dos años de pésima gestión, sino que les hayan escogido en primer término a pesar de las propuestas demagógicas de la campaña de Hollande en 2012 y las funestas experiencias de un pasado cercano. Todo lo cual indica que hasta los pueblos más avanzados sucumben de vez en cuando a los cantos de sirena del socialismo.
El desempleo en Francia alcanza hoy a 10% de la población trabajadora y a 24% de los jóvenes. La sociedad entera se encuentra sumida en un estado de ánimo caracterizado por el desengaño y el pesimismo. La inversión extranjera ha descendido a menos de la mitad de lo que era para el momento en que el desangelado Hollande asumió la Presidencia. Ello no debería sorprender a nadie en vista de que los socialistas se han dedicado a aumentar impuestos, y a perturbar y hacerles la vida imposible a quienes pretendan crear riqueza en lugar de vivir del Estado y de un deficitario e insostenible gasto público.
La más absurda idea de Hollande, que eventualmente tuvo que dejar de lado, fue proponer una tasa impositiva de 75% sobre el sector más pudiente de la población, que desde luego incluye a numerosos empresarios e innovadores exitosos que producen riqueza y generan empleo. Uno se pregunta: ¿quién aguanta que el Estado le quite tres cuartas partes de sus ingresos legítimamente obtenidos? Yo no lo soportaría, a pesar de no hallarme ni de lejos entre el sector al cual medidas como las de Hollande se dirigen, también en otros sitios del mundo, y buscaría emigrar y poner distancia entre mi exiguo patrimonio y la depredación socialista. De hecho, eso es lo que ha estado ocurriendo en Francia estos dos años; decenas de miles de jóvenes emprendedores se han ido del país, con su excelente formación universitaria a cuestas, para respirar libremente en espacios menos asfixiantes y más promisorios en otros países.
Es lamentable que Francia, una gran nación, esté pasando por esto, y ello a pesar de que los dos años de Hollande son una especie de réplica de los tiempos iniciales del también socialista Mitterand, quien de igual forma comenzó su primer gobierno en 1981 ensayando las tradicionales recetas socialistas de intervencionismo estatal, hostigamiento a los sectores e individuos productivos, aumento exorbitante del gasto público, nacionalizaciones, expropiaciones, y el resto de desatinos característicos de la destructiva mentalidad socialista.
Al comprobar la rápida decadencia del gobierno de Hollande, es imposible eludir esta pregunta: Si una sociedad como la francesa, que posee élites muy bien formadas e intelectualmente sofisticadas, con amplia experiencia de gobierno republicano, así como uno de los electorados más cultivados del mundo, es capaz de cometer el error de llevar al socialismo al poder, ¿qué podemos esperar nosotros los venezolanos? ¿Qué otra cosa cabía aguardar de parte de los bárbaros que ahora destruyen el país, y que fueron llevados en su momento al poder con los votos de una extraviada y ya inexistente mayoría?
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