BEATRIZ DE MAJO
China es tema de observación constante por parte del mundo entero. Nos admira su crecimiento desbocado, el sitial que ocupan en la economía mundial, el tamaño de su sociedad, la gravitación en su entorno geográfico inmediato, el nivel de dependencia económica que ha generado entre sus socios comerciales, la penetración de sus inversiones en Occidente, su política militar, sus alianzas políticas, la presencia de sus inversiones en América Latina y en Asia, su corrupción, su desapego por las libertades , su militancia comunista que se da de la mano con su capitalismo de Estado y tanto más. Ahora, además, se suma a la presencia incisiva del gigante en el orden internacional su capacidad de propuesta de proyectos innovadores, todo lo que parece dejar, a cada paso, una huella más profunda en todo aquello que toca tanto a los países grande como a los emergentes.
Mucho hay de cierto en todo ello pero el país adolece, por igual, de flaquezas capaces de detener su determinante influencia global y que amenazan los liderazgos que exhibe.
El tamaño de su sociedad y de su geografía son, al mismo tiempo, grandes ventajas como colosales desventajas. Casi 1.400 millones de almas constituyen un poderosísimo capital si se orientan hacia el trabajo eficiente y hacia el consumo acelerado de una manera constructiva, pero pueden convertirse en una pesadísima carga y en un escollo inmanejable, si no se alcanza un alto nivel de productividad o si el avance económico comienza a retroceder o se estanca. La diversidad encontrada en su vastísima geografía puede ser una bendición económica si ella alcanza a ser explotada adecuadamente, pero las distancias que separan a los más lejanos de sus centros de desarrollo son un obstáculo determinante para la integración doméstica.
La China que hoy nos deslumbra se encuentra ubicada a menos de 200 kilómetros de la costa oriental y el resto del espacio aun alberga en su seno más de 800 millones de ciudadanos cuya calidad de vida no se ha modificado un ápice mientras el dragón se ha estado convirtiendo en la segunda - ¿o en la primera?- economía del planeta.
La velocidad de su crecimiento hasta el presente le ha provisto el fuelle necesario para fortalecerse, pero este se ha basado en el bajísimo costo de su mano de obra. Sentada sobre la base de la explotación inhumana de millones de trabajadores, China logró insertar a sus productos a escala planetaria con ventajas comparativas que al debilitarse - como es el caso hoy- han puesto a países como México a competir de tú a tú con el gigante en sus exportaciones a Estados Unidos, por solo dar un ejemplo .
Es decir que no es tan fiero el león como lo pintan.
Muchos y muy vitales elementos deben ser ajustados y corregidos. Recuperar la velocidad de su expansión como en Beijing se pretende, por la vía de la aceleración del consumo y las inversiones masivas en infraestructura ayudarán, sin duda. Pero mucho debe aún hacerse a nivel del mejoramiento de su capacidad de innovación, de la lucha anticorrupción, del respeto de la libertad de sus ciudadanos, de la reversión de la contaminación planetaria, del mejoramiento de la desigualdad por la vía de una masiva generación de puestos de trabajo.
El libro de tareas del coloso tiene muchos deberes inconclusos para aspirar ser seguir siendo el primero y para mantenerse en ese sitial. De no abordarlas, un pernicioso retroceso pudiera estar a la vuelta de la esquina.
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