domingo, 30 de noviembre de 2014

EXTREMOS   (Extracto)

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Leonardo Padrón

El episodio: una movilización llamada “La marcha del millón de máscaras” tenía previsto desembocar en el borde de la Plaza Altamira, el mismo lugar donde ese día ocurría la clausura del Festival de Lectura de Chacao. Las máscaras no llegaron al centenar pero igual activaron la inmediata respuesta de la GNB. Algo previsible dado el instinto represivo del régimen. La convocatoria, además de poco exitosa, desembocó en la clausura precipitada del festival y en el unánime malestar de editores, escritores, lectores y paseantes. Un clima de autogol inundó el aire. El rechazo apareció también en formato 2.0. Entonces, furiosos tuiteros de la resistencia extrema, apostados bajo seudónimos, intentaron una masacre cibernética contra gente que, en rigor, convive con ellos en el mismo lado de la decepción que es hoy este país.
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Trate usted de no cuestionar nada que haga la oposición radical. Será radicalmente vapuleado. Con la velocidad de un chasquido de 140 caracteres pasará a ser un traidor, un colaboracionista, un patriota cooperante y, en mi caso, un pusilánime escritor que solo acecha por los portentosos dividendos que le dará la venta de sus libros en una plaza. (Por cierto, no conozco un solo autor venezolano que viva exclusivamente de sus derechos de autor). Al parecer de este grupo, solo es válida la protesta de calle, máscara o capucha mediante. Si usted no tiene el rastro de un perdigón en su rostro, si no ha caído preso en la turbamulta que confunde a estudiantes con infiltrados y mercenarios, si se atreve a ir a una obra de teatro en vez de trancar su propia calle, será síntoma evidente de que es un conformista, una escoria camuflada, un oficialista encapillado que no le importa la falta de reactivos químicos ni la violación de los derechos humanos. 
No basta todo lo que haya escrito o declarado sobre los venezolanos asesinados, los estudiantes torturados, los presos políticos o la libertad de expresión. No importan las marchas acumuladas en sus zapatos. No cuentan los ataques recibidos en cadena nacional por el propio Nicolás Maduro, su gabinete ministerial, sus hackers y anclas televisivas. No bastan las amenazas de muerte. Su verbo solo servirá escrito en una pancarta, envuelto en una capucha y al ras de una bomba molotov. El resto es basura.  
¿Saben cuántos artículos de sus viernes le ha dedicado Laureano Márquez a la lucha por la democracia? ¿Saben de las multas millonarias que ha debido pagar? ¿Imaginan la faena diaria que durante 25 años ha librado César Miguel Rondón por sumar decencia a este país desde su cabina de radio? ¿Saben de los 18 juicios que le ha montado el gobierno a Ibéyise Pacheco? ¿Sospechan a lo que se ha expuesto el periodista Chuo Torrealba desde sus programas de radio o televisión? (Por cierto, ahora, como es el secretario general de la MUD ha perdido, para los radicales, toda credibilidad y consistencia.) Según parece, solo son dignos de encomio los “guerreros” de la Plaza Altamira. Son poco menos que Los Templarios. Los únicos que realmente han dado la talla en esta larga contienda contra el autoritarismo revolucionario. 
El calibre de los insultos que se puede recibir de estos héroes de la resistencia parece un calco del usado por la “Tropa” chavista para embestir a la oposición: atacan en masa, difaman, exhiben la misma procacidad, farfullan los mismos adjetivos.
¿Será que ya el país entero se ha demonizado en un solo discurso de violencia?
Los extremos se tocan la punta de los labios.   
            
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Uno de los mayores orgullos que ostenta el país democrático en estos tiempos turbios es el coraje demostrado por los jóvenes estudiantes. Han dejado el pellejo en la contienda. Sería inaceptable no valorar su arrojo. Pero, lo dicho, son tiempos turbios. Incluso en las entrañas de la lucha estudiantil hay serias confrontaciones. Disputas de fondo sobre la forma. Es un error empaquetar a todos bajo la misma insignia. Como me apuntó un joven y resonante líder: “El movimiento estudiantil es una figura que muchos usan para intereses particulares. Por eso en las actividades que hacemos ponemos los logos de los centros de estudiantes respectivos”. Vale la pena preguntarse si al menos una de las 40, 60, 80 personas que protestaron ese día ostentaba algún logo de la UCV, USB, Unimet o Ucab, por ejemplo. ¿Representaba ese grupo al movimiento estudiantil o quizás a un sector muy puntual con el cual los primeros –por cierto– han tenido no pocos desencuentros?

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 Escribió Sinar Alvarado: “Altamira, en Caracas, es el inofensivo patio de juegos de ciertos “guerreros” antichavistas. Que vayan a Fuerte Tiuna si son tan guapos”. Pero tales personajes arguyen que Altamira es un símbolo. Y así escamotean riesgos más “heroicos”. Aunque pareciera que Caracas está cansada del ritornello sobre el cemento de la pobre plaza. 
En todo caso, un festival de libros es una lúcida forma de hacer contrapeso a los que monta el gobierno, donde el 80% del material bibliográfico es ideología dura. Tan claro tiene el régimen el tema que ha producido abundante material impreso para diseminar el credo bolivariano y ciertas telarañas marxistas. Cada palabra de Chávez ha sido editada y regalada en millones de ejemplares para agudizar el adoctrinamiento.
En ese festival, vacuo para cierto sector, se expusieron libros de autores que intentan combatir la mediocridad imperante, asomar un poco de sintaxis, ciudadanía y contexto histórico a este desquiciado jeroglífico que hoy somos. 
Cuando un ciudadano desprecia el rol de los libros en la construcción de la sociedad se está colocando al margen de la civilización. Así de simple. 

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