Deconstruyendo a Pablo Iglesias
JEAN MANINAT
Pablo Iglesias, el novel secretario general del partido político español, Podemos, se ha convertido en una estrella mediática y política en muy poco tiempo. Tiene en su haber más de un millón de votos obtenidos en las últimas elecciones parlamentarias europeas, lo que le dio a su organización cinco diputados con derecho a ocupar sus respectivas curules en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas. Es, sin duda, un fenómeno de la comunicación y una curiosidad política, un producto exquisitamente destilado de los movimientos antiglobalización que emergieron en el 2001 y de los indignados que escarnecieron a España a partir del 2011.
Es un político de probeta, alguien autofecundado in vitro, que se ha llevado de la mano a sí mismo para posicionarse, meticulosamente, primero, en los medios de comunicación, dirigiendo programas y participando en las tertulias televisivas, tan apropiadas para dar rienda suelta al gusto español por la palabra desencadenada. Y luego, en la política, a través de la construcción de un personaje -él mismo- que ha ido encantando primero televidentes y luego votantes, a partir de cultivar un aura de inocencia redentora, de muchacho idealista y despreocupado que calza Converse y muestra desfachatado los boxers estampados sobre la cintura caída del bluyín. Un hijo de vecina a quien se le pilla, de cuando en vez, fumándose un pucho pacífico y dormilón en el zaguán, y, no obstante, siempre saluda respetuosamente con una amable sonrisa. Solo que una estela, un nanodestello, le cruza casi imperceptible el iris: anda a tomar por el.... burgués vendepatria, pareciera escapársele de la mirada entornada.
Todos los héroes contemporáneos, los adalides de los pobres y los valedores de los acaudalados, veganos y carnívoros, ateos y creyentes, caminan con su talón de Youtube al descampado. Ante una pregunta indispuesta que hurga en el pasado y la posterior respuesta: "Perdón... al señor no lo he visto nunca en mi vida", explota en las redes sociales, antes de que se haya terminado la frase, el video donde el cuestionado aparece abrazado con el presunto desconocido, copa en mano. Nuestro político alternativo ha sido una víctima excelsa de su desmesurada afición por las cámaras, de querer ser el primero de la clase a toda costa, levantar la mano aún antes de que la pregunta haya sido enunciada. Y su historia verbal ha quedado bien registrada.
Un paseo campestre por las redes sociales, recogiendo links, nos mostrará al secretario general de Podemos, amortiguando -cuando no descalificando a quien le pregunta- el contenido de sus innumerables declaraciones de fe radical y tratando de escurrirle el bulto a su responsabilidad ante lo dicho. Recurrentemente, lo veremos argumentar que lo que dicen que dijo, no lo había dicho. (Ciertamente, puede usted ser víctima de un montaje facturado por algún laboratorio de guerra sucia de la derecha universal. Pero el ejercicio siempre es limitado, nadie puede montarle su vida entera, en recuadros pirateados. En algún momento, las tripas, cansadas de tanta simulación, hablan). Su más implacable apuntador es el difunto presidente Chávez. Mientras más le mientan al comandante -así gustaba llamarle- más lo niega, un ateo remedo del pasaje de negación apostólica en el nuevo testamento.
El ciudadano y profesor, Pablo Iglesias, ahora político, parlamentario europeo, secretario general de un partido gobernado por una cúpula vertical -tal como propuso Lenin y aplicaron casi todos los partidos tradicionales del mundo-, representante de la casta alternativa, preso de urgentes deseos de gobernar España y cambiarla radicalmente, está en su pleno derecho de admirar a quien quiera admirar y prenderle las velas que crea conveniente, así sea a escondidas. El culto a sus deidades es cuestión de su fuero interior. Pero tarde o temprano, tendrá que rezar el padre nuestro chavista, en voz alta, a petición de sus mentores en el palacio de Miraflores, en Caracas, Venezuela. Créalo, como dicen los gringos... No hay almuerzo gratis.
@jeanmaninat
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