Elecciones legislativas en Estados Unidos
Anibal Romero
Las encuestas pronosticaban un importante triunfo republicano en las recientes elecciones al Senado, la Cámara de Representantes y diversas gobernaciones y cámaras legislativas en varios estados de la unión. Pero los pronósticos se quedaron cortos. La magnitud de la victoria del Partido Republicano fue mayor a la prevista y descolocó a unos cuantos comentaristas.
Han comenzado entonces las explicaciones que no son tales: que si los latinos, los afroamericanos, los más jóvenes y las mujeres solteras no salieron a votar; que si la amenaza del virus del ébola distrajo a la gente; que si el Estado Islámico; que si los republicanos son unos malvados; que si esto o lo otro. Meras excusas. Hay que asumir la sencilla realidad de que una mayoría del electorado estadounidense ya se cansó de Barack Obama; de sus promesas y quimeras, de sus escasos logros, de su inseguridad e incertidumbre al estilo del Hamlet de Shakespeare, de su incapacidad para buscar consensos, de sus discursos vacíos y de sus políticas demasiado heterodoxas y socialistas para eso que denominan “el norteamericano medio”.
Algunos analistas afirman que el problema de estos años ha sido la oposición republicana a Obama y sus planes. ¿Pero qué debe hacer la oposición sino oponerse a aquello con lo que está en desacuerdo? Este tipo de críticas me luce francamente superficial. Son desde luego numerosos los factores que explican una dinámica tan compleja como la que impulsa la política democrática en Estados Unidos, pero excusarse tras la frivolidad de acusar a la oposición por hacer su trabajo no es el camino adecuado para descifrarla.
No ceso de asombrarme con respecto a dos temas. En primer término, ¿qué es lo que se esperaba de Obama? ¿Por qué el estupor acerca del deterioro de su imagen y su administración? Su oferta electoral fue siempre demagógica y en ciertos casos irresponsable. Una ilustración patente fue la promesa de cerrar la prisión en Guantánamo. Lo ofreció a la ligera y la cosa ha resultado más complicada de lo que creía.
Era tal vez inevitable que el primer presidente de color suscitase expectativas excesivas. Existimos en medio del acoso de lo que Vargas Llosa ha llamado “la civilización del espectáculo”, y Obama cautivó a un mundo que vive esencialmente en las nebulosas, a pesar del abrumador material informativo que a diario consumimos. Allí está la gran paradoja que nos extravía. El espectáculo, en especial si puede asociársele a contenidos emocionales, nos encandila.
En segundo lugar, buen número de los análisis sobre el resultado de las recientes elecciones legislativas avanzan con base en la premisa, no siempre admitida con suficiente claridad o sinceridad, según la cual las victorias republicanas son algo así como una falla del orden cósmico, un accidente intergaláctico, una incomprensible desviación de los códigos celestiales y designios divinos. Se presume que la marcha indetenible de la historia, que desde luego favorece aquello que las mentalidades bienpensantes del tiempo que nos tocó señalan, es momentáneamente desviada de su curso inexorable cuando los republicanos reciben el apoyo de la mayoría. Pero ocurre que el electorado estadounidense, con reiterada frecuencia, rompe los moldes y desajusta las expectativas.
Ahora, algunos sostienen, le toca el turno a Hillary Clinton, otro ícono del izquierdismo blando que predomina en los medios de comunicación de Estados Unidos, Europa y América Latina. Se argumenta que la ya precandidata del Partido Demócrata se beneficiará políticamente de su condición de mujer. Quizás, quizás, ¿pero quién puede estar seguro de ello? Dicen que los pueblos no votan por el pasado sino por el futuro, y si algo caracteriza a Hillary Clinton es que lleva un sobrepeso de pasado sobre los hombros (no me refiero a su edad cronológica, por lo demás). En todo caso, ya veremos. Hillary Clinton, si es de hecho la candidata demócrata en 2016, no lo tendrá fácil.
Pienso que el mundo entero se beneficia del hecho de que el electorado estadounidense sigue apostando por una economía libre y una sociedad abierta, así como por la división de poderes y la limitación del poder del Ejecutivo mediante los contrapesos del Congreso y la Corte Suprema. A los norteamericanos no les agradan, en general, las antipáticas clasificaciones étnicas que los políticos, sobre todo miembros del Partido Demócrata, estimulan para manipular a los votantes, en especial a los afroamericanos, latinos y asiáticos. Esta propensión a polarizar es típica de Obama y creo que ha terminado por causarle severos daños políticos. Los demócratas han propiciado las divisiones y fragmentaciones étnicas y sociales para poner de su lado a determinados grupos, y al tomar ese rumbo han alienado gradualmente a los blancos, que también, por cierto, votan y no son pocos.
En las recientes elecciones legislativas los cálculos salieron mal a los que apuestan por esa línea estratégica. No es tan cierto que los demócratas tienen a los latinos en el bolsillo, o a los jóvenes, o a las mujeres. Estados Unidos es un país en permanente movimiento, una sociedad repleta de energías creadoras donde las verdades de hoy pasan rápidamente a convertirse en los errores de mañana.
En todo caso, creo que el electorado estadounidense ha dado una muestra de madurez. Otra más. La economía norteamericana está paulatinamente repuntando gracias a la fortaleza del sector privado, y confío que los republicanos en el Congreso tendrán la fuerza suficiente para moderar a Obama, pues su desencanto personal podría empujarle hacia decisiones imprudentes, populistas o solo pensadas a medias, por ejemplo, sobre los temas migratorios o con referencia al programa nuclear iraní. El equilibrio de poderes es el nombre del juego en la democracia estadounidense. Ello tiene sus dificultades, pero en lo fundamental es algo eminentemente positivo.
En tal sentido, alerto sobre los cada día más intensos rumores acerca de la disposición de Obama a otorgar una amnistía masiva a millones de inmigrantes ilegales, predominantemente provenientes de Latinoamérica, que ahora se encuentran en Estados Unidos. Ello a pesar de sus reiteradas declaraciones en contra de tal curso de acción, formuladas durante estos pasados seis años. De cambiar ahora su posición, con el único y verdadero propósito de ganar votos latinos para el Partido Demócrata en 2016, Obama estará violentando los límites constitucionales a su autoridad, y burlándose del reciente veredicto electoral de las legislativas. Las consecuencias de un paso semejante serán muy graves. No lo dudemos. El tema migratorio no debe ser enfrentado a través de imposiciones por parte del Ejecutivo, pero Obama ha demostrado reiteradamente que no sabe o no quiere negociar.
La tentación de dar el paso unilateralmente y decretar una amnistía masiva será casi irresistible para un Obama disminuido y un Partido Demócrata en dificultades. De hacerlo, pasando por encima de la mayoría en el Congreso, las consecuencias serán muy negativas para Estados Unidos y eventualmente para los propios demócratas, pues el electorado norteamericano en su decisiva mayoría se apega a las leyes. La polarización se acentuará y los dos últimos años de Obama en la Presidencia se envenenarán aún más, por las divisiones y rencores entre los dos grandes partidos del sistema político.
Si se me preguntase, finalmente: ¿cuál ha sido el principal problema, el obstáculo clave de Obama en su desempeño como presidente?, respondería que su temperamento más bien sombrío, escéptico y poco apto a asumir y reflejar el optimismo al que tradicionalmente aspira el pueblo norteamericano. Ese fue el secreto de Reagan: su optimismo a toda prueba.
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