EDITORIAL DE EL TIEMPO, BOGOTÁ
Nadie, ni siquiera los analistas más extremos, había previsto una descolgada en los precios del petróleo como la que se agudizó la semana pasada, después de que los países productores vinculados a la Opep optaron por no recortar sus volúmenes de exportación. Como consecuencia, las cotizaciones del crudo se desplomaron y tanto las variedades que predominan en el mercado –la Brent del norte de Europa y la WTI de Estados Unidos– se acercaron o traspasaron la barrera de los 70 dólares el barril. Ello significa un descenso de más del 38 por ciento frente a los niveles alcanzados a mediados de junio.
Los efectos de un cambio tan drástico en un periodo tan breve apenas comienzan a interpretarse. Por ser la principal fuente de energía del mundo, el valor del llamado oro negro tiene profundas implicaciones, que trascienden el ámbito de la economía y los negocios. Estas tienen que ver especialmente con la geopolítica, pues varios regímenes poco afectos a la democracia, los mismos que hasta hace poco habían disfrutado de una larga bonanza, se enfrentan a un futuro complejo.
Colombia, que deriva más de la mitad de sus ventas externas del renglón de hidrocarburos, tampoco está exenta del sacudón. Aunque el sector petrolero representa cerca del 5 por ciento de nuestro Producto Interno Bruto –una proporción que no es muy elevada–, influye mucho sobre la buena salud fiscal o la disponibilidad de divisas. El hecho de que el precio del dólar haya franqueado el viernes la barrera de los 2.200 pesos es una clara demostración de ello.
Pero antes de entrar en disquisiciones, vale la pena entender las causas de lo que está pasando. Para ponerlo en forma esquemática, hay un exceso de oferta, que ha alterado radicalmente el equilibrio de otros tiempos. Según la Agencia Internacional de Energía, el bombeo de crudo asciende a 94,2 millones de barriles diarios, mientras que la demanda es de 92,4 millones. Naciones como Irán no encuentran compradores suficientes, con lo cual se ven obligadas a almacenar sus excedentes en tanqueros en el Golfo Pérsico a un ritmo de 100.000 barriles diarios.
El principal responsable de los sobrantes no es otro que Estados Unidos, que ha adoptado sin timidez el uso de técnicas no convencionales para extraer hidrocarburos. La más conocida es la fracturación de lutitas, nombre genérico que reciben las rocas sedimentarias que se encuentran en el subsuelo, entre cuyos espacios quedan atrapados pequeños yacimientos de petróleo o gas natural. Cuando se aplica presión mediante la inyección de agua y químicos, se producen grietas del espesor de un cabello humano que permiten que el líquido salga a la superficie.
Sin entrar en el debate sobre los efectos ambientales de la práctica, lo cierto es que los estadounidenses pasaron en cuestión de años a tener gas en exceso –algo que ha deprimido los precios y el apetito por el carbón colombiano– y a incrementar su producción petrolera en 80 por ciento respecto al 2008, hasta 9 millones de barriles diarios.
Los pronósticos sostienen que el próximo año agregarán otro millón y que si el ritmo se mantiene podrían volverse exportadores netos antes de terminar la década. Semejante perspectiva constituye un cambio fundamental, pues el principal consumidor del planeta se volvería autosuficiente.
En otras épocas, los socios del cartel de la Opep, que contribuye con una tercera parte de lo que el mundo necesita, se habrían inclinado por recortar su cuota. El problema es que mantener los precios elevados incita a que haya más pozos perforados y a que el problema de la oferta se agrave.
Ese es el motivo por el cual Arabia Saudita convenció a sus socios de no hacer nada y dejar que las cotizaciones caigan. La lógica es que aquellas operaciones con costos elevados o poca capacidad de resistencia tendrán que cerrar la llave, hasta que el flujo se regule.
Hemos entrado, entonces, en una guerra de resistencia, en la cual abundarán los perdedores. Esa nueva realidad constituye un dolor de cabeza mayúsculo para aquellos países que se gastaron la plata de la lotería, entre los cuales se puede mencionar a Venezuela, Nigeria y Rusia. Para el gobierno de Nicolás Maduro, afectado por la escasez de bienes y la falta crónica de dólares, esta situación puede ser el puntillazo final.
¿Cuánto van a durar los precios bajos? Imposible saberlo. Los expertos sostienen que la cosa va para largo, porque el ajuste será gradual y puede llevar a cotizaciones aún más bajas que las actuales.
Por tal motivo, Colombia tiene que prepararse para lo peor. El plan de choque anunciado por el presidente Juan Manuel Santos el viernes pasado es bienvenido, pero posiblemente deberá ser complementado con decisiones adicionales, que necesitarán incluir tanto la debida austeridad como las medidas contracíclicas.
Tenemos cómo enfrentar los vientos en contra, pero para eso se requiere una buena dosis de realismo. De lo contrario, si creemos equivocadamente que esta es una crisis pasajera y no se dan las señales correctas en favor de la inversión, nos expondremos a un escenario tan oscuro como el del petróleo, que ahora nos juega una mala pasada.
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