ELSA CARDOZO
Entre las condiciones que pudieran ayudar a explicar giros en el rumbo político de países como Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia ya es común identificar el final del ciclo de alta demanda y precios internacionales de materias primas, las promesas de participación traicionadas y expectativas de prosperidad insostenibles y, no menos importante, el desgaste hasta la perversión de liderazgos hegemónicos. La escalada de la corrupción –en su más amplio espectro-– manifiesta y resume la conjunción de esas tres condiciones.
Cuba merece mención aparte, no por eximir a su régimen del escrutinio, como ha sido usual, sino por el pragmatismo extremo con que el habilidoso castrismo se ha movido ante el embate de las nuevas circunstancias. A quienes han sido crónicamente dependientes del subsidio, primero soviético y luego venezolano, les pesa decisivamente el derrumbe de su más reciente financista.
Ese derrumbe debe incluirse entre las condiciones que están propiciando cambios regionales, para bien.
Por una parte, si hace años que candidatos y partidos de por aquí y por allá descubrieron que su vinculación pública con el experimento venezolano les restaba apoyos, ahora las evidencias inocultables del fracaso social y económico de un régimen cada vez más autocrático e insensible a las necesidades fundamentales de la gente obligan a tomar mayor distancia. El tamaño del fracaso del régimen chavista es proporcional a las dimensiones fabulosas de los recursos dilapidados, las promesas incumplidas y las oportunidades destruidas. Van, sin duda, en aumento las presiones nacionales e internacionales para que los gobiernos transiten del preocuparse al ocuparse ante una crisis que desborda las fronteras, tanto por su visible dimensión humanitaria como por la de seguridad en el más amplio sentido: Venezuela es nodo en las redes del narcotráfico y muchos otros ilícitos, refugio para guerrilleros y caldo de cultivo de epidemias, en medio de graves síntomas de disolución del Estado.
Por otra parte, está lo que la angustia ante el deterioro acelerado no debe invisibilizar y, en cambio, debe cuidar como fortaleza a apreciar y cultivar. Ya son varios los países en los que se estudia la evolución de la oposición democrática venezolana y se invita a sus dirigentes para analizar las estrategias que –entre grandes escollos, magnificados por un régimen polarizador y descalificador del pluralismo– le permitieron concertarse y crecer, aun en procesos electorales tan faltos de integridad como los presidenciales de 2012 y 2013, y el legislativo de 2016.
Las decisiones a través de las cuales los poderes Ejecutivo, Judicial y Ciudadano han desconocido a la Asamblea Nacional desnudan lo arbitrario de quienes se niegan a honrar el pacto constitucional, respetar la voluntad de los electores y rendirles cuentas a quienes la representan. Pero ante ellas, no ha hecho más que reafirmarse el compromiso de los diputados democráticos con sus representados, tanto en la iniciativa legislativa como en las de investigación. Uno de los mejores ejemplos en los que se revelan, al país y hacia afuera, lo mejor de unos y los peor de otros son los trámites internacionales de ayuda sanitaria que se han hecho desde la oposición y la negativa del gobierno a darles cauce.La reiterada voluntad de una mayoría creciente de venezolanos por encontrar una salida que nos ahorre catástrofes mayores es también parte de las señales de cambio de estos tiempos.
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