Democracia sin demócratas
Héctor Abad Faciolince
La mayoría electoral egipcia le dio el poder a un candidato que no resultó ser un demócrata. Esta ha sido una de las desgracias de la Primavera Árabe: las mayorías que deponen a través de revueltas populares a los tradicionales poderes despóticos, tienen una ideología que es también despótica. Creen que por ser mayoría pueden aplastar a los demás.
¿Cómo alcanzar la democracia cuando la mayoría apoya un tipo de ideología no democrática? Si la constitución no da unas garantías muy claras a las minorías (garantías que no se pueden suspender por mayorías simples sino por un voto calificado casi unánime), no asistimos a la caída de una tiranía, sino al reemplazo de un tipo de despotismo por otro tipo de despotismo.
El gobierno que acaba de ser depuesto por un golpe de Estado en Egipto había sido elegido por una mayoría exigua (51%) y en una coalición de distintos partidos e intereses que prefirieron apoyar a un líder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, antes que al candidato de la continuidad del gobierno anterior. A pesar de su proveniencia de un grupo fundamentalista, Mursi se había comprometido a hacer un gobierno incluyente, que tuviera en cuenta a las minorías, y que no impusiera su punto de vista religioso a toda la sociedad. La democracia no significa, con un simple conteo electoral, que la mayoría decide. La mayoría accede, sí, al poder, pero tiene que respetar los derechos de las minorías, y reservar para ellas espacios de poder y sobre todo de autonomía. La democracia que no admite el disenso y la libertad de las minorías, no puede llamarse democracia.
Mursi impuso una constitución de tipo integrista en cuya elaboración la oposición ni siquiera quiso participar. En esto la oposición egipcia cometió el mismo error de la oposición venezolana: el error de la abstención. La oposición egipcia se retiró de la constituyente y dejó que los Hermanos Musulmanes redactaran una constitución hecha a la medida de sus creencias. Además de esto las reformas políticas y judiciales de Mursi apuntaron todas a imponer estos mismos puntos de vista de la Hermandad Musulmana. Si a esto se añade la crisis económica, el levantamiento popular se comprende bien y también la alegría de los protestantes ante el golpe de Estado.
Naturalmente un golpe de Estado militar, que usa la fuerza para cerrar periódicos, estaciones radiales y televisivas, y para apresar a miles de líderes del gobierno anterior, tampoco tiene nada de democrático. Muchas veces —y esto ocurrió en Colombia contra Laureano Gómez, o en Argentina cuando los militares depusieron a Perón— el golpe militar es celebrado por muchos ciudadanos como una liberación de un poder incluso más tiránico que el de los militares. Pero algo menos tiránico que lo anterior no pierde su cariz autoritario.
A la oleada que depuso a Mursi llega ahora la resaca de las protestas de la Hermandad Musulmana, que son de todas maneras un poder importante en Egipcio (alrededor del 30% de la población). Y es ahí donde ocurre el mayor número de muertos. El viejo concepto ilustrado de la tolerancia —del que muchos denigran hoy en día— es fundamental a la hora de construir una nueva democracia. Si la Hermandad Musulmana no tolera a los liberales, y si los liberales no toleran a los Hermanos Musulmanes, la violencia es inevitable. Y ante la violencia muchos invocan un poder fuerte que imponga la paz y la convivencia por encima de la democracia. Quizá haya países completamente incapaces de soportar las dificultades de la democracia. Inmaduros todavía para ella. La democracia debe soportar incluso a los extremistas; incluso a los que niegan los valores democráticos. ¿Hasta qué punto? Ese es un problema tal vez insoluble cuando quienes no creen en la democracia son más de la mitad.
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