martes, 2 de julio de 2013

ENTRE LA TRASCENDENCIA Y LA REVOLUCIÓN




Leandro Area

Afirmar que existe la eternidad o que todo se transforma es una fórmula insuficiente, banal, para iluminar el mundo de lo temporal en el que estamos inmersos en cada segundo que transcurre. Evasiones más bien. Tanto en los ámbitos de la acción humana como en los procesos de la naturaleza, aunque biología e historia tal vez ni se conozcan, la realidad es elusiva, inmediata, fugaz y única.

 Los mitos, los símbolos y las deidades han sido las únicas elaboraciones del pensamiento con pretensión de infinito, y por encima de los bamboleos de lo cotidiano quieren  establecerse, con fijeza y seguridad, ante el imperio inasible de lo vulgar, ¿mediocre, glorioso?, más allá de la misericordia que los ha creado, extrañándola. Ni siquiera la Teoría del Caos logra deshacerse de su efímera trascendencia. Un mundo regido por el desorden, sinónimo envenenado del término revolución, no logra atemorizar ni a los profetas más festivos del desastre. Lacónico y tal vez triste, pero más efectivo, es quien vende las mercaderías de la seguridad, del éxito, la longevidad, la vida plena, a cambio de largas cuotas de sumisión, letra menuda y precios cómodos.¿Qué más podemos hacer los que podemos?

                                                 

Pero el Big-Bang  mejor es que no se repita, y si no que lo digan las criaturas del pre-cámbrico, que ya son seres domesticados por el miedo al terror que sentimos  frente a la gran explosión; núcleo que desbarata y aniquila las posibilidades de futuro. Ese principio y ese fin, el de lo permanente, ese neutro perpetuo, propio de teorías políticas y religiosas, a veces enhebradas entre sí, se fue deshilachando a lo largo del tiempo como las catedrales góticas o las pirámides, no solo las de Egipto, con ciertas búsquedas, encuentros y desencuentros del conocimiento: la rueda por ejemplo, la tierra redonda, “pienso luego existo”, Darwin, Marx, pero sobre él Lenin con el flamígero aporte de la revolución y del partido proletario, la teoría de la relatividad, y otros detalles.

Ya desde entonces no fue así repetido que el hombre constituía, era, un títere de fuerzas exteriores sino que él era capaz, solo de soledad, pero a través de su voluntad y en lucha con sus fantasmas, entre ellos el de la razón, si no miremos a cierto Goya, crear el mundo. Sin dejar de ser homo sapiens devino en homo faber. Y no fue poco sino crucial este descubrimiento. La aparición de la libertad, esa pesadilla inconclusa, surgió maravillosamente de entre estas murallas de hueso y carne que somos. Llegar a la luna ha sido una simpleza al lado de aquél hecho: ¡Podemos hacer, decidir, escoger, equivocarnos, empezar de nuevo, pecar y redimirnos aunque al final muramos!

A todas estas, quedó algo en el tintero insatisfecho de lo obvio: el análisis del transcurrir; tema al que se le ha prestado poca atención a no ser por iniciados, o sensibles, o locos. Pienso, en principio, que el interés teórico por entender lo cotidiano, lo repetido, proviene, paradójicamente, del marxismo y de quienes desde la cárcel de allá adentro descubrieron, ¡qué osadía!, que además de la historia, con hache de herradura, con sus leyes, su implacable precisión y sus intrincados y asexuados logaritmos, se encontraba la vida que Freud sintetizó en los sueños.

Quisieron también hacer marchar a la humanidad toda, de manera desigual y combinada, pero a toda, a punta de leyes en la historia: del sistema esclavista al feudalismo  luego al capitalismo y, posteriormente, así se anunciaba con bombos y platillos, al socialismo, para, en definitiva, reposar, anclar, ¿fin de la historia?, en el puerto plácido del  comunismo en el que seríamos felices, es decir inhumanos. Algunos rebeldes se dieron cuenta de que existía la vida de todos los días, la cual también podía ser entendida desde su implacable precisión, que la tiene, pero nunca a contrapelo con lo que ocurría en el inevitable camino de la historia. La una, la minúscula, era reflejo de la otra, la glotona mayor.

Pero en el fondo el marxismo real, mucho en el más allá y poco del más acá, no ha estado interesado por esas trivialidades.¿Qué interés  puede tener el abominable y estorboso ser humano y sus detalles contaminados de “pequeño –minúsculo- burgués” para la construcción del “hombre nuevo” que, por otra parte, de tanto redimirlo, caducó?. Siempre ha preferido el encanto por lo violento disfrazado de glorioso, (la violencia como partera de la historia, el asalto, la ruptura, la guerra de guerrillas, infiltrar al enemigo, el ataque por sorpresa -no necesariamente por la espalda-, el golpe, la revolución en suma), que no es más que el síntoma externo de una alergia o desprecio por lo que ocurre y nos  rodea, un desgano y desencanto por el mundo tal y como es de miserable y de misericordioso, en donde “lo normal” no es el salto, sino, casi siempre, la transformación lenta, percibida de forma acelerada a veces, pero a fin de cuentas incrementalmente en ocurrencia de los seres que atraviesan largos y dificilísimos períodos de transición y adiestramiento para lograr la adaptación a los cambios externos y también internos, que no son más que una forma sublimada de conocimiento; descubrir, entender y cambiar hacia adentro.

Lo cierto es que entre estos dos polos de esa tensión, la trascendencia y la revolución, se han ido no sólo 2011 años (d. c.), sino muchos más de preocupación filosófica y política entre la avaricia por la inmortalidad y el desencanto por lo cotidiano De ello nos ha quedado una profunda decepción y frustración existencial. Hemos dejado de lado y al garete y por inexcusables razones, al menos dentro de las ciencias sociales en general pero en la ciencia política más todavía, el tratamiento del tema de la transformación, del tránsito, y de lo que más me interesa subrayar aquí, la transición como problema, centro y meollo de la política, cuyo objetivo ya no debe ser ni el Príncipe, ni el Estado, ni el Derecho, ni el Poder en frío y con mayúscula, sino el poder de todos y de cada uno en el sentido de fuerza constructiva a favor de los demás que son todos .

Tres detallitos. En el Diccionario de la Ciencia Política de Bobbio, N. y Matteucci, N, (Siglo XXV, ed. 1982), que consta de 1.751 páginas y en el que intervienen un número significativo de autores italianos, valga decirlo, no existe ni una entrada específica al tema de la transición política democrática. Vengo y me digo que ese diccionario es del año 1976 en su edición original en italiano, que ya tiene 35 años, y entonces voy y busco en Internet y encuentro que en Wikipedia, por ejemplo, me dicen que no hay información sobre este tópico. Cito: “Wikipedia no tiene una página con el nombre exacto de transición política”. Y sigue diciendo: “transición a la democracia puede significar varias etapas en la historia de países que terminan un régimen militar y empiezan un régimen democrático”. Entre las que existen se enumeran allí: la transición chilena, la española, la portuguesa; la transición al capitalismo, la demográfica y finalmente algo que se denomina “comunidad de transición”, que es según allí se dice, “un proyecto para afrontar el doble desafío del cambio climático y del pico de producción del petróleo”. Seguidamente busco en los artículos de fondo y no hay suficientes, la verdad sea dicha, en la proporción que pienso debería haberlos.

En las escuelas de ciencia política, pero también en las de sociología, economía, historia, derecho, filosofía, estudios internacionales y otras afines, deberían crearse áreas de estudio, especialistas y especializaciones, sobre este aspecto vital de la vida política y social no sólo en democracia, puesto que la transición no sólo refleja, y en exclusividad, el frágil puente que se atraviesa entre un régimen militar, autoritario y dictatorial, en todos sus bemoles, y la democracia, en todos sus sostenidos, puesto que puede haber también una transición a la inversa, en retroceso; de un régimen democrático a uno menos democrático o de una dictadura hacia el tribalismo o el fundamentalismo islámico, que es una de las opciones presentes en la realidad actual del mundo árabe.

Y no hay que olvidar jamás que la vida, y también la política lo es, requiere mucho más que de sangre o lágrimas sino además de sudor, persistencia y desvelo hasta para aquellos que no la practican o desprecian.

Leandro Area






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