Leandro Area
Afirmar que existe la eternidad o que todo se transforma es una fórmula insuficiente,
banal, para iluminar el mundo de lo temporal en el que estamos inmersos en cada
segundo que transcurre. Evasiones más bien. Tanto en los ámbitos de la acción
humana como en los procesos de la naturaleza, aunque biología e historia tal
vez ni se conozcan, la realidad es elusiva, inmediata, fugaz y única.
Los mitos, los símbolos y las
deidades han sido las únicas elaboraciones del pensamiento con pretensión de infinito,
y por encima de los bamboleos de lo cotidiano quieren establecerse, con fijeza y seguridad, ante el
imperio inasible de lo vulgar, ¿mediocre, glorioso?, más allá de la misericordia
que los ha creado, extrañándola. Ni siquiera la Teoría del Caos logra
deshacerse de su efímera trascendencia. Un mundo regido por el desorden,
sinónimo envenenado del término revolución, no logra atemorizar ni a los
profetas más festivos del desastre. Lacónico y tal vez triste, pero más efectivo,
es quien vende las mercaderías de la seguridad, del éxito, la longevidad, la
vida plena, a cambio de largas cuotas de sumisión, letra menuda y precios
cómodos.¿Qué más podemos hacer los que podemos?
Pero el Big-Bang mejor es que no se repita, y si no que lo
digan las criaturas del pre-cámbrico, que ya son seres domesticados por el
miedo al terror que sentimos frente a la
gran explosión; núcleo que desbarata y aniquila las posibilidades de futuro. Ese
principio y ese fin, el de lo permanente, ese neutro perpetuo, propio de
teorías políticas y religiosas, a veces enhebradas entre sí, se fue
deshilachando a lo largo del tiempo como las catedrales góticas o las
pirámides, no solo las de Egipto, con ciertas búsquedas, encuentros y
desencuentros del conocimiento: la rueda por ejemplo, la tierra redonda, “pienso
luego existo”, Darwin, Marx, pero sobre él Lenin con el flamígero aporte de la
revolución y del partido proletario, la teoría de la relatividad, y otros
detalles.
Ya desde entonces no fue así repetido que el hombre constituía, era, un
títere de fuerzas exteriores sino que él era capaz, solo de soledad, pero a
través de su voluntad y en lucha con sus fantasmas, entre ellos el de la razón,
si no miremos a cierto Goya, crear el mundo. Sin dejar de ser homo sapiens devino en homo faber. Y no fue poco sino crucial
este descubrimiento. La aparición de la libertad, esa pesadilla inconclusa,
surgió maravillosamente de entre estas murallas de hueso y carne que somos.
Llegar a la luna ha sido una simpleza al lado de aquél hecho: ¡Podemos hacer,
decidir, escoger, equivocarnos, empezar de nuevo, pecar y redimirnos aunque al
final muramos!
A todas estas, quedó algo en el tintero insatisfecho de lo obvio: el análisis
del transcurrir; tema al que se le ha prestado poca atención a no ser por
iniciados, o sensibles, o locos. Pienso, en principio, que el interés teórico
por entender lo cotidiano, lo repetido, proviene, paradójicamente, del marxismo
y de quienes desde la cárcel de allá adentro descubrieron, ¡qué osadía!, que
además de la historia, con hache de herradura, con sus leyes, su implacable
precisión y sus intrincados y asexuados logaritmos, se encontraba la vida que
Freud sintetizó en los sueños.
Quisieron también hacer marchar a la humanidad toda, de manera desigual
y combinada, pero a toda, a punta de leyes en la historia: del sistema
esclavista al feudalismo luego al
capitalismo y, posteriormente, así se anunciaba con bombos y platillos, al
socialismo, para, en definitiva, reposar, anclar, ¿fin de la historia?, en el
puerto plácido del comunismo en el que
seríamos felices, es decir inhumanos. Algunos rebeldes se dieron cuenta de que existía
la vida de todos los días, la cual también podía ser entendida desde su
implacable precisión, que la tiene, pero nunca a contrapelo con lo que ocurría
en el inevitable camino de la historia. La una, la minúscula, era reflejo de la
otra, la glotona mayor.
Pero en el fondo el marxismo real, mucho en el más allá y poco del más
acá, no ha estado interesado por esas trivialidades.¿Qué interés puede tener el abominable y estorboso ser
humano y sus detalles contaminados de “pequeño –minúsculo- burgués” para la
construcción del “hombre nuevo” que, por otra parte, de tanto redimirlo, caducó?.
Siempre ha preferido el encanto por lo violento disfrazado de glorioso, (la
violencia como partera de la historia, el asalto, la ruptura, la guerra de
guerrillas, infiltrar al enemigo, el ataque por sorpresa -no necesariamente por
la espalda-, el golpe, la revolución en suma), que no es más que el síntoma
externo de una alergia o desprecio por lo que ocurre y nos rodea, un desgano y desencanto por el mundo
tal y como es de miserable y de misericordioso, en donde “lo normal” no es el
salto, sino, casi siempre, la transformación lenta, percibida de forma
acelerada a veces, pero a fin de cuentas incrementalmente en ocurrencia de los
seres que atraviesan largos y dificilísimos períodos de transición y
adiestramiento para lograr la adaptación a los cambios externos y también internos,
que no son más que una forma sublimada de conocimiento; descubrir, entender y
cambiar hacia adentro.
Lo cierto es que entre estos dos polos de esa tensión, la trascendencia y
la revolución, se han ido no sólo 2011 años (d. c.), sino muchos más de preocupación
filosófica y política entre la avaricia por la inmortalidad y el desencanto por
lo cotidiano De ello nos ha quedado una profunda decepción y frustración
existencial. Hemos dejado de lado y al garete y por inexcusables razones, al
menos dentro de las ciencias sociales en general pero en la ciencia política
más todavía, el tratamiento del tema de la transformación, del tránsito, y de
lo que más me interesa subrayar aquí, la transición como problema, centro y meollo
de la política, cuyo objetivo ya no debe ser ni el Príncipe, ni el Estado, ni
el Derecho, ni el Poder en frío y con mayúscula, sino el poder de todos y de
cada uno en el sentido de fuerza constructiva a favor de los demás que son
todos .
Tres detallitos. En el Diccionario de la Ciencia Política de Bobbio, N.
y Matteucci, N, (Siglo XXV, ed. 1982), que consta de 1.751 páginas y en el que
intervienen un número significativo de autores italianos, valga decirlo, no
existe ni una entrada específica al tema de la transición política democrática.
Vengo y me digo que ese diccionario es del año 1976 en su edición original en
italiano, que ya tiene 35 años, y entonces voy y busco en Internet y encuentro
que en Wikipedia, por ejemplo, me dicen que no hay información sobre este
tópico. Cito: “Wikipedia no tiene una página con el nombre exacto de transición
política”. Y sigue diciendo: “transición a la democracia puede significar
varias etapas en la historia de países que terminan un régimen militar y
empiezan un régimen democrático”. Entre las que existen se enumeran allí: la
transición chilena, la española, la portuguesa; la transición al capitalismo,
la demográfica y finalmente algo que se denomina “comunidad de transición”, que
es según allí se dice, “un proyecto para afrontar el doble desafío del cambio
climático y del pico de producción del petróleo”. Seguidamente busco en los
artículos de fondo y no hay suficientes, la verdad sea dicha, en la proporción
que pienso debería haberlos.
En las escuelas de ciencia política, pero también en las de sociología,
economía, historia, derecho, filosofía, estudios internacionales y otras afines,
deberían crearse áreas de estudio, especialistas y especializaciones, sobre
este aspecto vital de la vida política y social no sólo en democracia, puesto
que la transición no sólo refleja, y en exclusividad, el frágil puente que se atraviesa
entre un régimen militar, autoritario y dictatorial, en todos sus bemoles, y la
democracia, en todos sus sostenidos, puesto que puede haber también una
transición a la inversa, en retroceso; de un régimen democrático a uno menos
democrático o de una dictadura hacia el tribalismo o el fundamentalismo
islámico, que es una de las opciones presentes en la realidad actual del mundo
árabe.
Y no hay que olvidar jamás que la vida, y también la política lo es, requiere
mucho más que de sangre o lágrimas sino además de sudor, persistencia y desvelo
hasta para aquellos que no la practican o desprecian.
Leandro Area
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