El peligroso vacío político brasileño y sus incógnitas
Juan Arias
El País
Brasil está viviendo uno de sus momentos políticos más críticos de los últimos 20 años. Existe el miedo a que se cree un vacío político que podría ser rellenado peligrosamente, como demuestran los últimos sondeos nacionales que confirman el desplome de la mandataria Dilma Rousseff, que no supera el 30% de los votos y la total desconfianza en los políticos tradicionales.
El 45% de los entrevistados asegura que no votaría hoy por la presidenta Rousseff , “de ninguna forma”, cuando hace sólo poco más de un mes su popularidad alcanzaba récords de un 80%. Más aún, casi el 50% afirma que no sabría hoy por quién votar, al mismo tiempo que ya un 20% asegura, por primera vez, que no votaría por “ninguno de los partidos”.
Ya no existen dudas. Brasil, después del terremoto llevado a cabo por la protesta callejera de junio, no es el mismo ni política, ni socialmente. Tiene el mayor rechazo de su historia democrática contra la clase política, con una aprobación de un 84% de la revuelta popular. La protesta número uno de los que salieron a la calle para exigir mejores condiciones de vida, es la corrupción política, que según la gente, sería la mayor culpable del grave déficit de los servicios públicos.
Frente a la crisis, todos los esfuerzos tanto de Rousseff -como el del Congreso para salir al encuentro de los manifestantes- parecen fallidos en las encuestas. No convencen. Y los pronósticos siguen siendo negativos para los políticos. Se anuncian ya nuevas protestas con motivo del Mundial de Fútbol bajo el eslogan de que los brasileños quieren servicios públicos “modelo FIFA" es decir, de lujo como los estadios de fútbol.
Y lo que más preocupa es que, Brasil, ante esa crisis repentina se encuentra sin un nombre político de recambio. Ya no tiene en el banquillo una reserva segura como lo era antes de la crisis, el expresidente Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT). La única política que sigue pisando los calcaños de Dilma en los sondeos y creciendo a cada encuesta (22%), es la ecologista Marina Silva, curiosamente aún sin un partido aprobado oficialmente. El que ha presentado es una especie de “antipartido”, que se hace llamar “red de sustentabilidad” y pretende actuar, de llegar al poder, fuera de la tradicional lógica de los partidos tradicionales. Cómo lo haría es difícil de explicar hasta para ella.
Lula, por su parte, mantiene, desde que comenzaron las manifestaciones, un significativo silencio y se encuentra últimamente en secreto con Rousseff, su pupila, a quién le estaría aconsejando ser “más política”. Se baraja hasta una divergencia con la presidenta por el modo de reaccionar a las protestas populares.
El PT sigue albergando la esperanza de que en el caso de que la caída cada vez más fuerte de la popularidad de Dilma se vaya confirmando, Lula pueda presentarse aún como candidato. Él, al revés, hace saber de todos los modos posibles que no lo hará. Sondeos realizados por los empresarios darían a Dilma un consenso sólo de un 20% y a Lula no más de un 40%. El exsindicalista es sin duda el político más sagaz de este país y hay quién asegura que la crisis levantada por las protestas, podrían haber dañado también fuertemente su imagen. Y él lo sabe.
A ello, se añaden los bulos o rumores de que su salud se ha vuelto a resentir, hasta el punto de que en su partido le están pidiendo que se ofrezca a un chequeo médico que devuelva a la opinión pública la certeza de su buen estado físico y para acabar con los rumores sobre su salud.
Lo curioso de ese vacío político que se va abriendo camino cada hora en Brasil, es que no presupone la petición de una moción de censura de Dilma, ni la petición de su renuncia voluntaria, ni se grita ya el “vuelve Lula”. Simplemente, la mayoría del país está desconcertado. Rechaza a la actual clase política, pero no expresa una alternativa clara. De ahí la preocupación de los actuales líderes políticos frente a las inciertas elecciones presidenciales del año próximo con un escenario inédito en el país.
Por si fuera poco, el arzobispo de Sao Paulo, cardenal Odilio Scherer acaba de afirmar abiertamente que el papa Francisco, la semana próxima, durante su encuentro con los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) dedicará un discurso a los jóvenes apoyando sus reivindicaciones frente a los políticos y su derecho a exigirles más ética, más justicia social y mejores condiciones de vida. Es decir, dará un espaldarazo abierto a las manifestaciones de protesta de junio pasado protagonizadas sobretodo por los jóvenes.
Los expertos políticos subrayan el peligro de que pueda crearse un vacío en el momento en que la sociedad sufre de un periodo de vacas flacas y de insatisfacción colectiva. Subrayan que es urgente que surja - pero desde dentro de la política para evitar fantasmas antidemocráticos - un nuevo “modelo de Brasil”, político y económico, ya que el de los últimos diez años, a pesar de haber tenido éxitos evidentes, se le ha quedado estrecho y aviejado a una sociedad a la que, de repente, se le ha despertado una urgencia nueva de renovación política y social.
Y puesto que el sistema democrático no es puesto en cuestión en el grito de la calle, sino más bien la “falta de representividad política”, o como ellos lo han llamado el “divorcio entre el poder y la gente”, la última palabra, si no quiere ser arrastrada por la corriente del río, tendrá que salir de la misma política.
Ni la doctrina medieval, pero actualísima, de la obra El príncipe, de Machiavello que defiende el poder a cualquier precio, ni la más moderna del Gattopardo de Lampedusa de “cambiarlo todo para que todo continúe lo mismo”, parecen ya servir para la nueva conciencia que está surgiendo en la sociedad brasileña. Sobretodo en la más joven e iluminada, pero que podría acabar contagiando a todo el resto.
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