Fernando Rodríguez
TalCual
Si algo ha perjudicado la presencia venezolana en el mundo de hoy es el delirio de grandeza de la sedicente revolución que padecemos, y que en su punto más alto llegó a postularse como la resurrección planetaria en el siglo XXI del socialismo duro, que se daba por muerto en el XX. No dejaba de ser curioso que semejante acontecimiento sucediera en un país periférico y por obra de unos sargentos poco ilustrados que ni siquiera, confesión de parte, habían leído a Marx. Los delirios son tema de la psiquiatría más que de la historia real. De manera que, como era de esperarse, y a pesar de la chequera que camina, la cosa no pasó de reunir un viejo lobo cansado en una isla olvidada y otros tres mosqueteros menores, muy deslucidos, que no podían pasar de la esquina.
Y en el fondo, no nos quedó sino cobijarnos a la vera de otros Señores, tan altivos y ávidos como todos los Señores: China, Rusia y hasta Brasil.
El sucesor filial del Comandante eterno ha heredado esa manía de grandeza. Venezuela, por ser descendiente de Libertadores y por autoproclamarse revolucionaria, tiene un rol protagónico en este mundo, así no tenga papel tualé y sí una diarrea inflacionaria. De aquí el último episodio del género de enanos jugando a ser gigantes.
El país parecía haber comprendido que si quería sacar del foso una economía destrozada por la locura ideológica, la incapacidad y la rapiña, debía, entre muchas cosas, regularizar sus relaciones con su mejor cliente, los detestados gringos. E hizo el esfuerzo, con derretida sonrisa de Jaua y demás. Bien, tan bien que hasta la oposición aplaudió. Inmediatamente sucedió el caso Snowden y a Maduro, tan pollino todavía, le dio por cantar como un gallo y le ofreció asilo al señalado enemigo del Imperio, sazonado además de expresiones poco gratas a los oídos nórdicos. En vez de hacer mutis, como chinos, cubanos, brasileños, ecuatorianos y hasta rusos, para sólo hablar de algunos amigotes.
Como los americanos también juegan la futura embajadora de EEUU en la ONU nombró recientemente a Venezuela entre los países despreciables de la tierra por su actitud represiva y violatoria de los derechos humanos. Maduro contestó pidiendo rectificación inmediata y lanzándole una sarta de improperios como aderezo. Pero lo que hubo fue un apoyo lapidario del Departamento de Estado a la embajadora. Y, de nuestra Cancillería ruptura definitiva de las promesas de futuras nupcias, en cuyos preparativos andábamos. Total, que de nuevo la torpeza mental y los deseos infantiles de ser potencia, como pide el Plan de la Patria, nos han puesto en un lugar donde no queríamos estar. Por la boca muere el pez.
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