ENTREVISTA A CARLOS RAUL HERNANDEZ
"Las demostraciones de calle no alcanzan para sacar gobiernos"
Roberto Giusti
El Universal, 4-8-2013
Si bien Carlos Raúl Hernández es lo que puede llamarse un científico social, no es menos cierto que sus pronunciamiento están determinados por sus posiciones políticas. Enemigo declarado de la asepsia que a veces esteriliza el pensamiento, no le teme a la confrontación, incluso con quienes podría tener una coincidencia en el rechazo al status quo. Sólo que no siempre sus juicios son lo que se ha dado por llamar "políticamente correctos" y siempre hay en ellos material inflamable.
-Luego del episodio del allanamiento a la inmunidad parlamentaria de Richard Mardo algunos dirigentes políticos han advertido sobre el fin de la democracia. Pero ya en anteriores ocasiones se dijo lo mismo. Así que uno se pregunta si no nos hemos dado cuenta de que eso ya ocurrió o si, por el contrario, se trata de una exageración.
-Aquí no existe democracia desde hace mucho tiempo. Eso se mide por grados y hay tablas para evaluar su gradación. Desde los dictaduras o regímenes cerrados, así llamados por Howard Wiardia, hasta los democráticos abiertos. Nosotros traspasamos, hace ya tiempo, la raya de la democracia y empezamos a vivir en un régimen semiautoritario o semidemocrático, situado fuera del orden constitucional y a punto de convertirse en dictadura. Pero no lo califico de tal porque el término está asociado a gobiernos como el de Pinochet o Videla. Y aunque ese no es nuestro caso sí estamos muy cerca de una dictadura abierta.
-¿No nos encontramos ante una dictadura cuando la posibilidad del cambio no se puede dar por elecciones? ¿Crees que hemos llegado a ese punto?
-Luego de la muerte del totalitarismo del siglo XX y el fin de los regímenes autoritarios, viene una etapa de transición que comienza en los años 70, con la caída de las dictaduras latinoamericanas y continúa en los 80. Luego se derrumba el comunismo y más tarde aparece la Primavera Árabe. Todo eso forma parte de un gran proceso hacia la democracia
-Te preguntaba si hemos llegado al punto de no poder cristalizar un cambio por la vía electoral.
-La caída de las dictaduras, en su mayoría, ha sido a través de métodos pacíficos. No es ese el caso de los países árabes, donde las satrapías cedieron como producto de golpes de estado o de intervenciones extranjeras. Pero en América Latina y en los países comunistas los gobiernos democráticos llegaron gracias a procesos pacíficos y democráticos. Las exigencias de los movimientos disidentes, ante los gobiernos autoritarios y totalitarios, no eran otras sino la celebración de procesos electorales. Y aquí, en Venezuela, hay procesos electorales. Así que no tiene justificación ética, ni política, la negativa a participar en un proceso electoral. Es un absoluto disparate.
-Si en Venezuela es posible un cambio por la vía electoral, ¿no quiere decir que, con sus taras, aún persisten mecanismos básicos de la democracia?
-Lo único de lo que disponen las fuerzas alternativas es el mecanismo democrático. Aquí se combate contra un Estado que dispone de todas las herramientas y coloca las instituciones al servicio de un partido: las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional, las policías. Si de algo adolecen las fuerzas democráticas es del poder de fuego. Además, si la oposición se define a sí misma como la encarnación de la democracia, su práctica y sus banderas deben estar en correspondencia con esa condición.
-¿Es que acaso no lo están?
-Entre los años 1999 y el 2006, cuando la oposición estaba dirigida por empresarios, algunos locutores y gerentes de medios, de comunicación se cometieron todo tipo de locuras y casi lograron su desaparición. La oposición renace con la participación electoral en el 2006 y desde entonces sostuvo un crecimiento, desde el 37% de aquel año, al 50% de ahora.
-Ahí parece haber un punto de inflexión porque una cosa es cometer todo tipo de desafueros antidemocráticos, sobre la base del apoyo popular mayoritario, que, de alguna manera, legitima al Gobierno y otras es persistir en esa actitud con un piso político tan débil como el que tiene actualmente.
-El Gobierno se está hundiendo en la opinión pública y es absolutamente incapaz de manejar la crisis económica. Necesitaría tener a su lado los veinte mejores economistas del país y una enorme voluntad política para buscar un acuerdo nacional sobre la base de reformas imprescindibles. Creo que las perspectivas son muy malas para Maduro porque no cree en esos objetivos, ni está preparado para encararlos. Por eso, con el aumento, día tras día, del desprestigio gubernamental y el crecimiento de la potencialidad electoral de la oposición, salirse de ese camino sería un acto de absoluta irracionalidad.
-Como contrapartida ya se están generando expectativas sobre unas elecciones municipales que, más allá de su alcance natural, podrían servir la mesa para la celebración de un referéndum revocatorio o una eventual Constituyente.
-En Venezuela, menos que en cualquiera otro país, jamás se debería escuchar la palabra "constituyente". Ya vimos las emociones que despertó en el 99 la Asamblea Nacional Constituyente. Muchos círculos democráticos cayeron seducidos por el gran trabajo de limpieza institucional que se tenía por delante. Y ya vemos lo que pasó. La Constituyente es un bodrio desde el punto de vista histórico y político. Es crear un régimen absoluto, en manos de unos asambleístas que, en última instancia, se convierten en los jefes de la fracción que dirige a la Constituyente. Todo sin que nadie tenga la garantía de que eso se va a hacer bien. Resulta una barbaridad concentrar el poder en una fórmula como esa.
-¿Quieres decir, entonces, que no hace falta reformar la Constitución?
-Si se piensa en una nueva Constitución debe aplicarse el método basado en el estado de derecho: elegir una asamblea que, sometida a las poderes establecidos, como ocurrió en Colombia, elabore una nueva Constitución. Todo lo contrario de esa cosa elaborada a instancias de una mente calenturienta. Un texto vergonzoso que debe despertar las peores opiniones en otros países. Por eso creo en la necesidad una Constitución moderna, bien escrita, que ponga al país en sintonía con la realidad, al margen de ideas jacobinas de cambios supuestamente revolucionarios.
-¿No crees que antes de pensar en una nueva Constitución está la tarea de lograr un cambio de Gobierno?
-Claro. En Venezuela tenemos la denominada estrategia democrática, pacífica, constitucional y electoral. Hay grandes posibilidades, por mucho que se hable de fraude, que lo pudo haber, pero que tampoco resultó perfecto porque, de lo contrario, la diferencia establecida por el CNE no habría sido mínima. El hecho concreto es que no han podido evitar el crecimiento explosivo (de 37% a 50%) de la alternativa democrática. Tenemos cerca unas elecciones municipales y después vendrían los revocatorios parlamentarios. En fin, este camino hay que transitarlo y no agotarlo a partir de nuestras proyecciones emocionales.
-¿Por qué insiste en ese tema, como si le respondieras a alguien que puede estar en disposición de intentar una vía distinta a la electoral?
-Porque hay intentos por desbaratar la Mesa unitaria ante la opción que ella representa y es la única posible. Se dice, con frecuencia, que debe ser sustituida por eso que llaman "la calle". Otro mito. Como si los partidos tuvieran que vivir en una permanente manifestación, sin percatarse de que, efectivamente, el país vive en la calle porque aquí hay 40 0 50 protestas diarias. Cuando, realmente, lo que pone en juego el poder son los procesos electorales.
-Pero. ¿no sirve la calle para integrar voluntades y dar demostraciones de fuerza?
-En los años 2002 y 2003 estuvimos en el récord Guiness en lo que a manifestaciones se refiere. Cuando el paro petrolero eran diarias y multitudinarias (a veces con millones de personas). ¿Y qué demostró esa primavera venezolana de principios de siglo? Que las manifestaciones no son suficientes para sacar a los gobiernos. Por supuesto que estoy de acuerdo con las marchas, pero no creo que se deba, de manera ingenua, depositar las esperanzas de un cambio en las demostraciones de calle.
-La única opción es electoral, pero apenas estamos saliendo de unos comicios presidenciales.
-Sabemos que el Gobierno tendrá tremendas dificultades para enfrentar los problemas del país. Y ya las tiene. Eso lo obligaría a un cambio de actitud y si no lo hace, puede llegar el momento en que a Maduro lo haga renunciar su propio partido. La experiencia, en casos de incompetencia, se ha presentado en la América Latina con situaciones de disolución del poder. Allí está el caso del presidente Arturo Ilia, en la Argentina, a quien sacó de la Casa Rosada una brigada policial. También en los años 80 los gobiernos militares más sólidos se derrumbaron, uno por uno, y fueron ellos quienes llamaron a los civiles, casi de rodillas, para que se encargaran de manejar aquellas terribles crisis.
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