GERARDO BLYDE
Junto con la palabra "crisis", acaso el vocablo más pronunciado, escrito y pensado por los venezolanos en los últimos años sea "cambio". Pero, ¿qué significa el cambio como aspiración de un pueblo? ¿Cómo se van dando signos que evidencian que un pueblo se va compactando en una aspiración de cambio que va creciendo? Economía colapsada, angustia, corrupción, desabastecimiento, distanciamiento de la clase política gobernante. Esas son las realidades diarias del ciudadano de a pie. Esas las razones que lo impulsan a aspirar un cambio.
Cuando la decepción y la desesperación se van transformando en inconformidad, se produce por consecuencia el reclamo por un cambio, porque ya no se soporta el estado de cosas. Esto es bueno, pero no puede ocurrir como un proceso sin liderazgo, podría derivar en un mayor caos.
Lo primero es preguntarnos si todo cambio es positivo. Algunos afirmarán que sí, que el cambio, incluso el desordenado, supone que la sociedad y sus individuos salen del sopor y emprenden nuevos caminos. Eso, a nuestro entender es cierto, pero peligroso. La historia nos revela que sociedades que sufrieron severas crisis buscaron el cambio en el lugar equivocado y acabaron hundiéndose aún más. Baste revisar la historia alemana con el nazismo. O la italiana con Mussolini.
¿Para peor?
Puede suceder un cambio que al inicio luzca positivo porque simplemente acabó con lo anterior. Pero, ¿qué ocurre si pasado el espejismo resulta que ese cambio fue para peor y, lejos de solucionar los problemas, crea nuevos y más graves conflictos? Hay por deber que preguntarse si un verdadero cambio que excluya a una parte de la población, es válido y conveniente. Hay que cuestionar mucho y con profundidad. Hacerse las preguntas correctas. Hay que asegurar que las propuestas de cambio supongan el progreso y el bienestar de una sociedad en su conjunto, integrando a todos.
En mis notas de la pasada semana en este mismo espacio, elaboré sobre lo que está ocurriendo en España con el advenimiento de lo que se ha dado en llamar una tercera fuerza, a saber el partido Podemos, que está sorprendiendo a muchos con una luz política que bien puede ser efecto de un espejismo.
Apenas el martes de esta semana, ocurrieron elecciones de intermedio en Estados Unidos. Todos los medios recogen el acto como de triunfo para el Partido Republicano y de derrota para el Partido Demócrata y el presidente Obama. Pero, ¿fue así realmente? Resulta que todas las encuestas previas, muchas de las cuales auguraban éxito a los republicanos, pusieron de bulto el desagrado de un trozo importantísimo de la ciudadanía con respecto a ambos partidos.
La pregunta no es si queremos cambiar. Lo verdaderamente importante es definir qué queremos cambiar, para qué lo queremos cambiar, cómo lo queremos cambiar y cómo preestablecemos el éxito del cambio. Si esas preguntas no son respondidas antes, el después es un riesgoso e incontrolable escenario.
Entre paréntesis
En Venezuela los últimos 16 años han sido de cambio. Pero ha sido un cambio plagado de predicados entre paréntesis. El gobierno ocupó al Estado y todas sus instituciones, y a pesar de la premisa expresada en "Ahora Venezuela es de todos", un paréntesis ilegible pero presente privó en el proceso: "Ahora Venezuela es de todos (los nuestros)". Así, no es de sorprendernos haber llegado adonde estamos, con un país fracturado, en el cual para ser "alguien" hay que tomar posición y sumarse a un bando.
Dicen que todos los problemas de Venezuela han sido suficientemente diagnosticados y que lo que urge es hallar soluciones. ¿Es así? ¿Tiene el país claro en qué se equivocó? ¿Sabe en realidad lo que busca? ¿Sabe lo que necesita? ¿Puede dibujar un futuro inmediato y a largo plazo? ¿Conoce los caminos o está extraviado en un carnaval de alaridos? ¿El país es un ente que vive o apenas sobrevive? Los políticos, ¿pensamos en las próximas elecciones y las próximas generaciones, o, sucumbimos en la vorágine de la próxima reunión, la próxima sesión, el próximo cierre de cuentas?
El país quiere cambio. Eso parece más que evidente. Lo que no luce nada claro es en qué consiste ese cambio. Ha sido más fácil hasta ahora ponerle etiquetas a los asuntos: derecha, izquierda, radical, comunista, capitalista, lumen, lucha de clases, revolución... Esas etiquetas no sirven para nada. Nada definen, nada aportan y sólo permiten que unos y otros nos refugiemos en trincheras absurdas.
Hay una tarea pendiente. No es un ejercicio académico imposible de traducir a lenguaje comprensible. Es, por el contrario, un ejercicio de pensamiento con los pies bien puestos en la tierra. Y con el lenguaje de la verdad, el progreso y la definición del destino que queremos.
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