sábado, 15 de noviembre de 2014





   Fernando Mires

Han puesto el grito en el cielo. En España, el recién formado Podemos apareció situado en el primer lugar de las encuestas sin que ninguno de sus dirigentes hubiera dicho o hecho algo significativo (el partido todavía no tiene programa). No han faltado quienes afirman que su fundador, el joven profesor Pablo Iglesias, es el Chávez español.
Quienes creen que Podemos es la versión española del chavismo ignoran que la principal característica del chavismo no es ese estofado ideológico llamado “socialismo del siglo XXl”, ni tampoco su innegable carácter popular. El chavismo –ese es el punto que lo distingue de otros movimientos populistas de América Latina- tuvo desde sus comienzos un origen militarista. No es el caso de Podemos.
Podemos tiene un origen académico, es decir, ideológico. Eso no lo hace más democrático. Pero por el momento emerge como una articulación formada entre elites académicas  y sectores sociales sin representación política.
Podemos es todavía un movimiento de protesta. Si será una aparición ocasional o llegó para quedarse, nadie lo puede saber. Pero ciertos indicios permiten afirmar que la segunda posibilidad hay que estimarla.
Desde una perspectiva histórica “larga”, Podemos cubre un espacio sin representación. Se trata de sectores que no han podido ser absorbidos por formas y modos de producción que requieren tecnologías ahorrativas de fuerza de trabajo. En ese sentido, así como los socialistas y comunistas de ayer son hijos de la sociedad industrial, Podemos podría ser un hijo de la sociedad digital.
Si analizamos el mismo fenómeno desde una perspectiva “corta”, es posible comprobar que Podemos –en cierto modo, expresión política del ex movimiento de los “indignados”– asume parte de la indignación en contra de la manifiesta y notoria corrupción de los dos principales partidos políticos, el PP y el PSOE.
Para una gran parte de la ciudadanía, los dos grandes partidos son percibidos como expresiones de una misma clase política. Podemos, para sus seguidores, sería entonces una promesa destinada a purificar a la política de la nación. La verdad, bajo determinadas condiciones, hasta podría lograrlo. Pero no porque Podemos sea democrático, sino porque todavía no lo es. Es decir, Podemos puede ser una amenaza que obligue a los partidos políticos a asumir la lucha política en la intensidad que ella demanda.
Podemos, como casi todos los partidos-protesta, puede llegar a ser parte de la estructura política española. ¿No fueron al fin integrados en Alemania los radicales ecologistas y después la Linke (partido heredero de la dictadura de la RDA) al orden institucional sin que este se resintiera en lo más mínimo?
No hay ninguna ley relativa a la imposibilidad de que nuevos partidos sean integrados en los sistemas políticos. El problema, claro, es la magnitud del lugar que ocuparán. Algo imposible saber de antemano. Pues ese lugar deberá ser resultado de la lucha política. Y eso es precisamente lo que trae consigo Podemos: la posibilidad de incentivar esa lucha  –aunque sea en su contra- en un país donde la política languidece. 
La integración de Podemos es riesgosa. Pero sin riesgos no hay política. Es en cierto modo el mismo riesgo que enfrenta Francia ante el ascenso –hasta ahora, imparable- del Frente Nacional de Marine Le Pen. 
Ambos, FN y Podemos, son partidos equivalentes al periodo post-industrial. Ambos articulan la alianza entre elites intelectuales con nuevas masas emergentes. Ambos surgen como protesta en contra de un orden político plagado de aburrimiento y carcomido por corrupciones.
Las diferencias entre Podemos y FN son más bien de tipo cultural que política.
FN es un partido con dos alas. Intenta atraer a los conservadores extremos y al mismo tiempo a sectores plebeyos. En gran parte Marine Le Pen lo ha conseguido. Como diría Hannah Arendt, Marine representa una alianza entre las elites y el populacho (Mob). Sobre esa base orienta su no oscuro deseo de obtener el gobierno. ¿Lo conseguirá? Nadie duda de que está muy cerca.
Por de pronto, Marine ha convertido a esa tropa de nazis que heredó de su padre, en un partido político moderno. Fascista, dirán muchos. De acuerdo, pero se trata de un fascismo adaptado a las condiciones del siglo XXl. Así, Marine se ha rodeado de ultra-conservadores, pero también de osados populistas.
Marine Le Pen intenta restringir el aborto y los ultramontanos cristianos la aplauden. Intenta detener la ola migratoria, limitar la práctica de la religión musulmana, desatar una lucha de clases en contra de los trabajadores extranjeros, y el populacho xenófobo la aplaude. Intenta reemplazar el euro por el franco, abandonar la OTAN y la UE, y los nacionalistas y ex izquierdistas, la aplauden. ¿Qué tiene que ver eso con el Podemos español?
No en todos los puntos, pero sí en algunos políticamente vitales, las visiones de ambos partidos se cruzan. Por de pronto, los dos cultivan un anti-norteamericanismo radical. Bajo la forma de antiimperialismo, Podemos. Bajo la forma de ultra-nacionalismo, FN. Los dos proponen desertar de la OTAN y de la UE. Los dos se declaran enemigos de la Alemania de Ángela Merkel (con argumentos patrioteros, FN, y “anticapitalistas”, Podemos) Y no por último, ambos apoyan a la Rusia de Putin.
Marine no oculta su admiración por el líder ruso. Si ella alcanza el gobierno, la alianza entre putinismo y lepenismo será realidad. La visión anti-alemana, anti-norteamericana, anti- UE y anti- OTAN de Podemos, también coincide con la estrategia geopolítica del Kremlin.
Tanto Podemos como FN traen peligros, si no para la política, por lo menos para la democracia. ¿Ha llegado la hora en la cual los demócratas deberán abandonar las butacas, salir a las calles y buscar alianzas defensivas entre sí? Evidentemente, ha llegado.
Las democracias no han entrado todavía a la fase post-política, ni en Europa ni en ninguna parte. Para que esa utopía se cumpla falta aún mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario