CARLOS RAUL HERNANDEZ
La tortura contra Leopoldo López, Daniel Ceballos, Inés González Arraga (@Inesitaterrible) y otros presos se hace pública y es difícil aguantar las arcadas que produce. Los chinos son famosos por todo tipo suplicios entre otros los que no dejan huella física, pero producen sufrimientos insoportables que en muchos casos hacían perder la razón a las víctimas. Tal vez por casualidad una de esas torturas, como relatan las víctimas de la secta Falun Gong, es el hoyo irrigado, inundar los calabozos con excrementos. Otra la llaman águila cansada, impedirles el sueño. El esbirro venezolano tiene nombre y apellido y toda Venezuela debería saber quien es, para conocer uno de los representantes más despreciables de la especie humana y ponerle su nombre a una calle, tal como en el parque El Retiro, Madrid, hay un monumento al Diablo. Según estudios, quien martiriza conscientemente es cobarde, avergonzado de su propia cobardía, un alma descompuesta y débil que admira y odia a su víctima.
Y frente a ellos se levanta la figura de metal refulgente de quienes enfrentaron la tortura, y cuya sola existencia es la peor ofensa para el torturador. En una secuencia memorable de la literatura del siglo XX, -y del Socialismo del Siglo XX-, André Malraux narra la historia de Katow, un agente de la Internacional destacado en Shanghai para la organización del Partido Comunista en 1927, días de la histórica sublevación de la ciudad. Derrotado el intento, detienen a Katow junto a muchos otros y lo arrastran a un viaje sin retorno en la infernal locomotora donde arrojaban vivos los insurrectos a la caldera. Katow se conmueve por el pánico de un joven camarada en la antesala de suplicio tan atroz y le cede el único bien valioso en ese momento terminal: la pastilla de cianuro, pasaporte a una muerte rápida. Prefiere inmolarse en el fuego, pues se siente responsable como jefe del movimiento.
Nunca sucumbir a la tristeza
Hombres excepcionales se yerguen desde la soledad del calabozo o la sala de torturas, para enfrentar el horror de la bestia del poder. Jan Valtin (seudónimo del periodista alemán Richard Krebs) en su autobiografía La noche quedó atrás, rememora cómo caminó por el peligro ultramortal de una inconcebible cuerda floja. Agente de la KGB estalinista, al superar los bárbaros tormentos de la Gestapo sin decir nada, engaña a los nazis y logra infiltrarse en el aparato de seguridad alemán. Se hace doble agente de la KGB y la Gestapo y mantiene ese juego suicida al servicio de Stalin, hasta que espantado por los crímenes soviéticos huye y escribe esta monumental obra. Dicen que la intensa historia de amor que vivió con su mujer, muerta en manos de los nazis, inspiró los personajes de Bogart y Bergman enCasablanca. En Checoslovaquia el periodista checo Julius Fucik enfrenta la muerte en la Gestapo con una serenidad sobrehumana y deja en su Reportaje al pie del patíbulo.
Dice Fucik: “Abro los ojos y aún no llega la muerte sino torturadores con cubos de agua a despertarme… aquellos a los que dañé, que me perdonen. A los que ayudé, que me olviden. Y que mi nombre jamás sea asociado a la tristeza”. El escritor revolucionario ruso Vassily Grossman relata sus dolorosas, apasionantes, oscuras y profundas vivencias en Vida y destino. Preso primero en un campo de concentración nazi y luego en otro estalinista, conoce los dos infiernos para concluir que ambos eran peores. En su extraña novela El Tunsgteno, Vallejo habla de Servando Huanca, y enTrilce, de Pedro Brito, ambos sindicalistas víctimas de la represión. Al último le consiguieron “en el cuerpo un gran cuerpo y en el bolsillo una cucharita muerta”. Todas esas obras, menos o más, autobiográficas (Malraux no estuvo en la rebelión de Shanghai pero sí en la gemela de Cantón) tienen un rasgo común.
El luchador prometeico
La fortaleza moral de los que se levantaban contra torturadores, sicarios, como aquellos “plantados” en las cárceles castristas, o las Damas de Blanco. Personajes reales y de ficción interactúan para reproducir el heroísmo verdadero de varias generaciones que murieron en pos de la inalcanzable utopía revolucionaria, pero cuyo pecado original lo opacan la abnegación, el valor y el desinterés para enfrentar prometeicamente la tortura o la muerte. Prometeo es el símbolo de la libertad. Entregó el fuego y la artesanía a los seres de un día y Zeus furioso le impuso su suplicio atroz: que el águila le comiera el hígado todos los días por la eternidad. Desde la roca en la que estaba inmovilizado con un enorme clavo que le atravesaba el centro del pecho, lejos de implorar, increpaba fieramente al poderoso Zeus, sin oír los mediadores que le pedían moderación.
Prometeo fue Franklin Brito y no murió por unas tierras, sino por no aceptar que lo privaran de su dignidad humana. Esa será una imborrable impronta de crueldad, inhumanidad, ferocidad y sadismo en el hocico del régimen. La degradación de esa épica revolucionaria es el Socialismo del Siglo XXI y en ella una excrecencia genérica, los que asesinaron a Brito, torturan a López y Ceballos, encarcelan a @Inesitaterrible y son la negación viviente de cualquier moralidad. Entre ellos la claque de intelectuales gallináceos que no dicen nada, que medraron en la democracia, muy lejos siquiera de un rasguño, becarios en París o Roma, mimados por jerarcas culturales, nunca recibieron más que besitos. Protegidos entre botas militares cantan victoria. Una bruja griega convertía los hombres en cerdos para verlos hozar. Hoy no tendrá que tomarse esa molestia. Olvidan que, pese a la gangrena, la decencia existe en el chavismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario