Beatriz de Majo
En Pekín deben estar sudando la gota gorda por el terrible impacto que la crisis de los precios petroleros está teniendo en Venezuela, un país que esencialmente se mantiene de la producción y comercialización del crudo de su subsuelo y que ha contratado con el gigante de Asia más de 50.000 millones de dólares en financiamiento.
Los chinos saben cómo es que una descolgada de precios internacionales como la actual se convertirá en un tsunami de épicas proporciones para una economía ya en crisis.
Mientras tanto, en Caracas el gobierno hace malabares para no mostrar caras largas frente a la debacle que se avecina, pero en silencio hace cálculos de todo género para priorizar cuales compromisos atender en el año que se inicia. La costosísima estrategia populista basada en dádivas a la población de bajos recursos que desplegará el gobierno en 2015 para evitar que la oposición se arme con la mayoría en el Congreso en las elecciones parlamentarias, no dejará mucha guita para pagar deudas ni para atender proyectos de significación.
La disponibilidad de caja del país venezolano es precaria, no solo porque el petróleo ha perdido la mitad de su valor, sino porque las petroleras producen menos crudo en sus pozos. Sin contar con que una buena proporción del que se exporta, está sujeto a acuerdos de “beneficencia” a países de izquierda del vecindario produciendo, en consecuencia, muy mermados ingresos a la estatal petrolera –Pdvsa– y al país.
Dentro de este negro panorama, China resulta ser- y por mucho- el principal acreedor del país petrolero. Lo que diferencia a Venezuela de otros países deudores del coloso en el continente es el determinante impacto que estos créditos chinos tienen en la economía del país. Porque además del gigantesco monto del endeudamiento, una parte significativa del mismo debe ser amortizados con suministro petrolero.
No hay que ser un genio en matemáticas para entender que si el precio del barril usado como referencia en los acuerdos para cancelar los prestamos chinos se reduce en los mercados internacionales, o bien hay que entregar más crudo para pagar la misma cuenta –lo que para la Venezuela de hoy resulta ser imposible por su imperiosa necesidad de generación de caja– o bien el repago del préstamo se debe extender por más tiempo, lo que para China, primer importador del mundo, tampoco resulta ser una solución viable.
Hoy además se ha vuelto protuberante el hecho en que otros proyectos bilaterales en terrenos industriales emprendidos o acordados por los dos países, China tampoco ha estado recibiendo el acompañamiento financiero ni operativo de parte de su socio, el Estado Venezolano. Habría que decir que un altísimo porcentaje están parados o andando a un cuarto de máquina, también por falta de recursos.
Los economistas, dentro y fuera del país, se preguntan, pues, si Venezuela podrá en 2015 honrar sus compromisos financieros externos. Pero otros se interrogan si la entrega de petróleo a China para el repago de sus deudas, en esta grave contracción- la más pronunciada del continente- no se verá, por igual, seriamente comprometida.
Solo una generosa asistencia financiera externa podría proveer al gobierno de Maduro el oxígeno que requiere para dinamizar al país y sacarlo del atolladero.
En otros tiempos los chinos, sin pensarlo mucho se habrían metido la mano al bolsillo. En esta ocasión, con un país enclenque como contraparte, han comenzado a andar con pies de plomo. Es que el socio no les está funcionando.
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