lunes, 22 de diciembre de 2014

América latina y los derechos humanos

Ivan Petrella

América latina ha tenido históricamente un papel protagónico en el campo de los derechos humanos. En mayo de 1948, los Estados americanos firmaron en Bogotá la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Fue el primer tratado internacional sobre derechos humanos, ya que precedió por siete meses a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. América latina estuvo al comienzo de un camino que obligaba a replantear la concepción tradicional de soberanía del Estado, ya que se comenzaba a asumir que en nombre de la garantía y el respeto por los derechos humanos era admisible cierto grado de intervención internacional en los asuntos internos.
En los cincuenta años que siguieron a la declaración, la mayor parte de los países latinoamericanos atravesó períodos de turbulencia política, económica y social. Tristemente, ello volvió a poner a la región en el centro de la lucha por la defensa de los derechos humanos. Los crímenes contra la humanidad cometidos en muchos países condujeron al surgimiento de organizaciones y movimientos sociales que, actuando en consonancia con organizaciones regionales, buscaron poner un freno a la violencia estatal. En la Argentina, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979 supuso un punto de inflexión para los grupos locales de oposición, ya que los dotó con información precisa acerca de la naturaleza y el alcance de la represión militar. Fue también el comienzo de una sólida relación de aprendizaje mutuo entre la sociedad civil argentina y organizaciones supranacionales abocadas a la protección de los derechos humanos.
Hoy la realidad política regional es otra: ya no hay conflictos donde se manifiesta la "guerra fría" ni dictaduras militares y la democracia, en cualquiera de sus variantes conceptuales, es aceptada como la mejor forma de gobierno posible. Pero desde comienzos del nuevo milenio, el liderazgo que América latina supo tener en materia de defensa y promoción de los derechos elementales está siendo opacado por otros países o regiones que accionan de manera más contundente frente a crímenes cometidos en otras partes del mundo. Basta con mirar hacia Medio Oriente, en donde el Estado Islámico está perpetrando todo tipo de atrocidades (violaciones y decapitaciones masivas, apedreos y crucifixiones, por nombrar solo algunas), y constatar que ningún país latinoamericano forma parte de la coalición de más de 60 países que repudia oficialmente o lucha contra dicha organización terrorista. Frente al acoso constante que están sufriendo las minorías étnicas y religiosas en Siria e Irak, sorprende el silencio y la inacción de los gobiernos latinoamericanos, en especial el nuestro, que se proclaman defensores de los derechos humanos. Claramente esto podría generar riesgos, pero habría que discutir si la diferencia entre la irrelevancia y la sustancia radica precisamente en no eludir riesgos cuando la gobernanza global está en peligro.
La ambigüedad que manifiesta América latina en el escenario internacional al pretender defender los derechos humanos, pero sin que este discurso se traduzca en acciones concretas, tiene su correlato a nivel interno. Así como guardamos silencio frente a los crímenes contra la humanidad que se están dando en otras partes del mundo, nos mostramos indiferentes respecto a las violaciones de derechos básicos que se están cometiendo dentro de nuestra región. Pareciera que en los últimos años algunos gobiernos han optado por relegar a un segundo plano -o directamente ignorar- determinados derechos consagrados en la Declaración Americana, como el derecho a la libertad de expresión y a un proceso judicial regular, sin tener que enfrentar la oposición del resto de los países de la región. Es decir que no solo perdemos liderazgo en materia de derechos humanos en el escenario internacional, sino que también restamos importancia a lo que está sucediendo en América latina.
Las violaciones a los derechos humanos no son cosa del pasado ni su defensa patrimonio de gobiernos transitorios. Tampoco son monopolio de los grupos terroristas que operan en Medio Oriente, como muestra el lapidario informe del Senado de los Estados Unidos sobre el uso de la tortura por parte de la CIA en la investigación sobre los atentados terroristas de 2001. En momentos en los que poblaciones de todo el mundo sufren la vulneración de sus derechos fundamentales debido a "cruzadas" religiosas o político-ideológicas, nuestra región tiene mucho que aportar. La defensa de los derechos humanos ha sido históricamente una bandera y un ejemplo de lucha para América latina. La mayor parte de los países de la región han firmado y ratificado los principales instrumentos jurídicos que componen el Sistema Internacional de Protección de los Derechos Humanos. Es tiempo de retomar el liderazgo para garantizar el cumplimiento de estos compromisos e instrumentos a nivel interno y externo, y asegurar el respeto de los derechos básicos e inalienables en el mundo entero. Porque como sostuvo el ex secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan "no tendremos desarrollo sin seguridad, no tendremos seguridad sin desarrollo y no tendremos ni seguridad ni desarrollo si no se respetan los derechos humanos

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