Roberto Alvarez Quiñones
ABC
La comunidad internacional no acaba de terminar de comprender que el general Raúl Castro es el jefe de Cuba no por ser presidente del Consejo de Estado sino porque es el primer secretario del Partido comunista cubano (PCC); y que Machado Ventura es el segundo al mando de la nación porque es el vicejefe del partido único. «Machadito» (como le llaman los Castro) sigue siendo el jefe del civil Díaz-Canel, vicepresidente del Consejo de Estado, y no a la inversa.
No obstante, hay aquí una incongruencia no prevista por Fidel Castro cuando se proclamó en 1976 la actual Constitución. Esta señala que el presidente del Consejo de Estado es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Así lo concibió el comandante cuando era un «mozuelo» de 50 años de edad y su hermano tenía 45. Ambos tenían décadas por delante como presidente y primer vicepresidente.
Y así fue. Pero ya estamos en 2014 y si Raúl Castro no llega a 2018, Díaz-Canel sería el nuevo jefe de Estado. ¿Aceptarían a un civil como jefe supremo de las FAR las decenas de generales de tres y dos estrellas, y los restantes, así como los cientos de coroneles y demás altos jefes militares? Es poco probable.
En términos constitucionales el derecho a elegir al núcleo institucional de poder en Cuba, es privilegio de una versión moderna de patriciado romano al que pertenece sólo el 7 por ciento de la población, es decir, los 800.000 militantes del PCC. Los millones de adultos restantes no tienen ese derecho. Constituyen la plebe, son ciudadanos de segunda clase. O sea, en la isla el poder no emana de la voluntad del pueblo soberano, como lo llamaba Rousseau, sino de la elite de su gerontocracia,
Podrá ser muy constitucional, pero legítimo no es. Los cubanos no eligen a sus gobernantes desde 1948, cuando se celebraron las últimas elecciones democráticas. Fulgencio Batista dio un golpe de Estado en marzo de 1952, tres meses antes de los siguientes comicios, y luego fue derrocado por Fidel Castro. Desde entonces, durante 62 años, Cuba ha tenido solo tres gobernantes, y militares los tres (récord en Occidente).
Un poder invisible
Pero hay más, el máximo poder realmente no radica en el Buró Político del PCC como reza la Constitución, sino en un reducido grupo de militares, algunos de los cuales no integran el Buró Político. Constituyen de hecho una junta militar invisible para la comunidad internacional y para la mayoría del propio pueblo cubano, pues opera tras las bambalinas y ningún medio habla del asunto. Díaz-Canel no pertenece a esa «crême de la crême» que controla el país, y que tiene 14 miembros.
Encabezada por los hermanos Castro y por el comandante (hoy equivalente al grado de general) Machado Ventura, el selecto grupo lo conforman además los cuatro generales más poderosos de la isla: Leopoldo Cintra Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); Abelardo Colomé, ministro del Interior; Alvaro López Miera, viceministro primero de las FAR y jefe del Estado Mayor; y Ramón Espinosa, viceministro de las FAR; así como el comandante de la revolución Ramiro Valdés, y el coronel de inteligencia Marino Murillo, vicepresidente del gobierno a cargo de la «actualización» del socialismo. Todos integran el Buró Político.
Los no miembros del Buró Político son el general José Amado Ricardo, secretario ejecutivo del Consejo de Ministros (primer ministro en funciones, cargo que ejercía Carlos Lage); general Carlos Fernández Gondín, viceministro primero del Interior; general Joaquín Quintas Solá, viceministro de las FAR; y el coronel Alejandro Castro Espín, hijo del dictador y jefe de Coordinación e Información de los Servicios de lnteligencia y Contrainteligencia de las FAR y el Ministerio del Interior.
El otro integrante fue finales de 2013 el coronel Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl, a cargo de la actividad empresarial de las FAR. Pero al divorciarse de Deborah Castro Espín cayó en desgracia.
Vivir del engaño
Estos son los hombres más poderosos de Cuba y que, junto a los Castro, toman las decisiones más importantes. Ese fue el estilo de poder paralelo impuesto por Fidel, quien creó el todopoderoso Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe que durante décadas fue el verdadero gobierno ejecutivo, por encima del Consejo de Ministros, el Estado, y el propio PCC. Por otra parte, 8 de los 15 miembros del Buró Político son militares (la mayoría), y 4 de los 7 vicepresidentes del Consejo de Ministros son también militares.
En fin, Cuba es el único país del mundo que teniendo una cúpula de poder militar la presenta en el exterior como civil, y así es aceptada. Si un general es presidente de una nación sin haber sido elegido nunca en unos comicios democráticos, y gobierna rodeado de generales, eso se conoce como dictadura militar, excepto si se trata de Cuba, que se pavonea como un Estado normal en los foros internacionales.
Vistas así las cosas, es positivo que Miguel Díaz Canel, un civil que nació ya con los Castro en el poder y no forma parte de la gerontocracia militar de los «históricos», haya sido elevado a primer vicepresidente del Consejo de Estado en sustitución de José Ramón Machado Ventura, uno de los pilares de la línea dura estalinista.
Todo atado
Como dijo Yoani Sánchez en La Habana, antes de emprender su gira internacional, tener en Cuba un vicepresidente con menos de 80 años ya es algo. Sin embargo, aunque es lógico que el nombramiento de Díaz-Canel suscitara en su día cierto optimismo y alentase las esperanzas de algunos de que pueda convertirse en el Gorbachov cubano, no conviene hacerse ilusiones. La única relevancia de la designación —que no elección— radicó en que él podría ser el nuevo jefe de Estado si Raúl muriese o quedase incapacitado para el cargo antes de 2018, cuando vence su último período presidencial.
Por lo demás, todo es aparente, no real. El primer vicepresidente del Consejo de Estado no tiene la fuerza política que sugiere el nombre de su cargo. La razón es simple, no forma parte de la élite militar que en verdad ostenta el poder en el país. La ascensión de Díaz Canel no significa el inicio del postcastrismo (al menos con Raúl vivo), ni él es el «número dos» del régimen. Es el segundo de a bordo del aparato estatal, que no es lo mismo. Además, ni siquiera se le ubica en el ala «liberal» de la nomenklatura, sino como un ortodoxo algo más moderno.
Pero la clave aquí es que la Constitución castrista establece que institucionalmente la máxima instancia de poder en Cuba país no es el Gobierno, sino el Partido Comunista (PCC), encabezado por un primer secretario (Raúl Castro) y un segundo secretario, que es Machado Ventura, y un Buró Político sometido a la voluntad del dictador y la cúpula militar.
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