Siempre tarde y con olvido
Javier Marías
Es sabido que este es un país deliberadamente desmemoriado, por la cuenta que le trae. También que es un país de extremos, y que muchos de sus habitantes pasan de uno a otro sin efectuar el recorrido, sin que los veamos desplazarse. Están en un lugar y de pronto en el contrario, sin explicaciones, sin evolución, sin proceso. Fueron numerosos los falangistas que de golpe pasaron a ser comunistas, y algunos de éstos se tornaron, luego, repentinamente anticomunistas y a veces de extrema derecha. No han sido escasos los castristas acérrimos convertidos por arte de magia en furibundos anticastristas. También ha habido quien ha sido Vicepresidente de un gobernante y después se ha autoerigido en la voz más crítica de ese mismo gobernante (la desmemoria y el cambalache de extremos se los contagiamos a Latinoamérica).
Ha habido casos en los que sí se ha asistido al trayecto, y eso ha dado verosimilitud al cambio: etarras de verdad arrepentidos (pocos, pero algunos), que al menos no se han puesto a la cabeza de manifestaciones anti-ETA ni han negado su pasado: lo han asumido, han reconocido su equivocación, han lamentado el daño causado. Pero estos casos son los menos: no les quepa duda de que aquí a unos años veremos a exacerbados independentistas catalanes de hoy negar que jamás hayan querido un Estado soberano e incluso abominar de las esteladas. Y verán cómo casi nadie se atreverá a recordarles sus exabruptos de ahora. Al fin y al cabo hay costumbre de contar lo que se antoje y de que nada sea desmentido: los independentistas actuales han tenido el cuajo de exhibir los retratos de Casals, Vázquez Montalbán, Candel, Camín o Antoni Gutiérrez junto al lema “Voto por ti” (se sobreentendía: “que estás muerto y puedes ser manipulado”). Ni Casals (que siempre se firmó Pablo y no Pau), ni Montalbán, ni Candel ni los otros se puede asegurar que hubieran estado a favor de la secesión de Cataluña, más bien se intuye que se habrían opuesto. Imposible saberlo.
Ahora hay un clamor contra la corrupción. Hace sólo tres años, sin embargo, a la mayoría de los españoles eso les traía sin cuidado
Pero la absoluta falta de escrúpulos de los actuales dirigentes pasa por encima de eso: como no pueden protestar por la utilización tendenciosa de sus rostros y nombres, se los convierte en acólitos póstumos de Mas y Junqueras, con el permiso de sus respectivas, frívolas familias.
Pero no son sólo los individuos quienes dan saltos acrobáticos, también las colectividades. Ahora hay un clamor contra la corrupción, y bien está que así sea. Hace sólo tres años, sin embargo, a la mayoría de los españoles eso les traía sin cuidado (basta comparar las encuestas sobre las “mayores preocupaciones” de entonces y ahora). Y además no era raro que se admirase y envidiase al corrupto, al “listo”, al “pícaro”, y parte de la población aspiraba a verse en una situación o en un puesto que le permitiera corromperse y sacar ella también tajada. El PP mantuvo con gran aplomo que el hecho de que sospechosos y aun acusados formaran parte de sus listas y salieran elegidos, venía a exonerarlos. Si la gente los votaba pese a los terribles indicios, eso significaba que los absolvía de antemano; los jueces debían retirar sus imputaciones a los aclamados en las urnas. Ahora oigo hablar del perjuicio infligido a los marbellíes por ese trío folklórico que está en la cárcel, pero esos mismos marbellíes adoraron masivamente, durante años, al más folklórico predecesor Gil y Gil, que nunca pareció cabal, honrado ni limpio: ya había cumplido tiempo en prisión como responsable de una catástrofe con numerosos muertos. Entonces eso carecía de importancia. Es muy posible que los ciudadanos que hoy gritan “Chorizos” a los condenados los vitorearan hace unos años.
Las contradicciones no se perciben, es otra de nuestras características. Uno puede no robar ni sisar nada, pero recibir dinero de Gobiernos de los que recibir cualquier cosa es ya una forma de mancharse las manos. A mí, al menos, no me parecería aceptable que me pagaran –como les ocurre a algunos que se proclaman “puros” y sermonean– una televisión financiada por el régimen iraní, o el Gobierno chavista, o el actual Israel, o la Cuba de los Castro (o la autoridad palestina, dicho sea de paso). Irán ya se sabe qué trato da a las mujeres y en general a sus sometidos súbditos; la Venezuela de Chávez y hoy de Maduro es una dictadura de facto: aún hay caraduras que sostienen que no es así, que allí se ganan elecciones, como si éstas no estuvieran controladas y como si no fueran posibles las dictaduras de caciques votados (Hitler es el ejemplo clásico, aunque no el único); Israel lleva lustros devastando y asesinando con desproporción absoluta, lo mismo que los palestinos (dentro de sus más modestos medios). Ese tipo de corrupción –quién lo contrata a uno, quién le paga, de quién acepta un premio, para quién trabaja uno (y por tanto a quién beneficia)–, de momento no existe para los españoles. Acaban de descubrir la otra, la más flagrante e hiriente, y me temo que solamente porque padecen una crisis económica que vuelve a la gente susceptible. De no haberla, lo más probable es que la corrupción siguiera ocupando un irrelevante puesto entre las preocupaciones nacionales, y que muchos de los indignados de hoy estuvieran haciendo cola a ver si les caía algún maletín o sobre. Y puede que dentro de bastantes años se escandalicen de los que ponen su talento, propaganda o saber al servicio de regímenes podridos, opresores, teocráticos o totalitarios. España siempre llega a todo tarde y con olvido.
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