Fernando Savater
Naturalmente no hay tal cosa como una “memoria histórica”, que es un oxímoron tan risible como “digestión colectiva” o algo así, pero sí existe una memoria personal que forma parte básica de nuestra experiencia y unos conocimientos históricos que conviene repasar de vez en cuando para orientarnos políticamente. Por eso hay que estarle agradecidos al director Iñaki Arteta, cuyo estupendo documental 1980—entre otros de su autoría— sirve para avivar los recuerdos de quienes somos mayores y proporciona datos necesarios a los más jóvenes. No para perpetuar rencores sino para evitar repetir los errores: porque el lema del “tiempo nuevo” se convierte en atropello cuando exige resignarse a la rentabilización de los delitos por quienes no los condenaron o ayudaron a cometerlos.
Un buen complemento literario a 1980 puede ser Y no olvidaremos. Terrorismo y libertad (Última línea), de Jose Ignacio Eguizábal. Se trata de un diario del año 2011, dónde el autor, un discípulo del profesor Aranguren, combina sus reflexiones sobre la actividad terrorista de ETA y la ideología nacionalista que la enmarca con la crónica del deterioro de su madre, víctima del Alzheimer. Dos líneas bien trenzadas de dolorosa reflexión, la una social y la otra personal, ambas escritas con apasionamiento y sin concesiones complacientes. Y las dos con la enfermedad de la desmemoria como merma de la vida buena, indignante en un caso e íntimamente desgarradora en otro.
Los apuntes cotidianos de Eguizábal sobre el nacionalismo son interesantes en sí mismos pero sobre todo sintomáticos de alguien con mentalidad y educación progresista atónito ante la comprensión de la izquierda política con un fenómeno inequívocamente reaccionario que sin embargo parece considerar una urgencia popular a atender. ¿Acaso no saben, como ha argumentado Habermas, que el nacionalismo es el modo por el que ciertas élites manipulan a amplios sectores sociales? Y frente a los bobos siniestros (es decir, de izquierdas) que descalifican a quienes defienden la unidad de España como integridad de la ciudadanía, tachándoles de “nacionalistas de derechas”, más o menos neofranquistas, él cita oportunamente la opinión que en 1932 le merecía a Antonio Machado el Estatuto de Cataluña que se estaba fraguando. Aunque a lo mejor Antonio Machado también era falangista y entonces, qué le vamos a hacer, tendremos que serlo todos ante los nuevos monopolizadores de la explicación de nuestra guerra civil.
Reconozco un malicioso y agrio deleite cuando los intelectuales de izquierda próximos a mi generación babean de autocomplacencia senil con el populismo de Podemos. De modo que teníamos razón, que es eso lo que les gusta…Y no sólo porque estos jóvenes tan comprometidos a los que ven como promesas de aire fresco e ilusión (los ejemplos de frescura ya van saliendo a la luz, para los ilusos son sus sucesivos programas) nunca apoyaron la resistencia a ETA ni a las víctimas de la banda, más bien lo contrario, sino porque encabezaron los escraches en centros universitarios a Rosa Díez o María San Gil, o sea a quienes se la jugaron de veras contra el terrorismo. En efecto, es el triunfo de los desmemoriados, en la cuarta acepción del término en el diccionario de la RAE: “Dícese de la persona que cae en imbecilidad y pierde, totalmente o en gran parte, la conciencia de sus propios actos”. Hay formas de Alzheimer moral peores que el Alzheimer clínico y también otras corrupciones más allá de las bribonadas económicas.
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