Obama y Castro abrazan la historia
Jon Lee Anderson
(tomado de ProDaVinci)
Los sorpresivos anuncios del miércoles hechos por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, quienes acordaron restaurar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, están hechos del material dramático de la historia. Casi inmediatamente después vino la revelación de que dieciocho meses de conversaciones secretas, auspiciadas por el Papa Francisco, precedieron a las declaraciones. Ya había indicios de que algo estaba en proceso. En diciembre pasado, durante el funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica, Obama y Castro estrecharon las manos en las gradas V.I.P., expuestos por completo a las cámaras. Durante el otoño, en la respuesta internacional de la epidemia de Ébola en África Occidental , Cuba y Estados Unidos se volvieroncompañeros de-facto en el campo, y los generosos esfuerzos de Cuba al enviar cientos de médicos se ganaron el elogio de los funcionarios estadounidenses, incluyendo a John Kerry y Samantha Power. En el seminario de tres días “Cuba en Transición”, que se llevó a cabo en la Universidad de Columbia en octubre, Peter Schechter de Atlantic Council describió una encuesta comisionada por su organización en la que encontró que, por primera vez en medio siglo, la mayoría de los cubanos-americanos —durante mucho tiempo la principal fuerza interna de oposición política a terminar con el embargo— habían cambiado de opinión. Ya el “factor Florida” no mantenía como rehén a quien quisiera presentarse como contendiente para el cargo de Presidente. En una reunión en Washington D.C., unos días antes, un alto funcionario de la Casa Blanca mencionó a Cuba, y luego me guiñó un ojo.
En su discurso del miércoles, Obama dijo que la política estadounidense de aislar a Cuba había “fracasado”. De hecho, durante años ha sido obvio que el embargo total contra Cuba, sobre la mayoría de las importaciones y exportaciones —decretado en 1962, en la cúspide de la Guerra Fría, cuando John F. Kennedy era presidente y Fidel Castro estaba en la mitad de sus treinta años— necesitaba ser desechado. En la breve historia de los Estados Unidos, pocas malas decisiones han durado tanto tiempo como ésta. La Guerra Fría —la primera, la previa a Vladimir Putin— terminó hace más de un cuarto de siglo y Fidel castro es ahora un frágil retirado de ochenta y ocho años. Él dimitió en 2008, después de cuarenta y nueve años, a favor de su hermano menor Raúl, quien es un hombre activo de 83. Estados Unidos ha restaurado relaciones con otros estados comunistas, incluyendo a China y a su antiguo enemigo en armas Vietnam. Y las mantuvo con el Kremlin, pero parecía incapaz de comportarse de forma madura con su pequeño vecino cubano. Siendo impopular durante mucho tiempo con los latinoamericanos, la postura de Estados Unidos hacia Cuba agravó inmensamente la imagen difundida de Estados Unidos el bully. Como política, era contraproducente de un modo deslumbrante y le proveía al régimen de Castro una excusa hecha a la medida para sus propios fracasos —y hubo muchos— mientras le negaban a Washington cualquier influencia sustantiva sobre la isla en sí misma. En la ONU, el oprobio que se acumuló sobre la prohibición cubana de los Estados Unidos no fue sino unánime; en la última votación, un ritual anual, ciento ochenta y ocho países votaron para condenar el embargo. El único país que votó junto a Estados Unidos fue Israel.
El embargo, o el bloqueo, como siempre lo han llamado los hermanos Castro, ha pasado por varias permutaciones a lo largo de los años. Después de un completo aislamiento regional durante los años sesenta, tras el evento de Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles, el embargo se suavizó durante la presidencia de Jimmy Carter (quien ayer aplaudió la “valiente decisión” de Obama), cuando fueron reabiertas “secciones de interés” diplomáticas en La Habana y en Washington, y se autorizó un mínimo de viajes para los parientes que llevaran un largo tiempo separados. En gran medida, cada administración que ha seguido llega a su propio acuerdo, a menudo siguiendo alguna de las crisis que estallaban entre las dos naciones. (Muchos de estos tratos secretos están detallados en Back Channel to Cuba, un reciente y fascinante libro de William M. LeoGrande y Peter Kornbluh).
En 1980, la toma violenta de la embajada peruana en La Habana por cubanos que buscaban asilo condujo al llamado Éxodo de Mariel, cuando a unos cien mil cubanos se les permitió emigrar a Estados Unidos en botes enviados desde Florida para buscarlos. Fidel aprovechó la ocasión, no sólo para deshacerse de los “descontentos” de la isla, sino también para vaciar las prisiones cubanas de muchos criminales, a quienes sus agentes de seguridad llevaron a los botes. (EnScarface, Tony Montana representa a un “marielito”). Mariel trajo toda clase de consecuencias negativas a las autoridades estadounidenses al mismo tiempo que aliviaba el estrés en la isla. En 1994 siguió la llamada Crisis de los balseros, en la que cincuenta mil cubanos salieron al mar en balsas tratando de llegar a Florida. El incidente resultó en una duplicación de las cuotas de inmigración anuales de Estados Unidos para Cuba. Esto fue una válvula de presión importante para Cuba en un momento en el que su economía, siguiendo el colapso soviético, se había derrumbado y las dificultades económicas eran generalizadas.
Durante la presidencia de Bill Clinton, el ya fallecido novelista colombiano Gabriel García Márquez, amigo cercano de Fidel Castro, dirigió cierta diplomacia secreta. Esa iniciativa terminó abruptamente en 1996 después de que dos aviones civiles, pilotados por miembros del grupo de exiliados anti-Castro Hermanos al Rescate, quienes habían penetrado el espacio aéreo cubano anteriormente, fueron derribados cerca de la isla, matando a cuatro personas. En respuesta, Clinton (quien también prestó su voz, la semana pasada, al creciente coro de llamados por la normalización de las relaciones) firmó la Ley Helms-Burton, recrudeciendo el embargo; poco después, cinco agentes encubiertos cubanos fueron capturados en Estados Unidos, arrestados y condenados por espionaje (uno fue liberado por razones humanitarias -la muerte de su padre- en el 2011 y otro este mismo año luego de cumplir su sentencia; los otros tres fueron liberados este miércoles, al mismo tiempo que Alan Gross, el contratista de U.S.A.I.D. que pasó cinco años preso en La Habana después de que fuera acusado por los cubanos de contrabaandear equipos de Internet para ser usados por los disidentes, y un agente de inteligencia estadounidense encarcelado hace mucho tiempo cuyo nombre todavía no se ha hecho público).
Durante los años de Obama, la flexibilización del embargo fue ganando aceleración. Ahora los vuelos van de Estados Unidos a los aeropuertos cubanos sin mucha fanfarria y, con las exenciones que comenzaron durante la presidencia de George W. Bush, alimentos y medicinas producidos en Estados Unidos están disponibles en la isla. Mientras tanto, durante los últimos tres años, Raúl Castro ha desechado firmemente algunas restricciones que han sido agravantes mayores, permitiendo a los cubanos más libertad para viajar y tener sus propios negocios, y dándole la oportunidad de salir y volver a la isla a algunos de disidentes que han sido acosados en la isla durante largo tiempo.
Cuando visité La Habana el año pasado, parecía como si un deshielo cultural y mediático estuviera en camino. Ciertas libertades, claramente, no estaban próximas; era evidente que la “transición” de Raúl, lo que sea que eso fuera, sería más bien una versión cubana de lo que hemos visto en China, Vietnam y otro puñado de los estados comunistas restantes: una apertura en la economía, no necesariamente en la política.
La inclusión permanente de Cuba, año tras año, en la lista del Departamento de Estado de países que apoyan el Terrorismo ha sido razonablemente vista como poco sincera. Al margen de las ocasionales jugadas sospechosas de Estados Unidos —esos “trucos sucios” de la C.I.A., que incluyeron esfuerzos para asesinar a Fidel Castro, y ver hacia otro lado mientras mercenarios cubano-americanos como Luis Posada Carriles organizaban ataques terroristas contra cubanos en todo el hemisferio—, Cuba dejó de apoyar activamente a los grupos guerrilleros en los años ochenta y recientemente se ha ofrecido como intermediario entre el gobierno de Colombia y las FARC, el ejército guerrillero marxista del país. El miércoles, en un movimiento que claramente no fue casual, las FARC anunciaron un cese al fuego “unilateral e indefinido”, aumentando las esperanzas de que la temperatura entre Estados Unidos-Cuba también ayude a terminar con el conflicto interno de Colombia, que ha perdurado, de una manera u otra, desde 1948.
Una de las grandes paradojas de esta parálisis de medio siglo entre Estados Unidos y Cuba es la casi completa ausencia de odio entre ambos pueblos. Los cubanos juegan ávidamente béisbol y ven shows de televisión de Estados Unidos, parte de una simbiosis que data del siglo XIX. La mayor parte de los cubanos tiene parientes en Estados Unidos y los cubanos se sienten en casa aquí de una forma que otros latinoamericanos no lo hacen. El anti-americanismo es declarado de una manera mucho más vociferante en México y en Argentina que en Cuba. Incluso en la cúspide de la Guerra Fría, nunca hubo algún tipo de profunda animosidad contra los estadounidenses en Cuba como la que hay hoy en día en Medio Oriente, o incluso en ciertos círculos europeos. Y las frecuentes diatribas de Fidel contra los Estados Unidos nunca fueron personales, sino políticas.
A pesar de las reservas de Marco Rubio, la gente alrededor del mundo recibirá cálidamente este acercamiento. En un momento en el que el público está tambaleándose a través de un diluvio de inquietantes noticias de atrocidades islamistas y temores de una nueva Guerra Fría producto del incontrolable comportamiento de Putin, las acciones de Obama y de Castro —y las del enérgico Papa Francisco— son extraordinariamente oportunas. Después de un tiempo duro en el escenario internacional, Barack Obama ha demostrado que puede actuar como un estadista de peso histórico. Y también, en este momento, lo ha demostrado Raúl Castro.
Para los cubanos, este momento será tan catártico emocionalmente como históricamente transformador. La relación con su rico y poderoso vecino del norte ha permanecido congelada en los sesenta y durante cincuenta años. En un nivel surreal, sus destinos han estado congelados también. Para los estadounidenses esto también es importante. La paz con Cuba nos lleva de regreso, momentáneamente, a la época dorada en la que Estados Unidos era una nación amada en todo el mundo, cuando un joven y apuesto J.F.K. era presidente en ejercicio —antes de Vietnam, antes de Allende, antes de Irak y todas las otras miserias— y nos permite sentirnos orgullosos de nosotros mismos por hacer, finalmente, lo correcto.
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