jueves, 11 de diciembre de 2014

El odio se viste de rojo


Trino Marquez

En la época navideña no se estila tocar esta clase de temas, pero no queda más remedio. Para entender el comportamiento del gobierno rojo hay que volver sobre el Príncipe de Maquiavelo  o leer las reflexiones de Baltasar Grasián o de Shakespeare, pensadores que desentrañaron la estructura del Poder hasta radiografiar sus raíces más escondidas. En Las 48 leyes del poder, Robert Greene señala abundantes ejemplos de cómo actúan los políticos exitosos y qué hacen para conservar el mando una vez obtenido. Aunque es un libro que coquetea con el cinismo y la inmoralidad, sería injusto decir que exalta la deshonestidad o los actos bastardos. Queda claro que la política se mueve en un terreno sinuoso donde los principios morales no pueden ser tan rígidos como el acero. La Política y la Moral, aunque no están reñidas, se mueven en rieles diferentes.
          Lo que estamos viendo en Venezuela no puede entenderse a partir de las categorías de quienes convirtieron la Política en una ciencia o, más exactamente, en una ciencia combinada con el Arte: su objetivo consiste en sumar fuerzas, derrotar enemigos, neutralizar competidores en un ambiente civilizado e incluso respetuoso. Para comprender a los rojos venezolanos hay que andar por otros caminos. Hay que leer mucho a Freud, a Erich Fromm y Raymond Aron, quienes trataron de comprender las personalidades autoritarias a partir de sus relaciones enfermizas con el Poder.
          La dosis de maldad, resentimiento y odio que destila la nomenclatura roja contra la oposición venezolana y los sectores que no comparten su proyecto hegemónico demencial, no está contemplada en ningún texto serio de teoría política, sino en el Catecismo del revolucionario, panfleto escrito por Sergei Nechaev (1847-1882), que tuvo amplia difusión entre los anarquistas y  nihilistas rusos de la segunda mitad del siglo XIX, y que fue adoptado por Lenin y Stalin. Más tarde, Ernesto Guevara elaboró su propia doctrina fundada en la crueldad. Refiriéndose a la Revolución Cubana, Guevara decía “¡esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por odio puro.” Así era su visión de la lucha política: antediluviana.
          Los rojos vernáculos no han llegado a los extremos demenciales de los comunistas cubanos, chinos  o camboyanos. No creo que sea porque sean mejores que los extremistas caribeños o asiáticos, sino porque las condiciones internacionales cambiaron después del fin de la Guerra Fría. Dentro de los límites en los que están obligados a actuar, se comportan como unos déspotas carentes de todo límite moral. No hay maniobra artera a la que no recurran con el propósito de  aniquilar política, personal y moralmente a sus oponentes.
          La hegemonía comunicacional que han impuesto solo les ha servido  para intentar destruir a los adversarios mediante calumnias e injurias. A Leopoldo López, Enzo Scarano, Daniel Ceballos y Richard Mardo, les han construido expedientes falsos. Se han valido de jueces corruptos o sumisos para mantener presos a dirigentes que disfrutan de un inmenso apoyo popular. Scarano y Ceballos fueron electos alcaldes por amplias mayorías. Contra María Corina Machado no se han ahorrado insultos y acusaciones que caen en el campo de la ridiculez. Si hay algún personaje público sometido a constante escrutinio de los medios de comunicación, esa es María Corina. Su trayectoria puede seguirse con la precisión de un radar. Los rojos le atribuyen conspiraciones, conjuras y sabotajes fantasiosos que buscan desacreditarla. Mucho de misoginia destila ese comportamiento de unos personajes que hablan de  “ciudadanos y ciudadanas” para maquillar su machismo.
          Diosdado Cabello acusó a Leopoldo de “lavado de dinero” en Con el mazo dando. Fue una imputación no solo calumniosa, sino cobarde. López no tiene derecho a réplica, ni puede hacerlo. Este es el estilo de los comunistas: son pandilleros que se coaligan para abusar del poder contra gente indefensa. Esas prácticas se vieron en la Unión Soviética, en los países satélites de Rusia, en China. Son comunes en Cuba, desde luego.
          Los comunistas fomentan el odio porque de otra manera no pueden perpetuarse en el poder. Su ineptitud y corrupción se caracterizan por ser proverbiales. Ganan la primera elección, las que los catapulta al poder. Luego lo conservan reprimiendo y destruyendo la democracia y la diversidad.

          @trinomarquezc   

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