El
odio se viste de rojo
Trino Marquez
En la época navideña no
se estila tocar esta clase de temas, pero no queda más
remedio. Para entender el comportamiento del gobierno rojo hay que volver sobre
el Príncipe de Maquiavelo o leer las reflexiones de Baltasar Grasián o
de Shakespeare, pensadores que desentrañaron la estructura del Poder hasta
radiografiar sus raíces más escondidas. En Las
48 leyes del poder, Robert Greene señala abundantes ejemplos de cómo actúan
los políticos exitosos y qué hacen para conservar el mando una vez obtenido.
Aunque es un libro que coquetea con el cinismo y la inmoralidad, sería injusto
decir que exalta la deshonestidad o los actos bastardos. Queda claro que la
política se mueve en un terreno sinuoso donde los principios morales no pueden
ser tan rígidos como el acero. La Política y la Moral, aunque no están reñidas,
se mueven en rieles diferentes.
Lo que estamos viendo en Venezuela no puede entenderse a
partir de las categorías de quienes convirtieron la Política en una ciencia o,
más exactamente, en una ciencia combinada con el Arte: su objetivo consiste en
sumar fuerzas, derrotar enemigos, neutralizar competidores en un ambiente
civilizado e incluso respetuoso. Para comprender a los rojos venezolanos hay
que andar por otros caminos. Hay que leer mucho a Freud, a Erich Fromm y
Raymond Aron, quienes trataron de comprender las personalidades autoritarias a
partir de sus relaciones enfermizas con el Poder.
La dosis de maldad, resentimiento y odio que destila la
nomenclatura roja contra la oposición venezolana y los sectores que no
comparten su proyecto hegemónico demencial, no está contemplada en ningún texto
serio de teoría política, sino en el Catecismo
del revolucionario, panfleto escrito por Sergei Nechaev (1847-1882), que
tuvo amplia difusión entre los anarquistas y nihilistas rusos de la segunda mitad del siglo
XIX, y que fue adoptado por Lenin y Stalin. Más tarde, Ernesto Guevara elaboró
su propia doctrina fundada en la crueldad. Refiriéndose a la Revolución Cubana,
Guevara decía “¡esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en
una fría máquina de matar motivado por odio puro.” Así era su visión de la
lucha política: antediluviana.
Los rojos vernáculos no han llegado a los extremos
demenciales de los comunistas cubanos, chinos
o camboyanos. No creo que sea porque sean mejores que los extremistas
caribeños o asiáticos, sino porque las condiciones internacionales cambiaron
después del fin de la Guerra Fría. Dentro de los límites en los que están
obligados a actuar, se comportan como unos déspotas carentes de todo límite
moral. No hay maniobra artera a la que no recurran con el propósito de aniquilar política, personal y moralmente a
sus oponentes.
La hegemonía comunicacional que han impuesto solo les ha
servido para intentar destruir a los
adversarios mediante calumnias e injurias. A Leopoldo López, Enzo Scarano, Daniel
Ceballos y Richard Mardo, les han construido expedientes falsos. Se han valido
de jueces corruptos o sumisos para mantener presos a dirigentes que disfrutan
de un inmenso apoyo popular. Scarano y Ceballos fueron electos alcaldes por
amplias mayorías. Contra María Corina Machado no se han ahorrado insultos y
acusaciones que caen en el campo de la ridiculez. Si hay algún personaje
público sometido a constante escrutinio de los medios de comunicación, esa es
María Corina. Su trayectoria puede seguirse con la precisión de un radar. Los
rojos le atribuyen conspiraciones, conjuras y sabotajes fantasiosos que buscan
desacreditarla. Mucho de misoginia destila ese comportamiento de unos personajes
que hablan de “ciudadanos y ciudadanas” para
maquillar su machismo.
Diosdado Cabello acusó a Leopoldo de “lavado de dinero” en Con el mazo dando. Fue una imputación no
solo calumniosa, sino cobarde. López no tiene derecho a réplica, ni puede hacerlo.
Este es el estilo de los comunistas: son pandilleros que se coaligan para
abusar del poder contra gente indefensa. Esas prácticas se vieron en la Unión
Soviética, en los países satélites de Rusia, en China. Son comunes en Cuba,
desde luego.
Los comunistas fomentan el odio porque de otra manera no
pueden perpetuarse en el poder. Su ineptitud y corrupción se caracterizan por
ser proverbiales. Ganan la primera elección, las que los catapulta al poder.
Luego lo conservan reprimiendo y destruyendo la democracia y la diversidad.
@trinomarquezc
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