domingo, 3 de enero de 2016

AHORA ES TARDE


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                 TULIO HERNANDEZ

El éxito de un proyecto político no se mide por el tiempo que sus actores duren en el poder sino por la capacidad para hacer realidad las causas sociales que le dieron origen. La UR SS duró 74 años pero todos sabemos que ya en los tiempos de Stalin era un proyecto derrotado y burocrático sobreviviendo a fuerza de terror que nada tenía que ver con la “etapa superior de la Humanidad”.
El chavismo ha logrado mantenerse 16 años continuos en el poder, y es psosible que todavía se mantenga un tiempo más, pero ya está claro, y no sólo por la derrota inclemente del pasado domingo 6 de diciembre de 2015, que respira entubado y que, como el sandinismo, está condenado a ser un actor político importante pero no el gestor de una revolución socialista. Menos de una renovación de la democracia.
Independientemente de los demás factores –la corrupción, la inoperancia, la improvisación, el populismo– el fracaso del chavismo, aún teniéndolo todo de su lado, hay que asociarlo a dos dilemas estructurales que la cúpula dirigente durante su mandato no supo resolver.
El primero fue la incapacidad de decidir entre tomar el camino de la revolución en su sentido más tradicional –de giro brusco y radical de la sociedad, su economía y su aparato de Estado–, o tratar de hacer los cambios a un tempo más pausado tratando de jugar responsablemente, por aquello del nuevo equilibrio internacional, en la mesa de la democracia.
El segundo dilema fue la postergación permanente de la batalla capitalismo-socialismo. Entre la implantación real del prometido socialismo del siglo XXI, es decir, la instauración, como dicen los marxistas, de un nuevo “modo de producción” que sustituyera y superara al capitalismo culpable de todos los males o el desarrollo de un régimen de convivencia entre el modo de producción capitalista y la economía de mercado con formas de propiedad alternas que fueran avanzando, sin traumas como los que vivimos, hacia una economía mas social.
En el primer dilema, el chavismo estaba mejor preparado para la primera vía. Su ADN marcado por el origen insureccional armado le ayudaba. La disciplina militar facilita lo que las revoluciones requieren para tomar el poder total: expropiar, exiliar, cambiar la moneda, reprimir, estatizar la economía, apresar, torturar, masacrar e imponer un modelo político sin someterlo a debate.
Pero quiso la historia que los golpes de Estado del 92 fracasaran y que el proyecto de insurección previsto para 2012 desapareciese una vez que Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998 y se vio obligado a gobernar como si estuviese en revolución pero con el corsé de la democracia. Con la idea de construir una hegemonía absoluta sin adversarios molestos, se embarcó en cientos de elecciones y movilizaciones que le dieron legitimidad de masas a su proyecto autoritario pero le impidieron gobernar con visión de largo plazo.
Como en las premoniciones de Cabrujas el país se volvió más campamento que nunca y el aparato de Estado un paquidermo obeso, bravucón pero tambaleante, sostenido sobre cuatro patas de galgo inglés. No hubo gobierno fuerte, revolucionario. Amenazaban al imperio pero un pran les lanzaba una granda y sus guardias corrían esconderse. Tampoco hubo modernización institucional, democrática. Crearon un híbrido triste que algunos llamamos Estado malandro.
Tampoco hicieron una nueva economía. No hubo imaginación social ni siquiera para experimentar seriamente con las cooperativas como forma de democratización de la propiedad. No hay socialismo alguno. El país es absolutamente capitalista. McDonald’s y Polar siguen con buena vida. Las empresas llamadas socialistas funcionan en esencia como las empresas estatales del bipartidismo. Pero con menos eficiencia.
Expropiaron, invadieron unidades productivas, regularon precios pero no supieron que hacer para sustituir lo que destruían. Para seguir en marxismo, no supieron llevar a su molino las ventajas posibles de explotar nuevas relaciones entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. El comandante supremo los hipnotizaba. La pereza mental los adormecía. Ahora es tarde.

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