domingo, 19 de junio de 2016

Glucksmann y el eterno retorno a Voltaire


Borja Hermoso

El País

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Siempre que el viento viene negro se acaba echando mano de Voltaire. En 1989 el ayatolá Jomeini dictó una fatwa condenando a muerte a Salman Rushdie y en una pared de Londres apareció una pintada icónica: “Que alguien avise a Voltaire. En enero de 2015 los hermanos Kouachi asaltaron la sede de Charlie Hebdo y mataron a 13 personas y, en pocos días, los libreros de París y las listas de Amazon comprobaron incrédulos cómo un libro escrito unos 250 años antesTratado sobre la tolerancia, se convertía en un fenómeno de ventas. Y antes de aquella masacre al grito de “¡Al- lahu akbar!”, en 2014, como veía que la humanidad y su hábitat, el mundo, se empeñaban en suicidarse cada día un poco más, André Glucksmann creyó necesario escribir una nueva reivindicación de Voltaire. Al año siguiente, el 9 de noviembre de 2015 —cuatro días antes de los atentados de París— Glucksmann (Boulogne-Billancourt, 1937) moría en la capital francesa. Y ahora, seis meses después, Voltaire contre-attaque llega a las librerías en su versión en español (Voltaire contraatacaeditado por Galaxia Gutenberg).
Es el libro póstumo del autor de ensayos lúcidos y controvertidos sobre la evolución política del siglo XX como La cocinera y el devorador de hombres, Los maestros pensadores o La tercera muerte de Dios. Un intelectual respetado, idolatrado y odiado por igual que sobre los adoquines de mayo del 68 fue maoísta, que abjuró del marxismo y que acabó reconvertido, en el plano internacional, en defensor de las políticas de EE UU e Israel y de los bombardeos contra Irak (y en Pepito Grillo de las causas chechena, georgiana y ucrania frente a uno de sus grandes ogros, Vladimir Putin, lo que argumenta en el libro) y, en el ámbito doméstico, en adalid de la causa Sarkozy. “Lo que nos sirvió para aprender el valor de la amistad: superamos aquel trance sin un rasguño en nuestra relación personal”, escribe Josep Ramoneda en el prólogo del volumen.

Un mensaje claro

Lo que parece seguro es que el viejo discípulo de Raymond Aron no se despidió con un libro así porque sí. Su mensaje, lo dijo él en su día, estaba claro: reivindicar, desde una relectura comentada y apoyada en un gran número de notas, la obra de Voltaire en general y su cuento filosófico Cándido o el optimismo en particular, como símbolos inalterables de la lucha contra las tres ies: el integrismo (o fanatismo), la ignorancia y la indiferencia.
La clave de por qué y cómo entronca Glucksmann con el viaje alucinado de Cándido, ese antihéroe volteriano que recorre el mundo y sufre en sus carnes la tragedia del ser humano, puede estar en esta frase, recogida en el libro: “He dedicado mi vida adulta a combatir el beatífico optimismo de los dogmáticos, de los idealistas, de los bienaventurados ideólogos convencidos del progreso ineluctable de la Historia, he intentado desbaratar la engañosa benevolencia de los estafadores que prometen el paraíso así en la tierra como en el cielo mientras nos conducen al infierno”.
El autor de Voltaire contraataca saca partido del infinito sarcasmo que habita las páginas del cuento filosófico Cándido y el optimismo y lo erige en metáfora de los horrores y los errores contemporáneos del género humano. Sobre todo, Glucksmann arremete contra el cinismo disfrazado de buenismo que encarna el filósofo Pangloss, el tutor del pobre Cándido y que representa sin asomo de duda —en la pluma de Voltaire— ese ideal del mejor de los mundos posibles que edificó la filosofía de Leibniz. Voltaire, y una vez más Glucksmann, abjuran del optimismo histórico de Leibniz y lamentan las hipócritas ganas de salvar a la humanidad que tienen los poderosos de altar y de palacio. Es el espíritu ilustrado en toda su eclosión.
Su credo moral: es mentira que todo acabará bien porque alguien nos quiera convencer de ello, el mundo es lo que es porque “un hombre es torturado en la rueda y eso es más que suficiente, es lo que deshonra al creador del orden, al verdugo y a cada uno de nosotros”. Voltaire nos viene a decir que el mal es irremediable pero que por cuestiones morales estamos obligados a la subversión. André Glucksmann asume el principio, y frente al ansia de influencia y poder de los papas, Lenin, Hitler, Putin o el fundamentalismo islámico propone la elegante disidencia de Vaclav Hàvel, el absurdo de Ionesco y la rebelión de Lou Reed.
François-Marie ArouetVoltaire— defiende a los desharrapados y lanza una especie de grito que molesta profundamente al orden establecido y biempensante del siglo XVIII (recuérdese que estuvo preso dos veces en La Bastilla básicamente por eso, por tocar las narices al poder): “Desarraigados del mundo, uníos”. André Glucksmann coge el guante y escribe sobre los nuevos desarraigados: “La permanente ruptura de las fronteras económicas y espirituales ha llevado a millones de asiáticos, sudamericanos y africanos a un modo de vida, de producción y de consumo que era para ellos terra incognita (…) Las izquierdas europeas, que se definen como humanistas, y las derechas, que se dicen caritativas, refunfuñan a la hora de felicitar a dos tercios del género humano por su ascensión no al ‘mejor de los mundos’ sino a una condición comparable a la nuestra”.

VOLTAIRE, “EL PRIMER EUROPEÍSTA”
Hace cosa de un año, Fernando Savater publicó el libro Voltaire contra los fanáticos (Ariel), una antología de textos del pensador y escritor francés. El título lo decía todo. ¿Por qué leer, por qué seguir leyendo a Voltaire? Savater lo tiene claro y antepone, a otras razones, una con la que se siente identificado hasta el tuétano: la del uso de la razón como arma arrojadiza frente a desidias, fatalismos, ignorancias y abusos. Para ello, nada como tomarse un Voltaire: “¿Por qué leerlo hoy? Porque fue alguien que se preocupó por los distintos, por esos personajes que llamamos ‘diferentes’ pero que según él habían de ser comprendidos desde la misma razón: Voltaire demostró que el elemento racional es el que nos une a todos. Porque cuando nos ponemos en el folclore, todos somos muy diferentes, pero cuando nos ponemos en la razón, en eso que él llamaba el espíritu geométrico y analítico, todos nos parecemos mucho… y esa es la base para empezar a entenderse. Cuando empezamos a buscar definiciones en lugar de solo tradiciones y leyendas, estamos todos bastante de acuerdo”.
La segunda razón atiende más al carácter viajero —y militante, por qué no decirlo— del autor de Cartas filosóficas en lo relativo al Viejo Continente. “Fue uno de los primeros europeístas”, explica Savater, “y el primero que dijo que Europa era un país compuesto de naciones. Y hoy todo eso nos puede parecer trivial pero en su época no era, desde luego, aceptado por todos. Esa capacidad suya de moverse por Europa, de esconder los males de un país en otro… hace de él una figura muy europea”.

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