domingo, 26 de junio de 2016

'BREXIT Y EL STALINGRADO ITALIANO'


           MOISES NAIM

Para entender mejor la potencia de las fuerzas que impulsan el huracán Brexit es útil recordar lo que pasó en 1994 en Sesto San Giovanni, un suburbio en el norte de Milán. En sus años de apogeo económico la zona se llenó de fábricas, obreros y combativos sindicatos comunistas. Tanto, que se hizo famoso como el “Stalingrado de Italia”. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1994, cada vez que había una elección local, regional, nacional o europea donde los habitantes de Sesto/Stalingrado tenían la oportunidad de votar, más de 80% lo hacía por el partido comunista o por su candidato. Esto cambió en 1994 cuando en el Stalingrado de Italia ocurrió un terremoto político tan inesperado como el de Brexit. Era un año más de la crisis que afectó duramente al sector industrial italiano. Ese también fue el año cuando Silvio Berlusconi, aliado con los partidos de derecha, se lanza como candidato y enfrenta directamente a la izquierda y –muy específicamente– a los partidos de origen comunista. Más de 80% de los habitantes de Sesto San Giovanni votaron por Berlusconi.
La crisis económica, la corrupción de los políticos y la desesperanza llevaron a los electores comunistas a darle una patada a la mesa y votar por alguien que simbolizaba la antítesis de sus candidatos tradicionales. Pero fuera de darles una oportunidad de protestar contra todo y contra todos los políticos “de siempre” a través de su voto, fue muy poco lo que los habitantes del Stalingrado italiano lograron para ayudar a Berlusconi a llegar al poder. El empresario, convertido en primer ministro ni produjo el “nuevo Milagro Italiano” con el cual había ilusionado a sus electores, ni mejoró las condiciones de los trabajadores ni hizo mucho contra la corrupción, otra de sus promesas que llevó a tantos a creer en él. En muchos sentidos elegir a Silvio Berlusconi como Primer Ministro fue un autogol que se marcaron los italianos, (¡cuatro veces!).
Los británicos acaban de hacer lo mismo. Quizás el ejemplo más temprano y más ilustrativo del autogol británico nos lo ha ofrecido el gobierno local del condado de Cornualles en el sureste de Inglaterra. El 56,5 de quienes sufragaron en Cornualles lo hicieron a favor de Brexit, lo que quiere decir que allí el entusiasmo con la ruptura con Europa es mayor que el promedio del Reino Unido.
Pero la celebración de esa victoria les duró poco. La misma mañana cuando se supo el resultado favorable a la salida de Inglaterra de la Unión Europea, el consejo de Cornualles emitió un llamado urgente en el que exigieron se les garanticen los 60 millones de libras al año que durante 10 años ha recibido de Europa. Y Cornualles no será el único caso de autogol. Una sorprendente estadística revela que las regiones del Reino Unido que más exportan a Europa fueron las más proclives a votar a favor de Brexit. Cabe suponer que en esas zonas será donde más puestos de trabajo se perderán al disminuir las exportaciones. Otro triste ejemplo lo ofrece la doctora Anita Sharma: “He dedicado mi carrera a la investigación sobre cáncer, que ha sido posible gracias a los fondos de la Unión Europea. Espero que los que votaron a favor de Brexit entiendan la devastación que esto va a causar en la Medicina”
La respuesta más común a este tipo de observaciones es que el voto a favor de Brexit fue motivado más por el temor al “exceso” de inmigrantes, y su impacto social y cultural que por cálculos económicos. Sin embargo, otra paradoja que revelan las estadísticas es que el temor a la inmigración es más anticipatorio que real. Las áreas donde más concreta y real es la experiencia con los inmigrantes votaron a favor de permanecer en la Unión Europea.
“Recuperemos el control”, es el eslogan que hábilmente utilizó la campaña a favor del Brexit. Esta es la ilusión –retomar un presunto control perdido– que se vendió bien en el Reino Unido y que se va a vender bien en otros países de Europa, por la cohorte de “terribles simplificadores”, demagogos y oportunistas que hoy proliferan en el continente. Los devastadores resultados de esta búsqueda de “control” tardaron solo horas en aparecer en Inglaterra. Entre otros, el más dramático es que la devaluación de la moneda que tumbó la libra esterlina a niveles de 1985 ya ha hecho contraer drásticamente la economía británica.
“Recuperar el control” le está resultando prohibitivamente costoso a los británicos. Y más aún porque es una ilusión falsa. En el mundo de hoy el control que prometen los demagogos no existe. Quizás esta sea una de las muchas lecciones que dejará el Brexit. Otra lección –que está por verse– es si las sociedades aprenden de los errores que otros cometen.
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