IBSEN MARTINEZ
Sebastian Haffner fue un joven berlinés que en 1938 se exiló a Inglaterra pues se consideraba ya una víctima aria de los nazis. Fueron millones los alemanes no judíos que no votaron por los nazis en septiembre de 1930. También ellos fueron víctimas de la dictadura que dio comienzo, irónicamente, con una jornada electoral.
Una vez en Inglaterra, Haffner se hizo periodista y trabajó muchos años para The Observer. Tras su muerte, en 1999, fue hallado entre sus papeles un manuscrito inédito que Haffner había terminado en 1939.
Publicado por primera vez a más de 60 años de haberlo escrito, Historia de un alemán es un texto imprescindible para comprender la paulatina aquiescencia con que una sociedad abierta se aviene a vivir en una dictadura. Haffner, desde luego, no ha sido el único intelectual europeo del siglo XX que ha examinado la operación intelectual y moral que lleva a un individuo a imbuirse de una especie de estupor político con el que cree que puede sobrevivir sin ser visto ni tocado por una dictadura de masas.
Uno se siente siempre tentado a creer que la historia se desarrolla entre unas docenas de personas que rigen el destino de los pueblos y de cuyas decisiones y actos resultará lo que, más adelante, será denominado Historia
“La historia que va a ser relatada a continuación” —con estas palabras aborda Haffner el primer capítulo— “versa sobre una especie de duelo. Se trata del duelo entre dos contrincantes muy desiguales: un Estado tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo particular, pequeño, anónimo y desconocido”.
Este duelo, observa Haffner, no se desarrolla por completo en el campo de lo que comúnmente se considera la política, sino en el fuero íntimo del individuo sujeto a ese Estado y quien, a partir de un cierto momento, se coloca claramente a la defensiva. No pretende más que salvaguardar aquello que, mal que bien, considera su propia personalidad, su propia vida y su honor personal. Haffnner se impone dar cuenta del modo insidioso y “natural” con que una dictadura, vista al principio con mucha antipatía por la mayoría, termina por convertirse en su hábitat moral.
Con ser solo una crónica de cómo tomó Haffner la decisión de exilarse tempranamente de la Alemania nazi, es también un tratado acerca de cómo funcionan los seres humanos cuando les toca perder el duelo “asimétrico” con el Estado dictatorial. “Todos los baluartes institucionales habían caído, era imposible ya cualquier tipo de resistencia colectiva y la oposición individual era una especie de suicidio. Los nazis nos tenían completamente en sus manos (...) Y, al mismo tiempo, todos los días nos instaban no ya a rendirnos, sino a pasarnos al bando contrario. Bastaba un ligero pacto con el diablo para dejar de pertenecer al bando de los prisioneros y perseguidos y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y perseguidores”.
Es aquí donde calza una de sus observaciones más sugestivas y que me remiten a la idea del duelo desigual entre el Estado y el individuo particular que hoy, en vísperas de un revocatorio obstaculizado de mil modos por Maduro, se libra en Venezuela: “Uno se siente siempre tentado a creer que la historia se desarrolla entre unas docenas de personas que rigen el destino de los pueblos y de cuyas decisiones y actos resultará lo que, más adelante, será denominado Historia, pero, aunque pueda sonar paradójico, no deja de ser un simple hecho que las decisiones y los acontecimientos históricos realmente importantes tienen lugar dentro de nosotros mismos, seres anónimos, en las entrañas de un individuo cualquiera, y que ante estas decisiones masivas y simultáneas, cuyos responsables a menudo no son conscientes de estar tomándolas, hasta los dictadores, los ministros y los generales más poderosos se encuentran completamente indefensos”.
@ibsenmartinez
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