domingo, 5 de junio de 2016

ESCRITURA CON PROPÓSITO

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                    ELIAS PINO ITURRIETA


Cuando el país estaba sumido en el agujero perezjimenista, Mario Briceño Iragorry escribió páginas marcadas por un pesimismo pocas veces manifestado en las letras venezolanas. El predominio de una militarada mediocre, pero también la sumisión de las llamadas fuerzas vivas y del pueblo en general, hicieron que el historiador ofreciera diagnósticos terribles sobre el sendero de una sociedad condenada a la abyección. Su tinta cargada de dolor se retorcía ante la necesidad de proclamar la condena de una colectividad sin salvación. Su conciencia sentía la obligación de moverse tras el objetivo de anunciar la clausura de la república que existió alguna vez, pero que vivía su declive más lacerante sin darse cuenta de que era un asunto que le concernía y del cual era responsable.
El título de uno de sus ensayos de mayor profundidad, Mensaje sin destino, da cuenta de cómo consideraba la cercanía de un apocalipsis nacional. No escribía para nadie, de acuerdo con el encabezamiento del texto, sino solo para cumplir una misión de humanista. Advertía sobre la inminencia de un fatídico final de naturaleza histórica, ante cuya llegada la resistencia sería seguramente baldía. Si nada se había hecho para detener el advenimiento de una de las dictaduras más opacas y rapaces de todos los tiempos, y después se celebraban las glorias del “Nuevo Ideal Nacional” sin el menor atisbo de vergüenza, llenaba cuartillas para salvar su compromiso personal con la decencia sin contar con la posibilidad de que los lectores pensaran sobre la cuota de incumbencia que les correspondía en el drama. Escribía un ensayo inútil, como había anunciado en la portada.
¿Manifestaba Briceño Iragorry una desilusión sin destinatarios, que el futuro confirmaría? El estercolero del chavismo sería la corroboración de su análisis. Mediante la más ligera analogía se llegaría a la conclusión de que, en materia de cloacas y oscuridades, la sociedad ha llegado hoy a mayores escalas de degradación. ¿Acaso no celebró hace una década, con bombos y platillos, el advenimiento de lo que sería uno de los capítulos más deplorables de su evolución? ¿Acaso en una comparación entre la impudicia de ayer y la impudicia de hoy no se llevaría medalla de oro la segunda? Ciertamente este tipo de parangones se presta para desenlaces discutibles, pero no es inoportuno señalar que, sin el adecuado respeto de las precisiones, una ilación de porquerías y complicidades desemboca siempre en hoyo fétido, o en la parálisis generalizada de valores sobre la cual reflexionó el autor en medio del desgarramiento.
Sin embargo,  el mensaje de Briceño Iragorry tuvo destino en su tiempo. Se leyó en los pasillos de las universidades y en los rincones del Instituto Pedagógico, para ser acicate de una juventud que lo aclamó cuando regresó del exilio y lo consideró como una reserva moral que se debía utilizar en una faena pendiente de regeneración. Ni siquiera los esbirros del dictador pudieron impedir las reuniones que ocurrieron para discutir el texto. Le sobraron entonces lectores a sus páginas, para que el pesimismo de una lámpara  solitaria no se convirtiera en fatalidad. En  el fondo de su sensibilidad el autor sabía que no escribía para que el viento se llevara sus letras.
Probablemente los venezolanos comunes de la actualidad no las hayan conocido, pero se sintieron convocados por su angustia cuando dieron la cara contra la arbitrariedad y la indignidad en las elecciones parlamentarias, cuando hicieron gala de su necesidad de rescatar los valores pisoteados por la nueva militarada. A tales valores quiso hacer ofrenda postrera, en sus horas de desencanto, uno de los pensadores más importantes de Venezuela. Pero siento que las han ignorado de manera olímpica los líderes de la oposición, seguramente más aficionados a la lectura que la mayoría de los electores y quizás más estudiados, pero demasiado modosos ante la militarada, excesivamente vacilantes y aun tolerantes con la mediocridad y la ladronería,  cada vez más distanciados del civismo masivo que la sociedad está estrenando. En consecuencia, este artículo termina con una sugerencia: lean en conjunto a don Mario antes de la próxima reunión de la MUD.

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