6 lecciones de filosofía que los políticos podrían haber aprendido
JAMIME RUBIO H.
EL PAIS
El Congreso ha pactado que la ética y la filosofía vuelvan a ser obligatorias
en 4º de secundaria y en 1º y 2º de bachillerato, como antes de
aprobarse la ley de 2013. Tras estos cinco años de sequía, hemos
preguntado a varios filósofos qué podrían haber aprendido los políticos
en las clases de esta asignatura.
Eso sí, siempre teniendo en cuenta que “la filosofía no nos va a hacer mejores personas”, como recuerda Andrea Greppi,
profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III. Aunque
“tener una mínima familiaridad con los grandes problemas de la filosofía
y el pensamiento ayuda a tener un poco de sensibilidad, sobre todo con
el lenguaje y las palabras que usamos”.
Además, la filosofía tiene una vertiente práctica y social, como subraya Ana Carrasco Conde. Esta filósofa, autora de En torno a la crueldad,
recuerda que, por ejemplo, el presocrático Tales de Mileto fue
legislador en su ciudad y que tanto Sócrates como Protágoras querían
enseñar a sus discípulos a ser buenos ciudadanos.
De la filosofía se puede aprender, entre otras cuestiones, a:
1. Debatir de forma racional
Eduardo Infante
es profesor de Filosofía en un instituto de Gijón. Una de las cosas que
enseña a sus alumnos es a distinguir un argumento racional de una
falacia. “Buscamos ejemplos en la vida real y el Congreso hoy en día es
una mina”. Recuerda un ejemplo reciente que usaron en clase: el vídeo de
Gabriel Rufián llamando “palmera” a Beatriz Escudero, diputada del Partido Popular. “Los alumnos dijeron que era un ad hóminem como una casa. Es uno de los errores más graves en un diálogo racional. No se puede descalificar”.
“Se necesita ética para dialogar”, apunta Sissi Cano
Cabildo, profesora de Filosofía Política de la Universidad Complutense
de Madrid. “Los políticos se atacan, se interrumpen, no escuchan las
críticas… No cumplen con los mínimos para establecer un diálogo”. Cano
recomienda leer a Jürgen Habermas y sus ideas sobre la ética del
discurso, en las que defiende la participación política de todos los
ciudadanos.
Greppi recuerda que el Parlamento “nunca ha sido ni tiene
que ser un seminario de filosofía. Pero los debates sí podrían tener
cierto componente pedagógico y prestar atención a la coherencia entre lo
que se dice y lo que se hace para que los ciudadanos pudiéramos
aprender algo”.
2. Reconocer nuestros errores
Para tener claros nuestros objetivos y nuestros límites
hemos de conocernos a nosotros mismos. Como decía Sócrates, “una vida no
examinada no merece ser vivida”. Y, a menudo, ese examen llega a la
conclusión de que hemos cometido errores.
Los políticos también se equivocan. Por ejemplo, Pedro
Sánchez no acertó en el nombramiento de dos ministros que tuvieron que
dimitir (Màxim Huerta y Carmen Montón). Carrasco Conde apunta que cuando
se le pide a Sánchez o a cualquier político que rectifique, “se lo toma
como un insulto. No debería ser así. Si uno tiene claros sus objetivos,
tiene que saber que también se puede equivocar”. Y resume: “Se critica a
quien cambia de opinión y se valora positivamente a quien cree
ciegamente en sus ideas en lugar de defender lo mejor para todos”.
“El diálogo no es una competición en la que se tenga que
derrotar al otro”, añade Infante. Hay que estar preparados para admitir
que estamos equivocados o, al menos, “que en el discurso del otro
también hay verdad”.
3. No coger sobres (esta es fácil)
Mariano Rajoy dimitió en junio tras una moción de censura motivada por la sentencia del caso Gürtel.
No hace falta ser catedrático de ética para saber que “coger un sobre
está mal”, apunta Carrasco Conde. El problema es cuando se pasa a creer
que es normal porque todo el mundo lo hace. “Entonces caemos en la
banalidad del mal”, dice, citando a Hannah Arendt. “Usamos a los demás seres humanos como medios y no como fines en sí mismos”, explica, citando esta vez a Kant.
La filósofa recuerda que los códigos éticos, como el que recientemente ha aprobado el PP,
solo son “reglamentos de conducta”. La ética va más allá: “Es la
autorregulación del individuo y es válida para todos los ámbitos de la
vida. Coger sobres está mal seas político o no”.
Eso sí, la culpa no es solo de los políticos: “¿La sociedad
virtuosa se consigue gracias políticos virtuosos? ¿O es al revés y es
una sociedad virtuosa la que elige a políticos virtuosos?”, se pregunta
Infante, que hace mención a otra experiencia en una de sus clases: pasó
un examen tipo test, un alumno lo fotografió y compartió las preguntas
con los otros dos grupos que harían la prueba más tarde. Esto le llevó a
iniciar una serie de clases sobre la corrupción. “No la corrupción en
general, sino la suya, para que se preguntaran qué modelo de sociedad
queremos crear y si la ejemplaridad solo la debe tener el político o
todos nosotros”.
Coincide Cano Cabildo, que apunta que "todos tenemos una
responsabilidad pública”. De hecho, los políticos también son
ciudadanos, como recuerda Carrasco Conde. “Los que nos gobernarán dentro
de 30 o 40 años ahora están en el colegio y una formación filosófica
les puede ayudar a ser más conscientes”.
Claro que todo esto, resume Carrasco Conde, “no es útil para el
sistema. No se puede integrar como una herramienta más”. De hecho, en
muchas ocasiones puede ser hasta “un incordio” ya que su función es “dar
valor y cambiar y transformar la sociedad”. Esta pensadora recuerda que
ya Sócrates fue condenado a muerte y que los totalitarismos siempre han
prohibido y perseguido a los filósofos.
4. Defendernos de las mentiras
“Facturé a través de una sociedad limitada y no era ilegal en ese momento”. “No hay ningún militante
de ahora condenado”. Estos son algunos ejemplos de mentiras (o medias
verdades) pronunciadas en los últimos meses por políticos, a quienes se
acusa a menudo de maquillar la verdad, especialmente en campaña.
Un político que sepa filosofía podría estar tentado de usar
este conocimiento para el mal y recurrir a la idea de la “mentira
noble” de Platón, es decir, de las historias que se cuentan para
salvaguardar el orden moral. En el otro extremo, Kant sostenía que no
debemos mentir nunca. Ni aun cuando un asesino nos preguntara dónde
podría encontrar a uno de nuestros amigos para matarlo.
Infante opina que el imperativo categórico de Kant es “una
utopía moral” y subraya su carácter formal. Es decir, no prohíbe nada
explícitamente (como “no mientas nunca”), sino que nos pide que obremos
de tal modo que cualquier otra persona sea para nosotros siempre un fin y
nunca un medio. Es decir, “nos está pidiendo que pensemos antes de
actuar”. Si mentimos a alguien para conseguir su voto, estamos usando a
esa persona como una herramienta en nuestro propio provecho.
A Greppi no le preocupa tanto que los políticos mientan
como el hecho de asegurar que los ciudadanos tengamos herramientas para
desmontar esas mentiras. Y para esto es importante que haya “momentos en
los que la conversación no esté en manos solo de la propaganda y el
marketing, y se pueda iniciar un diálogo con sentido”.
5. Diferenciar entre las apariencias y la sustancia
Maquiavelo escribía en El Príncipe sobre la
importancia que tiene la reputación: “No es necesario para un príncipe
tener las buenas cualidades que he enumerado, pero es necesario
aparentarlas”. Esto puede recordar a los escándalos recientes con los másteres regalados. No es importante haber aprendido algo en clase, basta con tener el título en el currículum.
“Esto muestra la idea que tienen nuestros políticos de lo
que creen que es la educación -explica Greppi-. Y traiciona su mala
conciencia por no estar a la altura. Creen que pueden cubrir esa
insuficiencia con un papel”.
Un papel que no debería hacer falta. Infante recuerda la
figura de Jean-Paul Sartre en Francia. “Cuando había cualquier problema o
debate, los periodistas le preguntaban su opinión y salía publicada al
día siguiente en los periódicos. Su valía intelectual y el respeto que
se le tenía no venían de sus títulos académicos, sino de ser una persona
que buscaba siempre la verdad”. Cuando respetamos a alguien, no
necesitamos que nos enseñe sus notas. Y añade: “La filosofía se preocupa
por buscar el ser detrás de las apariencias”.
6. Recordar que muchos problemas nuevos en realidad tienen siglos
En una ocasión, Infante dio a leer a sus alumnos el
discurso que Trasímaco dio ante la Asamblea Ateniense durante la última
etapa de la guerra del Peloponeso. Este contemporáneo de Sócrates
aconsejaba a los partidos que evitaran las luchas partidistas para que
la ciudad no se hundiera. “Si cambias la guerra del Peloponeso por
Cataluña, te das cuenta de que su discurso es actual”.
Infante recuerda que muchos de los conflictos que vivimos
no son nuevos y que muchas de las soluciones ya se han pensado antes,
por lo que recomienda a los políticos que lean (o relean) a los
clásicos. “La filosofía tiene 25 siglos de experiencia”. Coincide
Greppi, que también recomienda la lectura de los grandes autores, que
“han construido nuestra manera de entender la política y la vida”.
“La historia de filosofía no es solo historia del pasado.
La filosofía está viva y ayuda a construir futuros mundos posibles”,
dice Carrasco Conde. “En manos de los políticos o de cualquier persona,
nos enseña a no ponernos precio y a luchar por lo que tiene valor”.
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