¿ES USTED DIALOGUISTA?
FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
A decir verdad, yo no sé si esto de que
hemos entrado en la era de posverdad es verdad. Tan solo porque desde el
nacimiento de la especie andamos enredados en mentiras. Esa comedia de
equivocaciones de Adán y Eva es nuestra condena originaria. Lo que sí
debe ser cierto es que ahora hay más mentirosos que nunca, porque miles
de millones pueden decir lo suyo por las llamadas redes, hasta
profesionalmente, y por el expansivo poder de los medios. Porque
despropósitos grandotes como el brexit, Trump, Putin o
Bolsonaro, entre inagotables ejemplos, siempre los hubo. Y,
probablemente, seguirá habiéndolos hasta el Juicio Final.
Metidos entonces en esta tormenta de
información, la hay muy buena también, la orientación de cada quien es
muy dificultosa. Yo quisiera solo hablar de un fenómeno casero y
limitado, que se puede ubicar en ese campo. Y es la equivocidad de una
palabra de amplio y sonoro uso opositor que pronunciada por unos u
otros, y los mismos en disímiles circunstancias, significan cosas muy
diversas y hasta contradictorias.
La de diálogo es la cosa. En la boca
de algunos opositores, algunas veces, implica la blandenguería cómplice,
el colaboracionismo con la dictadura, y, claro, zapateros… traición en
última instancia. En el lado opuesto puede significar madurez y sensatez
políticas, vocación de paz y reconciliación, emulación de gloriosos
guerreros vietnamitas, centroamericanos, chilenos y una larga lista de
patriotas. Hasta aquí una contradicción simple.
Pero es que resulta que los
antidialoguistas pueden tranquilamente decir, en ciertas ocasiones, que
son conscientes de que el diálogo (o sus sustitutos para ni nombrarlo:
transacción, acuerdo, negociación...) sí, por supuesto, es el final más
lógico. Pero a su manera, no la de la entrega al enemigo, no el de Santo
Domingo, que de alguna manera aprobaron, de paso, al menos con su
silencio. Y los dialoguistas habituales a menudo pueden ser enfáticos al
negarse a no caer en ominosas trampas conversacionales; por ejemplo, la
AN y Juan Pablo Guanipa se acaban de negar rotundamente a dialogar con
un gobierno tan letal. Hay que anotar que el ritmo con que se baila
depende mucho del contexto internacional que, a fortiori, tiene
que hablar formalmente siempre de diálogo, reglas internacionales
obligan, pero que sin formalismo hablan en los contradictorios sentidos
apuntados, salir de Maduro o hablar con Maduro para que se vaya.
A mí me parece particularmente
apasionante la reciente posición sobre la España del PSOE. Confieso que
no sé bien a qué atenerme. Claro, hay los bolsorianos del teclado que
olvidan que el PSOE es el partido que en lo fundamental parió la España
democrática y próspera de hoy y no un émulo de Pol Pot, lacayo de
Podemos y trinchera de zapateros. Pero es verdad que Borrel dice con
otro tono, que Rodríguez Zapatero es un ex vicepresidente del partido y
que hay deslices en los términos de la nueva postura formulada en el
idiolecto diplomático; a veces con metidas de pata como la del embajador
local que acaba de decir, más impropiamente de lo debido, que el
gobierno madurista ha hecho esfuerzos loables por dialogar y Rodríguez
Zapatero por liberar presos políticos. O el mismo Borrel, que reclamó
diplomáticamente que Almagro le dijera estúpido al ex presidente, cuando
es una obviedad. Pero al fin y al cabo Borrel ha terminado por decir
que su posición es la de por todos bien querida Mogherini y la Unión
Europea que, además de sancionadores, van a nombrar una especie de grupo
para el diálogo, es decir, que hay para todos.
Total que, salvo los pocos que osan
dar vivas a la invasión y los más numerosos que apuestan por los golpes,
aunque muchos inhibidos desean lo uno y/o lo otro, los demás andamos
indecisos sobre si se debe ser dialoguista, incluso si se dan las
debidas condiciones. Y estas son, al menos: que a Rodríguez Zapatero no
se le deje entrar ni siquiera al país elegido para el evento; que no sea
en República Dominicana, demostradamente pavosa para estos asuntos, y
que le pidamos a Maduro que se vaya al diablo con su séquito, a cambio
de que nos hagamos los desentendidos, por un rato, mientras se
resguardan de sus imperdonables pecados. Dudamos cartesianamente.
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