LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
La declaración del exembajador Brownfield, afirmando que la forma de
resolver el problema de Venezuela es provocando el colapso total del
país, me generó angustia y rechazo, pese a entender que su planteamiento
está hecho desde la solidaridad.
Esta no es una propuesta nueva. Es el mismo racional que propulsó
sanciones y aislamiento de muchos países en la historia. Parte de la
premisa de que la destrucción inducida del sistema económico de un país
generará el estímulo necesario para que el pueblo saque al abusador del
poder. No voy a fijar posición ética sobre este tema. Me concentro en
analizar sus posibilidades de éxito.
Arrancando por
la historia, el resultado de esta estrategia ha sido bastante pobre. Las
sanciones de Estados Unidos contra algunos regímenes latinos fueron
poco determinantes en la historia de sus cambios políticos. Las
sanciones contra Rusia han sido decepcionantes en resultados. El éxito
contra el régimen de Zimbabue fue nulo. Las sanciones contra Serbia no
disuadieron de la invasión en Bosnia. Las sanciones de la Unión
Soviética contra China, Yugoslavia y Albania no surtieron efecto. La
historia de sanciones y aislamiento contra Cuba forma parte de los
anales del fracaso más rotundo de la historia. En el caso de las
sanciones contra Irán, la unidad global en el mundo produjo algunos
cambios de conducta, pero el resultado final es que el gobierno sigue en
pie y su acción es aún impresentable. Lo de Corea del Norte es un
poema. Podríamos decir que un caso de éxito es el de Sudáfrica, donde
muchos años de sanciones (y sacrificios del pueblo) ayudaron al cambio,
pero determinado por una oposición interna férrea y un liderazgo
estructurado e identificable, que por aquí no fumea.
Es
tan evidente la debilidad de las sanciones generales, que la ONU se
concentra en las sanciones personales, totalmente distintas, con mucho
más impacto en términos de fracturar la elite dominante. Llaman a estas
últimas: sanciones inteligentes, como contraposición a las generales,
que quedan implícitamente definidas por el antónimo.
Una
sanción que conduce al “colapso”, produce un deterioro brutal,
afectando a gobierno y pueblo a la vez. Cuando esa sanción no es
acompañada por toda la comunidad internacional, incluyendo China, Rusia e
India, estos permiten un nivel de subsistencia al gobierno en el poder,
quien aunque empobrecido, es el único que tiene algo que repartir y
lejos de debilitarse políticamente, se fortalece, convirtiéndose en el
“Big Brother” del charquero.
Algunos dicen que
no importa que las sanciones provoquen colapso, porque el país está
colapsado; que el pueblo no puede estar peor y se necesita el sacrificio
para provocar el cambio. No saben lo que están diciendo. El “colapso”
es infinitamente peor a lo que estamos viviendo y lo sufre el pueblo que
vive dentro y sin garantía de ningún cambio que mejore su vida a
futuro. La mayoría de los venezolanos, viviendo en Venezuela, rechazan a
Maduro pero también rechazan mayoritariamente las sanciones generales
contra el país porque creen (o saben) que estarán peor. A la luz de la
historia… parecen tener razón.
Coincido con la
mayoría de los venezolanos que se encuentra abrumada por la crisis
económica y la violación regular de derechos políticos, económicos y
humanos. Deseamos el rescate inmediato de la democracia, evidentemente
perdida. Pero ese deseo no debe hacernos susceptibles a cantos de
sirena, de quienes no tienen que asumir los costos brutales de los
errores cometidos. Llevar al país al colapso total, lejos de ayudar a la
solución del problema, nos aleja de ella, empeorando aún más la
situación precaria en la que vive la mayoría del país, sin altas
probabilidades de lograr un cambio… sino todo lo contrario.
luisvleon@gmail.com
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