CARLOS RAUL HERNANDEZ
Ilegalización de partidos y sindicatos, persecución de activistas,
censura de prensa, espionaje generalizado, odio, tortura, asesinato,
cárcel y exilio a la disidencia, son factores constitutivos de esas
desgracias llamadas “revoluciones”, que en los siglos XX y XXI crearon
sistemas absolutistas, a diferencia del XVIII. Los derrocamientos de
dictaduras que no pretendieron derivar a un “nuevo orden social”, como
el 23 de enero de 1958, “la revolución de las fantasías” según Domingo
Alberto Rangel, afortunadamente no fueron revoluciones. Por cierto, la
mayoría de las dictaduras se derrumbaron electoralmente, pese a lo que
dicen las cherchas.
Que revolucionarios de izquierda
y de derecha busquen clausurar la política no es casualidad, ya que
Hegel y Marx, los dos más grandes pensadores del “fin de la Historia”
concibieron que eso tenía que ocurrir. Marx, un utopista brillante,
escribió que, como en el comunismo los trabajadores serían dueños de la
riqueza y la sociedad se autogobernaría, no eran necesarios política ni
Estado, pues el gobierno sería una mera administración de actividades y
cosas. Para Hegel los fines que habían impulsado la marcha de la
Historia, los ideales ancestrales de justicia y libertad, se habían
materializado en el Estado prusiano.
Por eso
en el siglo XX los marxistas y nacionalsocialistas implantaron a sangre y
fuego el fin de la política, es decir, del pluralismo y la lucha por el
poder. Lenin y Trotsky fundaron una monstruosa dictadura totalitaria y
el primero, moribundo, descubrió que su discípulo más destacado, Stalin,
garantizaba un futuro peor de lo que ya habían creado. Hitler se
propuso explícitamente “destruir la herencia de la revolución francesa” y
naturalmente no se refería a los abominables crímenes políticos y
humanos de Robespierre.
Repetir el Terror
Disparaba
a la etapa liberal que comienza con la Declaración de los Derechos del
Hombre de 1789 y termina en 1793 con el Terror de Maximiliano
Robespierre, al que más bien Hitler reproduce. La habilidad de los
luchadores democráticos exitosos contra dictaduras, fue actuar
inteligentemente y con cuidado extremo para reconstruir paso a paso
algunos pilares del Estado de Derecho que condujeran a procesos
electorales, en los que sucumbieron más de 90% de los regímenes
autoritarios. En Venezuela ha ocurrido exactamente el proceso inverso,
que pasará a la historia de la candidez humana.
Las
fuerzas democráticas han actuado sistemáticamente a lo largo de 20 años
para perder por torpeza y demencia, las garantías liberales que la
revolución estaba desesperada por eliminar. Así como argentinos,
chilenos, peruanos, uruguayos, brasileros, salvadoreños, comenzaban con
comisiones de Derechos Humanos, fundaban periódicos o introducían
sutiles planteamientos democráticos en los existentes, luchaban por la
libertad de los presos hasta llegar a pedir elecciones, y luego
ganarlas, en Venezuela ha sido al revés.
Incursiones
irracionales, suicidas, dirigidas por improvisados y antipolíticos, y
políticos ambilados, fueron sacrificando uno a uno los recursos de la
democracia: periódicos, televisoras, emisoras de radio, Poder Judicial,
fuerza militar, Pdvsa, gobernaciones, alcaldías, partidos políticos,
acuerdos en República Dominicana, hasta llegar al colmo de los colmos:
la abstención en las elecciones presidenciales este año. En actos de
locura, como el toro que embiste contra el burladero y se desnuca,
despalillamos las reservas de fuerza democrática. Nunca se ha visto nada
semejante.
Absolutismo por las buenas
La
izquierda revolucionaria trabajó para destruir la política, los
mecanismos mencionados en los que cristalizaba la fuerza democrática, y
la derecha revolucionaria ha hecho exactamente lo mismo al promover el
abandono de los espacios institucionales. Hoy ya no existe política
reformista, de centro, sino un gobierno absolutista e ilimitado, sin que
haya costado una guerra civil, ni fusilamientos ni golpes de Estado,
sino el auxilio al gobierno de radicales y abstencionistas. Ante la
ausencia de política, el único enemigo de la permanencia del status es su incapacidad para darle una orientación medianamente normal a la economía.
Luego
de largos meses de errores, hoy la comunidad internacional parece
comenzar a comprender cómo la despolitización del abstencionismo
atornilló al gobierno y liquidó la esperanza. Frente a la obscuridad, la
Unión Europea, en lenguaje políticamente correcto, declara un núcleo
importante: la necesidad de conseguir interlocutores e iniciar
negociaciones para buscar salidas antes que el orden de cosas termine de
fraguarse. Captaron que no promover el regreso de la política es
sentencia de que las nuevas estructuras se hagan impenetrables. Pero el
radicalismo opositor, responsable directo, evidencia su incapacidad
para medianamente entender la realidad.
Lo
único que hacen es repetir la frase lamentable, decúbito dorsal de la
inteligencia: negociar es criminal. No son capaces de articular una idea
útil, concreta, ni una aproximación seria a la realidad. Consignas
huecas, vanidades ridículas, ambiciones, descomedimiento, fantasmagoría,
sustituyen el mínimo mobiliario que debe tener la cabeza de alguien que
pretenda dirigir a otros. Si por algún golpe de dados llegaran al
poder, la desgracia de los venezolanos se mantendría y profundizaría. El
final de la política.
@CarlosRaulHer
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