GUSTAVO TARRE
EL NACIONAL
Cuando los historiadores del futuro, por
allá en el año 2050, analicen la caída de Nicolás Maduro, dirán, sin
duda alguna, que no podía suceder otra cosa: pocas veces en la historia
de la humanidad un gobierno ha acumulado tantos errores, tanta
ineptitud, tantos fracasos, tantos engaños, tantos robos, tantos
crímenes como lo ha hecho el de Maduro y su pandilla. Ante tantos
desatinos, era imposible que el actual presidente permaneciera en el
poder. Pero pasan los días y, como el dinosaurio de Monteroso, Maduro
todavía está allí. Acertadamente, frente a la tragedia que parece no
tener fin, Michael Penfold se pregunta si
Venezuela no está “en punto muerto”.
Venezuela no está “en punto muerto”.
A pesar de “tener todos los planetas
alineados en su contra”, como bien lo señaló el director de este diario,
el dictador sigue en Miraflores y sus paniaguados mantienen su vida de
derroche, engaño, ineptitud, represión y latrocinio.
¿Por qué? La pregunta la recibimos a diario y nos la hacemos todos los venezolanos y todos los demócratas del mundo.
Algunos piensan, y no sin razón, que
la represión es demasiado fuerte, que los cubanos son demasiado eficaces
y que la desesperanza ha arropado todo amago de rebelión. Los que
resistían se fueron y los que quedan tienen que preocuparse por
conseguir comida y medicinas. Sin duda, tienen algo de razón.
Otros opinan que el problema es que
no hay oposición. Estos, en mi muy humilde opinión, están equivocados.
Todos los días, a través de todos los medios de expresión disponibles y
en miles de protestas callejeras, los opositores esgrimen sus razones,
rechazan el desastre del gobierno, condenan las violaciones de la
Constitución y de los derechos humanos y proponen un país alternativo.
Porque se “oponen”, son perseguidos, encarcelados, torturados, exiliados
y asesinados. ¿Cuántos mártires más harán falta para acabar con esa
conseja?
Más acertada puede ser la siguiente
aseveración: el chavismo y ahora el madurismo se mantienen porque la
oposición no está unida. Aquí el tema se presta a una mayor discusión y
se presentan diferentes puntos de vista, muchos de ellos coherentes y
válidos.
Adelanto mi opinión: la unidad no es
una alianza política perfecta en la que todos dicen y actúan de una
misma forma, convencidos de que el camino es uno solo que todos deben
seguir con fe y entusiasmo. Esa Unidad-Panacea no puede existir entre
gente pensante, con convicciones e intereses diversos y democráticamente
expresados. La unidad debe ser la comunidad de verbo y acción en torno a
una meta concreta: la salida del gobierno.
El “cómo”, el “cuándo”, el “para qué”
y el “con quién” son los temas que hay que resolver. La discusión debe
ser sin exclusiones, sin posiciones a priori, sin pensar que yo tengo
la razón y quien disiente es un traidor, “alcanzado por la chequera del
gobierno”.
Lo que le ha faltado a la oposición
ha sido el debate sincero y alejado de sectarismos y afanes
protagónicos. Siempre he pensado mal de quien siempre tiene razón. Las
equivocaciones han sido infinitas y de ellas los opositores debemos
aprender mucho. Lo que rechazo es la creencia de que yo nunca me
equivoqué, que los errores siempre son de otros. No puede plantearse el
debate entre los puros e incorruptibles y los entreguistas,
colaboracionistas y vendidos. Tampoco puede pensarse que la prudencia y
la sabiduría están de un solo lado y que los demás son unos aventureros
cortoplacistas y ajenos al “realismo” político. Lo que realmente
importa es convencer al pueblo y no buscar los aplausos de algún
twittero trasnochado. Hay que combinar, en lenguaje de Weber, la ética
de la responsabilidad con la ética del compromiso.
Se me dirá que ya basta de
discutideras y de reuniones o encerronas interminables y estériles. Yo
contesto que ya basta de imposiciones inconsultas y de intolerancia.
Hablando se entiende la gente, dice el refrán.
Con la discusión se producirá una
sana decantación. Es muy probable que no todos lleguen a acuerdos, pero
me bastaría con que se establezcan áreas de entendimiento y metas
comunes, sin exclusiones previas dictadas por inquisidores poseedores
del monopolio de la verdad y de la pureza en la lucha. Alcanzado el
consenso más amplio que se pueda, si queda alguien que no quiera
sumarse, seguirá su camino propio y muy posiblemente la historia se lo
cobrará.
¿No cree el lector que el tema de
votar o no votar, ya sea en un referéndum sobre la nueva Constitución o
en las elecciones municipales, merece ser discutido? Muchos pensamos
que en las condiciones actuales no se debe participar en ninguna
elección, y tenemos muchas razones, pero no podemos negarnos a oír otras
opiniones.
¿No sería bueno unificar criterios
con relación a lo que podemos esperar y en consecuencia pedir a la
comunidad internacional? Formo parte de quienes creen que el problema
debe ser resuelto por los venezolanos, sin por ello desconocer la ayuda
que puede venir de afuera. Pero no podemos negarnos, precisamente
porque las convicciones son firmes, a discutir con quien sea.
¿Cuál debe ser el rol de la Asamblea
Nacional? Estoy seguro de que la mayoría del país piensa que tener de
nuestro lado a la única expresión legítima de la voluntad popular nos da
una fuerza imbatible, pero, ¿por qué negarse a discutir con quien
piense que hay que prescindir de ella. Vengan, expliquen por qué creen
en lo que para mí es un disparate irresponsable.
Así podríamos seguir enumerando
temas, pero lo importante es que la discusión debe darse, sin
prepotencias, sin exclusiones, sin prejuicios, sin descalificaciones y,
sobre todo, dejando de lado los intereses subalternos y politiqueros que
siempre acompañan a quienes prefieren ser cabeza de ratón que cola de
león. Nadie tiene el monopolio de la verdad, y mucho menos el de la
“pureza”. Vagabundos hay en todas partes y en todos los partidos. No
deberían andar lanzando piedras quienes no están libres de toda culpa,
ya sea por acción, por omisión o por andar mal acompañado.
Nada de esto es nuevo en nuestro
país. Me viene a la memoria una frase de Mariano Picón Salas escrita en
1940: “Me fatiga ya la lucha desleal que se hace en Venezuela, que no se
realiza en torno a opiniones, ideas o grupos organizados, sino en el
mampuesto de los chismes y las intrigas”. Solidarizándonos con la
postura del gran ensayista, tratemos de que mañana, al despertar, el
dinosaurio ya no esté allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario