RAMON PEÑA
Para los venezolanos, la escasez se ha instituido como el signo de
nuestros tiempos. Escasez alimentaria, de salud, de honestidad, de
progreso, de idoneidad, de servicios publicos y hasta de futuro. Pero a
contramano de tanta penuria, nos ha saturado la abundancia de dos plagas
retóricas: las mentiras y las promesas.
Esta semana ha sido particularmente intensa. Soslayando la viciosa
hiperinflación y el crónico estancamiento económico, nos han garantizado
que, como parte de la “recuperación económica en marcha”, disfrutaremos
de unas “navidades en felicidad”. Que habrá abundancia de comestibles,
porque “¡90% de los alimentos que llegan a nuestras mesas son producidos
en el país!” (como si pudiera ocultarse el origen de las sobre
preciadas cajas Clap empacadas en México.). Pronto vamos a “ producir
todo en Venezuela”, porque ya estamos a punto de ser un “país-potencia.”
Cuando creiamos haberlo escuchado todo, nos inflan el orgullo patrio
con esta gran noticia: “¡Vamos a llenar a China de productos made in
Venezuela…!”
Es el verbo del sucesor y buen discípulo de quien fuera maestro en
embustes y ofrecimientos engañosos, de aquel que juró por su propio
pellejo erradicar los niños de la calle, convertir en vergel el eje
Orinoco-Apure, freirle la cabeza a los corruptos y hasta construir un
tubo que llevaría nuestro gas natural hasta la mismísima Patagonia.
Curioseando la sugestiva obra del catedrático español Don Pancracio
Celdrán Gomariz, titulada Inventario general de insultos, un diccionario
de históricos cantos rodados de la lengua castellana que describen
miserias de sus hablantes, nos topamos con un vocablo que se acerca a la
suma de descaro y burla de estos dos personajes:
“Cantamañanas: sujeto irresponsable y pesado, mezcla de donnadie y
zascandil, que llevado de su propia osadía, es capaz de comprometerse a
cosas que a todas luces es incapaz de realizar.”
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