viernes, 12 de octubre de 2018

Entre la mentira totalitaria y la posverdad populista

por Wolfgang Gil Lugo

PRODAVINCI

 “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. 
George Orwell

La apariencia es lo que vale
En la Zona Desmilitarizada entre las dos Coreas, existe un pueblo muy lindo. Desde la distancia, se pueden ver pequeños edificios de varias alturas, de paredes blancas y tejados azules, rodeados de una grama cuidadosamente cortada. Los edificios cuentan con electricidad, cosa excepcional en la zona. De noche, el poblado se ilumina. De día, a través de los binoculares, se puede ver a los habitantes paseando, haciendo deporte o camino al trabajo. Todo es una gran escenografía hecha con propósitos propagandísticos por el gobierno de Corea del Norte.
La aldea se denomina Kijŏng-dong. Fue construida en los años 50, sin reparar en gastos. Realmente allí no hay una verdadera población. Las casas son huecas, solo es un gran montaje de utilería. Las luces se encienden o apagan gracias a un sistema automatizado. De acuerdo a la versión oficial  del gobierno norcoreano, el pueblo alberga una granja colectiva de 200 familias equipada con guarderías, escuelas primaria y secundaria, y un hospital. Todo es mentira. Solo hay soldados y personal que actúa como si fuesen civiles. Es un ‘pueblo Potemkin’.
Grigori Alexándrovich Potemkin (1739-1791) fue un astuto político ruso. La emperatriz Catalina II, conocida como La Grande, lo eligió como amante. Luego lo hizo uno de los favoritos de la corte. Logró que ella lo nombrara conde y finalmente príncipe. Potemkin demostró grandes habilidades administrativas y hasta obtuvo victorias militares. Un siglo después se bautizó un buque de guerra con su nombre: el Acorazado Potemkin. Fue ese el famoso barco que se amotinó en 1905. El hecho fue inmortalizado en la película de Sergei Eisenstein de 1925.
En 1787, Catalina de Rusia viajó a Crimea, con la intención de supervisar los territorios conquistados por Potemkin. Para agradarla, a este se le ocurrió un ardid para ocultar el estado lamentable de la región. El pícaro duque mandó a edificar bastidores de fachadas pintadas, sostenidos por detrás con un armazón de madera, como los pueblos del oeste de las películas. Todo se llevó a cabo con el propósito de que, al paso del carruaje real, la zarina contemplara pueblos florecientes. La emperatriz se fue con la impresión de que su reino prosperaba de manera increíble. El asunto salió a la luz en la corte rusa gracias a unos adversarios de Potemkin, que envidiaban su buena relación con la zarina.
Mentiras bajo tierra
Underground es un filme de 1995, escrito y dirigido por Emir Kusturica. Obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Underground logra la síntesis imposible entre el simbolismo lirico y la historia de la desintegración de Yugoslavia. En esta obra Kusturica hace gala de una imaginación desenfrenada, al compás de una música delirante, que logra combinar con una delicada compasión por sus personajes.
A través de la vida de dos amigos, Marko (Predrag Miki Manojlovic) y Petar (Lazar Ristovski), el film nos narra la historia de la Yugoslavia, primero, durante la segunda guerra mundial; luego bajo el régimen comunista, y, finalmente, en la posterior guerra civil. El argumento comienza cuando Marko se convierte en líder popular en lucha de resistencia contra los invasores nazis. Por otro lado, Petar es enviado por Marko a un sótano, con toda su familia, donde se dedica a la fabricación de armas clandestinas.
De esta producción se apropia el mismo Marko. Al comienzo, para la legítima lucha de resistencia, luego para mercadear en provecho propio. La situación se extiende por décadas. Se engaña a los ingenuos pobladores. Nunca se les informa que la guerra ha terminado, hasta que un día se descubre la verdad, gracias a un accidente provocado por el chimpancé que tienen de mascota. A partir de ese momento se liberan de la esclavitud, pero descubren que Yugoslavia está en un proceso de descomposición.
Kusturica utiliza el pueblo encerrado bajo tierra como la metáfora de como el régimen comunista aisló a todo el país de la realidad mundial. Se abusó del argumento del estado de guerra para que el régimen controlara la información y manipulara la percepción de la realidad.
¿Ha muerto la verdad?
Los engaños de los regímenes totalitarios son los precedentes de la posverdad. Se puede decir que los países democráticos están viviendo en un mundo posterior (aunque no superior) a la verdad, donde los “hechos alternativos” reemplazan los hechos reales y las pasiones políticas tienen más peso que la evidencia. Es necesario rastrear el desarrollo del fenómeno posterior a la verdad, el cual va desde la negación de la ciencia hasta el surgimiento de fake news, “noticias falsas”, desde nuestros puntos ciegos psicológicos hasta las patologías de la comunicación, como el enclaustramiento del público en “silos de información“. De esta forma, descubrimos que la posverdad es una afirmación de la supremacía ideológica mediante la cual sus practicantes intentan obligar a alguien a creer algo, independientemente de la evidencia en contra.
Muchos ubican su nacimiento en el año 2016, con la elección de Trump, pero eso no es exacto. Ya existían muchos precedentes en tal sentido. Agreguemos a esto los condicionamientos cognitivos que nos hacen sentir que nuestras conclusiones se basan en un buen razonamiento, incluso cuando no lo están, en el declive de los medios tradicionales y el auge de las redes sociales, y en el surgimiento de noticias falsas como herramienta política.
Si combinamos todos estos ingredientes, tenemos las condiciones ideales para la posverdad. Pero su éxito definitivo se debe a su conexión con el populismo, sea de derecha o de izquierda, y con el posmodernismo. El populismo ha tomado del posmodernismo la idea de que no existe tal cosa como verdad objetiva para descalificar los hechos.
George Orwell afirmaba: “El propio concepto de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. Mentiras pasarán en la historia”. Este diagnóstico orwelliano se debe al avance de los maquiavélicos, ya sean totalitarios y/o populistas, para quienes el acto de mentir debe ser separado de la moralidad para así extraer su utilidad innegable: la de controlar la mentalidad de las masas.
Si la comunicación no está subordinada a la moral, entonces se pone al servicio de la dominación. A mayor dominación, mayor uso indiscriminado del engaño. Nos consuela, por fortuna, la sentencia de Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.



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