LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
El 86% de la población considera que la situación del país es mala o muy
mala. Casi 75% de los venezolanos rechaza al gobierno y quiere cambio
económico y político. 71% no cree que el gobierno esté en capacidad de
resolver esa crisis económica… que el 70% de la gente atribuye a su
incapacidad de gestión.
No hace falta mucho más para
concluir que la oposición es claramente mayoritaria y la fuerza
teóricamente más relevante del país. Pero esa mayoría tiene varios
problemas: no ha sido capaz de articularse alrededor de una propuesta y
un líder; sus intentos pasados para provocar cambios han sido fallidos y
frustrantes y su tamaño muestra una energía potencial enorme pero
perdida, que ha sido incapaz de transformarse en energía sinética, por
lo que no representa ni una amenaza creíble para el gobierno ni una
esperanza de cambio real para la población. Es una situación
decepcionante, que no significa que no se haya hecho esfuerzos gigantes y
tomado sacrificios personales y grupales. Muchos actores políticos han
trabajado duro, han sido amenazados, perseguidos, apresados o exiliados
y, mas allá de los errores que han cometido, merecen respeto,
consideración y estima. Pero ese esfuerzo y sacrificio no cambia la
situación concreta: la oposición institucional, es decir, los partidos,
líderes e instituciones opositoras que han intentado representar a la
mayoría, se encuentra en su peor momento histórico en términos de
fuerza, conexión popular y confianza.
Pese a
la diferencia abismal entre el chavismo y la oposición a nivel de
respaldo popular, es chocante ver que la evaluación de gestión de los
líderes opositores no es estadísticamente superior a la de Maduro,
mientras la Asamblea Nacional está metida en el mismo foso de evaluación
negativa que la Asamblea Nacional Constituyente, ambas por debajo de
20% de respaldo popular.
Ninguna de las
ofertas opositoras actuales: moderadas o radicales, logran conectar a la
población opositora, lo que hace que el problema no se resuelva solo
con una propuesta de unidad, pues meter en una licuadora diez vasos
vacíos, solo produce otro gran vacío.
Es
evidente que se requiere una inyección muy potente de frescura, que solo
es posible con una real renovación. La realidad es que se produjo un
clivage político, una división tan fuerte entre la gente y la dirigencia
opositora, que ahora resulta irrelevante lo que los líderes hagan o
digan, incluso si lo hacen y lo dicen bien, porque la población
simplemente ni los ve ni los oye, no importa que se paren de cabeza en
la mejor tribuna nacional o extranjera.
A
menos que la sociedad responda de manera inteligente y racional y asuma
ella misma el rol de reorganización, entendiendo que no se trata de un
tema personal sino estratégico y logre controlar los egos y las
apetencias naturales de los líderes clásicos, para provocar la
sustitución de ese liderazgo de manera planificada, estaría cantada la
aparición de un “outsider”, no sabemos si bueno o malo, que terminará
capitalizando la energía opositora, desconectada de su liderazgo
convencional.
La fractura más compleja que
vemos hoy es entre la oposición en Venezuela y la exiliada. Sus
objetivos comienzan a divorciarse y la fractura entre ellos parece
inevitable. El liderazgo político en el extranjero presume (con razón o
sin ella) que ya no hay acción que se pueda tomar dentro del país para
provocar los cambios y centra sus esperanzas en la acción internacional
para cambiar al gobierno de Venezuela. Esta visión produce un
cortocircuito con los líderes y partidos dentro del país, que bajo esa
tesis pierden su razón central de existir. Rearticular todo esto luce
una tarea titánica. Lo que no se ve por ahí… es el Titán.
luisvleon@gmail.com
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