domingo, 7 de octubre de 2018

LAS TAREAS Y LOS DÍAS 

FERNANDO RODRIGUEZ

Toda estrategia tiene que tener un fin y un itinerario para su realización. Que no es solo su término, sino el objetivo con que se ejecutan un conjunto de acciones, cuyo valor viene dado por su contribución a realizarlo. Pero a su vez, dado que ese conjunto de objetivos parciales posen valores en sí mismos, pueden entrar en un juego muy complejo con su finalidad última. Y quizás esa armonía sea uno de los grandes retos de la política. Un ejemplo de esa complejidad: la presión victoriosa que obtiene la libertad de una cantidad significativa de presos políticos, siempre inevitablemente loable, pudiese también vender una imagen más amable del tiranuelo en la esfera internacional y hacer algo más dificultosa su ansiada liquidación. Cuestión de tiempos y circunstancias y de pupilas atentas. Esas dificultades las trajo al mundo un griego llamado Aristóteles cuyo pensamiento ha vivido milenios.
Por ejemplo, yo creo que hay bastante consenso en el plural, conflictivo y congelado mundo opositor venezolano en que salir a la mayor brevedad posible de este gobierno debe ser la finalidad de todas nuestras ejecutorias políticas. Que sin eso no hay vida verdadera, ahora ausente. Ahora bien, no todos los caminos conducen a Roma, no todos los pasos estratégicos postulados por unos y otros nos van a llevar a esa ansiada “salida”. Y allí se generan las fisuras mayores que, de paso, deterioran la posibilidad de congregar la mayor cantidad de fuerzas, la unidad. En su sentido más general, decía yo en un artículo anterior, esa división se podría simplificar en dos bandos: los que creen que hay que derrocar a Maduro para hacer elecciones democráticas y los que piensan que hay que negociar con Maduro esas elecciones. De allí se infiere que los primeros creen en una salida más o menos violenta, y los segundos, en alguna forma de transacción, de toma y dame. Los de la salida brusca piensan en intervenciones extranjeras, golpes de Estado, insurrecciones populares, renuncia forzada… los otros, básicamente en canjear elecciones prontas y limpias por cierta lenidad transicional con los inmensos pecados de los truhanes.
Pero se diría que el desenlace de esta tragedia venezolana no se ve nada claro por esas rutas, y alguna otra que a usted se le ocurra. Hoy, a comienzos de octubre de 2018, le dejo noviembre a los videntes. Por eso yo diría que más que insistir en debatir sobre el conflictivo desenlace y sus maneras de hacerlo, el fin final decía Aristóteles, pudiésemos pensar en esos fines intermedios que son muy importantes y en los que es más fácil coincidir. Por ejemplo, los atropellos económicos de las medidas recientes. Poner el ojo en el alza de la gasolina y el transporte. En la migración o la salud o los precios desbocados o la educación prostituida o los presos de conciencia... tratar de cohesionar y potenciar las protestas hasta ahora muchas pero diseminadas e ineficaces, es decir, recuperar plenamente la calle. Y no hay que tener mucha imaginación para encontrar otros temas y pesadumbres en este país donde ya nada funciona y cuesta demasiado vivir.
Merleau-Ponty, ese filósofo que pensaba que aun los más abstractos conceptos se incubaban en la vida vivida, insistía enfáticamente en que la unificación de las fuerzas de cambio no se da por compartir una creciente miseria, no creía que empeorando las cosas se terminarían por abrir las puertas grandes de la rebelión. Antes, por el contrario, las victorias, aun parciales y modestas, eran las que podían convencer de las virtudes y la eficacia de unificar las causas. Amén de que van creando una memoria y una afectividad compartidas que incitan a los pasos siguientes. Y refuerzan la tenacidad y el valor de los que combaten por la libertad.
Algo así como una culpa se aposenta en nosotros todos, a pesar de los esfuerzos y sacrificios de tantos, por no haber encontrado la posibilidad de redención del país, de alcanzar a expulsar una cáfila de truhanes, hace ya un buen rato minoritaria. ¿No será hora de encontrar lo esencial y desechar definitivamente lo pequeño y mezquino? ¿No será la hora de los grandes gestos, de la generosidad y el olvido del pedazo de queso de cada ratón?

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