domingo, 21 de octubre de 2018

 LA AN Y LA UNIDAD

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                           Elias Pino Iturrieta

EL NACIONAL

Los observadores de la política venezolana sostienen que la dictadura se ha mantenido por la fragmentación de sus opositores. Ante la debilidad de los partidos que la adversan y la soledad de líderes que antes se sentían acompañados por un conjunto de ánimos vigorosos, Maduro y sus seguidores se manejan sin dificultad en un ambiente que no los favorece, pero que pueden manejar por la falta de sus contrarios. Es una opinión reiterada que no parece tener posibilidades de rebatimiento, en torno a la cual se esbozarán ahora algunos puntos que pueden proponer matices y, tal vez, una opción capaz de conducir a una tierra prometida que todavía se siente lejana e inaccesible.



Ya se habló aquí sobre las dificultades naturales para la unidad de los opositores como opción suprema, pero también de los saludables escollos que se debían superar para llegar a su meta, porque se consideró necesario cernir los granos antes de meterlos en el mismo saco. Ante la existencia de elementos que una sensibilidad realmente democrática debe repeler, se sugirió un debate capaz de clasificar el trigo para topar con cosechas abundantes después de una esforzada labranza. Dado que no se han hecho tales trabajos y que, por consiguiente, se continúa en la persecución del plan unitario sin una actividad previa de sanidad, tal vez convenga mirar hacia una plataforma diversa de reunión que pueda hacer, no sin inconvenientes, un trabajo de cercanías capaz de alejarse del terco vicio en beneficio de la buscada virtud.
Tal plataforma debe ser la AN, porque no es una incómoda junta de partidos. Como no debe su existencia a los intereses de las banderías ni a influencias personales, sino solo a la decisión contundente de la mayoría de la nación, puede y debe superar las sensibilidades subalternas para asumir el papel de heraldo y escudo que se le concedió en un momento de renacimiento de la beligerancia social. A través de una consideración concienzuda de su origen, y de lo que necesariamente debe a él, puede convertirse en vanguardia de la unificación que se sigue manifestando como una vaga promesa. La AN no está constituida, o no debe estar, por partidos que mandan hombres a las curules para que actúen como sus mandaderos, sino por piezas de la colectividad que se quiere expresar por su intermedio para lograr ventajas y mejoras concretas en su vida. Cuando el Parlamento observe con propiedad la profundidad y la seriedad de sus fuentes, puede ocupar el lugar que no pudo cumplir la MUD por limitaciones de procedencia y por el egoísmo de sus criaturas.
Una mirada distinta sobre el papel de las fracciones parlamentarias, una observación compartida de la política que puede salir de las comisiones ocupadas de analizar los problemas esenciales, y también los de menor tamaño; un trato más honesto de los diputados, provocado por sentirse como hechuras de la soberanía popular y no como muebles de su casa paterna; un mensaje de las directivas que no se reciba como la voz del diputado de turno que habla por su partido, o que parece que lo hace, pueden provocar una renovación de argumentos y una mudanza de actitudes mediante las cuales se llegue, por fin, a la unidad a través de la institución de mayor peso con la cual puede contar la política venezolana y con la cual puede aliarse la comunidad internacional. La metamorfosis puede encontrar comienzo en la mudanza de las rutinas parlamentarias, en cuyo nuevo aliento se asiente la hermandad que todos buscan y pregonan, pero que realmente es la pieza más extraviada de una cacería extenuante.
Consciente del poder que la AN significaba, Maduro le creó un organismo parecido para que actuara como pilar de su dictadura, en nombre de un pueblo que inventó y a través de una mascarada electoral a que le obligó la existencia de una fortaleza formidable. La fortaleza dejó de ser como en el principio, menguó progresivamente o permitió que sus fragilidades la llevaran a expresiones menores de influencia, pero no deja de dar señales importantes de vida y conserva una raíz de legitimidad en la cual debe inspirarse para ser, porque le corresponde y porque no hay otra fórmula a mano, el asiento de la unidad que los partidos no han logrado, por volverse realengos y triviales. La AN puede hacerlos disciplinados y trascendentes. Es lo que hay, pero no es cosa menuda.
epinoturrieta@el-nacional.com

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