sábado, 18 de febrero de 2012


CAMBIO Y FUERA

Colette Capriles

Mientras las élites (no sólo las recién puestas, aferradas al mundo enano de su Versalles local, sino algunas que sólo entran por la puerta de atrás al palacio intentando conservar las buenas relaciones) oyen en éxtasis los oráculos de encuestólogos que teologizan el poder eterno del líder inmarcesible, la gente expuso sus ganas y la voluntad de cambio que ya tiene cuerpo entre nosotros. No lo digo tanto por el resultado que tiene al régimen tartamudeando en una tempestad de líneas argumentales que "bajan" y se estrellan en sus propias contradicciones, sino porque era la "pieza de evidencia", para usar un mal castellano, que faltaba para hacer visible y taxativa esa voluntad.
Asentado ese primer elemento esencial, el de la voluntad de cambio, es necesario anotar otro: la unipolaridad que, también, sorprendió pero por lo contrario: la campaña para las primarias, por el número y variedad de los candidatos, auguraba una composición del cuadro final menos homogénea. Rápidamente se han elaborado hipótesis más o menos obvias para dar cuenta de ello: la primera, que se trataría del deceso definitivo de las llamadas "maquinarias" o, para todo efecto, de los partidos políticos en la forma ya vestigial que tienen. Otra, que es el discurso no confrontacional el que más simpatiza a los electores, por el contraste que sugiere con la violencia oficial, o por el cálculo, no muy justificado, según el cual los votantes flotantes, los que fluctúan dándole el voto al Gobierno y oposición, pudieran sentirse más atraídos por una opción no "polarizadora".
Con respecto a lo primero, me queda la sensación amarga de que los venezolanos no han aprendido el valor de la organización para la movilización política y confían más en los movimientos del alma que en la firmeza y disciplina de sus creencias. No lo digo por el resultado, que aplaudo (y que, por cierto, dependió de una buena y aceitada maquinaria que aplaudo aún más), sino por la interpretación gozosa que se le da al papel evidentemente modesto que jugaron los partidos tradicionales en el proceso, a los que se les achaca mitológicamente una perversa máquina política.
El caso es que, al menos en el centro del país, abundó el voto "entubado" que revela, de nuevo, no sólo el efecto de una maquinaria, sino algo mucho más interesante: nuestra propensión a preferir lo homogéneo sobre lo heterogéneo, y el consenso mayoritario sobre la negociación de las diferencias. La unidad no es un concepto que se asocie a composición de las discrepancias sino a su extinción. Esto, de paso, es un hábito que nos acompaña desde el nacimiento de la república. No hay que atribuirlo a estilos políticos contemporáneos o a configuraciones de voluntades perversas.
Sin duda el régimen debe temblar recordando su propio proceso de ascenso al poder, con la misma lógica aglutinadora y la misma sensación de inminencia.
Y, repito, me parece que tal es la naturaleza de las cosas.
Con respecto a lo segundo, es difícil opinar sin una discusión (hasta ahora evadida) acerca de la caracterización de ese evanescente público que, según algunos, termina decidiendo las elecciones sin tener convicciones definidas, veletas inconstantes de las circunstancias. Henrique Capriles no tiene un espíritu belicoso y como cualidad personal ello es un atributo invaluable; la confrontación, por su parte, no es la única manera de diferenciarse, por supuesto. Pero el trabajo del régimen, de ahora en adelante, será precisamente borrar las diferencias, mimetizarse prometiendo amor y fortuna, apostar a la inercia y a subir los costos del cambio político. Se moverá hacia el centro para tratar de desplazar al candidato unitario mientras consolida su base asistencialista, lo que no obstará para que acuda, como lo hizo desde hoy, al expediente fascista del antisemitismo y del racismo para atizar los resentimientos y los miedos de esa población vulnerable y cautiva.
El desafío de la unidad sigue allí; a buscarle forma e instituciones. En medio de la alegría del cambio y la voluntad de reconocernos.

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