lunes, 6 de febrero de 2012


LA REVOLUCIÓN ADOLESCENTE

Enrique Viloria Vera

Por boca de los golpistas que no fueron golpistas, de los militares que tampoco supieron ganar una batalla convencional que iniciaron con la ventaja de la sorpresa y la pavura, nos enteramos que los sangrientos hechos del 4F fueron producto de un juego de niños: fue una inocentada, una quijotada pues.

Bueno, la cosa fue así más o menos, un grupito de mosqueteros de domingo va al Samán de Güere se juramenta, unos para todos, todos para Mí. Envalentonados se toman unas cervecitas en el bar de la esquina y llaman a otros amigos para echarle una vaina al Presidente ese. La vaina no es de verdad verdaíta, pero es bueno reclutar unos venaítos para que echen y les echen  plomo,  y buscar unos tanques que ruedan pero no disparan. Al verse derrotados,  luego de masacrar y asesinar al prójimo como si se tratará de un video juego, sacan una bandera blanca y se disponen a seguir jugando en la chirona.

El  apiadado  abuelo cantarín los saca de la cárcel y los adolescentes siguen jugando, ahora se ganan el país en la mesa de juego y siguen jugando. Los pubescentes inventan su propio Monopolio con moneda propia – el Sucre -  en el que el Estado siempre es el ganador; compran avioncitos y tanquetas para armar a sus soldaditos de plomo para juguetear a una eventual guerra asimétrica con los soldaditos del Norte; aprenden a jugar damas chinas y ajedrez persa. Pronto se dan cuenta de que es bueno emular a Rico McPato y se traen el oro para contarlo una y otra vez. Invitan a jugar a otros colegas, como son pobres les regalan los uniformes y los aparatos para que participen en uno más grande que llaman ALBA. Juegan felices sin preocuparse de nada de lo que pasa afuera, encerrados en sus bunkers y cuarteles, cantan y bailan, escuchan al Líder y se felicitan de lo que han logrado en ese juego nada virtual que llaman Socialismo del Siglo XXI, juegan y juegan canturreando  ¡No volverán! , convencidos de que han eliminado para siempre a los demás contendores.

Los espectadores, sin fichas ni tableros,  contemplamos sus  arrogantes marchas, paradas  y desfiles, donde continúan jugando a indios y vaqueros,  para muy pronto decirles a los Mosqueteros del Emperador Caribeño que no caímos por inocentes.

Ya les compraremos sus Play Station para que nuestros revolucionarios adolescentes pasen su larga condena jugando y jugando en la isla paradisíaca

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