LA PRIMAVERA VENEZOLANA
Mario Vargas Llosa
Durante algún tiempo se dijo -dijimos muchos- que, a pesar de su coraje y de nadar contra una corriente que equivalía a un maremoto, la oposición venezolana era parte del problema. Dividida, mediocre, populistona, parecía incapaz de erigirse en una alternativa seria al bufón de Miraflores. Todo eso cambió. Lo que ha conseguido la oposición antes y durante la campaña de las primarias que tendrán lugar el 12 de febrero es notable.
Primero, lograron la unidad, gracias a la cual obtuvieron más votos que el régimen en los comicios legislativos y, lo que es igual de importante, evitaron que las primarias se convirtiesen en un ejercicio caníbal. La firma, esta misma semana, de un programa de gobierno que todos se comprometen a respaldar bajo la candidatura de quien resulte ganador ratifica el éxito que ha sido la Mesa de la Unidad, donde se agrupa toda la oposición. En cambio, Hugo Chávez ha visto deshacerse la coalición, Polo Patriótico, que lo respaldó en su momento y su Partido Socialista Unido de Venezuela es él mismo una risible behetría. Para no hablar del ucase con que Chávez se ha autoproclamado candidato.
El ejemplo que viene dando la oposición en estas primarias trasciende las fronteras. Mientras que, en Estados Unidos, los republicanos se sacan ahora los ojos y en Francia los socialistas hicieron hace poco otro tanto, en Venezuela los candidatos de la justa interna han guardado las formas y preservado el sentido del gran objetivo -devolverle al país su democracia y disparar su desarrollo- mientras dirimían sus diferencias ideológicas, que iban del liberalismo sin complejos de María Corina Machado, entrevistada en EL MUNDO, a la socialdemocracia menos confrontacional de Pablo Pérez.
En las primarias norteamericanas suele votar un 10% del electorado total; en Francia lo acaba de hacer un porcentaje ligeramente menor. En Venezuela, en cambio, el propio Chávez ha vaticinado, sin saber que les hacía un elogio, que en las primarias opositoras votará «apenas» el 20% del registro electoral nacional (según los sondeos, podría ser hasta el 30%).
Henrique Capriles, el gobernador del estado Miranda, es un candidato joven de un partido relativamente nuevo, Primero Justicia, que representa claramente la línea democrática y la moderación económica, aunque prefiere eludir el cuerpo a cuerpo con Chávez por razones tácticas. Su posición se ha reforzado con el retiro -que lo honra- de Leopoldo López, otro candidato joven al que Chávez trata de destruir desde hace tiempo. Por lo demás, salvo Diego Arria, cuya admiración por el modelo de Fujimori en Perú es pública, todos los candidatos opositores representan inequívocamente la puesta al día de Venezuela con la corriente dominante de América Latina.
Las primarias serán, claro, una primera etapa. Vendrá luego lo más arduo: superar a Chávez -es decir, superar el fraude «ambiental», como alguien lo calificó en su momento, que rodea todas las justas electorales en ese país- el próximo 7 de octubre. Las encuestas colocan al autócrata ligeramente por delante de la oposición a estas alturas, pero lo novedoso no es eso, sino que Miraflores no ha logrado partir, despintar o intimidar a una oposición que hoy está más fuerte que en ninguno de los comicios presidenciales anteriores. Todo, incluido lo impensable, es posible.
¿Quién dice que no hay una primavera venezolana?
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