martes, 21 de febrero de 2012


VENEZUELA: COMENZÓ UNA CAMPAÑA ELECTORAL DISTINTA

Emilio Cárdenas
La Nación
Cuando apenas habían transcurrido algunas horas desde que Enrique Capriles Radonski fuera ordenadamente ungido como el candidato presidencial único de la oposición venezolana para las elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre, un no demasiado inesperado tsunami de insultos y agresiones personales se desató desde lo más alto del poder, en su contra.
Desde los medios de comunicación y las páginas electrónicas sometidos al control de Hugo Chávez, se lo tildó sucesivamente de: "sionista", "imperialista", "fascista", y hasta de "homosexual". Un fuerte sesgo de corte anti-semita en los comentarios parecería ser, desgraciadamente, el principal denominador común de los ataques. Y este es tan sólo el comienzo.
Esto obviamente supone no sólo una advertencia de corte intimidatorio al candidato presidencial, sino también una temprana negativa a la posibilidad de un debate civilizado de ideas y propuestas propio de los procesos electorales democráticos, al que se pretende reemplazar por la crispación y la descalificación personal sistemática. como "democracias 
Ocurre que Venezuela es hoy una de esas democracias patológicas, a las que Aleardo F. Laría denomina acertadamente como "democracias de audiencia". Aquellas que reducen a la política a un espectáculo, en las que el populismo desenfrenado deviene rápidamente el reverso de la democracia. Para ellas, según Laría, las elecciones son apenas una fachada democrática, porque con el uso partidista de los recursos del Estado y distintas formas de acoso perverso sobre los adversarios políticos se reducen al mínimo las posibilidades de generar un debate que resulte una expresión política pluralista real y madura. Debate que es esencial para permitir a todos elegir racionalmente. La confrontación de ideas se reemplaza por la organización de campañas negativas que apuntan esencialmente a la descalificación personal de los opositores al personaje que asume el papel de providencial y a su discurso único.
Para Chávez, que ejerce el poder desde hace ya trece largos años y pretende mantenerse en el mismo por seis años más, perder en las elecciones de octubre sería arriesgarse a que se detenga la marcha en el camino del autoritarismo progresivo ya iniciado. Hablamos de una estrategia de poder -evidente en distintos rincones de nuestra región- que, evitando las conmociones, conduce no obstante, aunque paso a paso, hacia el autoritarismo. Basada en aquello tan cierto de que el ser humano tiene una inmensa capacidad para acomodar el curso del pensamiento racional a sus intereses materiales inmediatos. Esta estrategia es la que hoy despliegan quienes -con anteojeras ideológicas- enfrentan un mundo nuevo con viejos -y fracasados- esquemas ideológicos, que terminarán, según enseña la historia, en la postergación de sus pueblos.
Ocurre que Chávez sabe que la intimidación ha funcionado en el pasado. Por aquello que algunos todavía denominan: el "síndrome de Tascón". Me refiero a lo sucedido en el 2004, cuando la oposición organizó un referendo. Recurrió para ello al procedimiento reglado de juntar millones de firmas, identificando a los peticionantes con su nombre y su número de identidad. Un legislador chavista, Luis Tascón, puso entonces en la "web" los nombres y documentación de los firmantes del pedido de referendo. Como consecuencia de ello, muchos que tenían un empleo público lo perdieron y decenas de miles que recibían algún subsidio del Estado dejaron de pronto de recibirlos. Venganza perversa, que todavía atemoriza a muchos.
Para poder usar esa técnica nuevamente, Chávez ahora está procurando indirectamente (a través de un sospechoso pedido de amparo) que el Tribunal Supremo de Justicia se haga de los cuadernos que se utilizaron en la primaria de la oposición, los que obviamente contienen la identidad y el número de documento de todos quienes participaron en ella.
Esto quizás sea imposible. Porque las autoridades electorales de la oposición, de conformidad con lo previamente anunciado públicamente para proteger a los tres millones de votantes que vencieron al miedo, incineraron ya la casi totalidad de esos cuadernos. Cumpliendo así con su compromiso previo expreso, que jamás fuera objetado por las autoridades electorales, ni por nadie.
Para Chávez, la decisión de la oposición de quemar esos registros es -cuándo no- "desestabilizadora". Pero al propio tiempo amenaza abiertamente a los opositores, al decir que "sabe bien quienes votaron en las primarias".
Teresa Albanés, la máxima autoridad en los cuadros de oposición que estuvieron a cargo de organizar y controlar las recientes elecciones primarias de la oposición unificada, ahora se niega judicialmente al requerimiento. Como era de esperar, pese a que ciertamente se arriesga a ser multada o detenida por su actitud. No obstante, parecería que las posibilidades de que de pronto pueda conformarse íntegramente una nueva y extorsionadora "lista Tascón" lucen remotas.
Nada será fácil, ni normal, en la contienda electoral que se avecina. Henrique Capriles Radonski y sus compañeros de tareas lo saben bien. Por experiencia. Desde que ya han vivido ese clima. Algunos de ellos, como el propio candidato presidencial, lo han hasta sufrido en carne propia. Capriles estuvo cuatro meses preso, mientras se oponía judicialmente a las acusaciones mendaces que se le hicieron desde el entorno inmediato del propio Hugo Chávez.
Un proceso electoral que presumiblemente será duro y patológico acaba de comenzar, del modo en que podía anticiparse. Con insultos de grueso calibre y con pasos y medidas perversas y persecutorias que parecen haber sido puestas en marcha desde lo más alto del poder. No obstante, el valor de quienes sean objeto de persecución e insulto se alimentará de una esperanza cierta, que hoy luce posible: la de recuperar la democracia extraviada y poder vivir con plenitud las libertades civiles y políticas esenciales. No es poco.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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