Ramón Piñango
El Nacional
En los medios se aprecian dos posiciones opositoras diferentes ante la realidad política del país. Para unos, vivimos una circunstancia lamentable, preocupante, consecuencia de un mal gobierno durante catorce años, gobierno que podemos sustituir mediante unas elecciones normales, con el apoyo de las mayorías.
Para otros, el desastre es mayúsculo, producto no sólo de un mal gobierno sino muy especialmente del sostenido esfuerzo para implantar un Estado comunista, lo cual ha mermado la libertad de los ciudadanos, incluyendo la libertad de expresión; por tal razón, el régimen no saldrá tranquilamente del poder en limpias elecciones. Según los primeros, la radicalidad de los segundos constituye un obstáculo para el triunfo electoral. Para los segundos, la ingenuidad de los primeros conduce a la pérdida definitiva de la poca libertad que aún nos queda y al desastre final.
¿Les creemos a los ingenuos o a los radicales? Abundan los argumentos a favor de cada una de esas posiciones opositoras.
Quienes defienden a capa y espada la salida electoral –por lo que hay que hacer que la gente vote el 8D– esgrimen que ya ensayamos recursos como el paro, las guarimbas, la abstención en las elecciones parlamentarias; que hemos avanzado significativamente elección tras elección, que casi ganamos o ganamos en las elecciones de abril, que el deterioro de Maduro y su gobierno cada vez tiene más rechazo, que cualquier otra salida conduce al oscuro camino de la violencia.
Quienes creen que hay que explorar otros caminos distintos del electoral plantean que los gobiernos de vocación comunista a la cubana carecen, por definición, del talante democrático para aceptar resultados electorales desfavorables, que así lo demuestra la historia, que es tal la degradación del país en todos los ámbitos que no puede esperarse más o el hundimiento será total y la recuperación tomará décadas de sacrificios. En consecuencia, afirman que el enfrentamiento directo es lo que puede hacer desistir al régimen de sus avances dictatoriales.
Si algo está lleno de ejemplos y contraejemplos es la historia. Por eso no se pueden tomar las apreciaciones y prescripciones políticas como verdades absolutas o infalibles recetas claramente respaldadas por la experiencia. Cada una de las posiciones señaladas tiene aristas dignas de ser tomadas en cuenta. Por ejemplo, los avances electorales son innegables, pero ello no significa que un futuro triunfo vaya a ser reconocido o, lo que es más importante, que será defendido con contundencia por el liderazgo opositor actual. Esta desconfianza está basada en un hecho tan histórico como el inoportuno paro de 2002. Por otra parte, creer que el enfrentamiento directo, posiblemente violento, inmediatamente y sin mayores consideraciones, precipitará la caída del régimen suena tan ingenuo como creer que mansamente saldrá por elecciones.
Lo que está escrito es que cada circunstancia histórica trama sus propias condicionantes a la acción humana y ofrece salidas no siempre obvias ni visibles. Por eso hay que insistir en que si bien debe trabajarse para el triunfo en las elecciones del 8D, debe prepararse su defensa efectiva ese mismo día y los días subsiguientes. Si parte del electorado opositor –y no parecen ser pocos– desconfía de esa defensa es porque vio lo ocurrido en abril, y, además, es consciente de que estamos ante un régimen de nula vocación democrática, cuyo modelo es Cuba.
Para asegurar que la población opositora vote masivamente el 8D hay que convencerla de que el voto será defendido con algo más que palabras y que servirá para detener el avance totalitario del régimen, porque de esas elecciones se derivarán acciones efectivas que nos llevarán a un país efectivamente democrático.
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