domingo, 8 de septiembre de 2013

RECONCILIACIONES


JORGE EDWARDS
Una reconciliación es un proceso lento, que tiene aspectos objetivos, históricos, y lados emocionales, profundos, difíciles de controlar. En todos los casos, la gran medicina es el tiempo. Quizá la única, pero acompañada de una voluntad. Ayer estuvo de visita en Francia el presidente de Alemania, el señor Joachim Gauck. El señor Gauck, después de participar en una ceremonia en la alcaldía de París, el Hotel de Ville, y de hablar con elocuencia, con fuerza, de la alianza que empezó a formarse pocos años después de la guerra entre Francia y Alemania, anunció su visita de la tarde al pueblo de Oradour-sur-Glane, lugar de martirio y de memoria. Era la primera visita de una alta autoridad alemana a ese lugar, y fue, a juzgar por la prensa escrita y la televisión, un episodio del más alto valor simbólico, un hito en la reconciliación de los dos países. Cuando sucedieron los hechos, en junio de 1944, Alemania ya perdía la guerra. Los aliados habían desembarcado algunos días antes en las playas de Normandía. Por esto mismo, los atentados de la resistencia francesa contra el Ejército hitleriano se multiplicaban. Y las represalias alemanas eran despiadadas, terribles: de cincuenta y más fusilados contra un muerto de su bando en los atentados. Después de un atentado importante, los cuerpos armados de las SS rodearon el 10 de junio ese pueblo de la región de la Haute-Vienne, separaron a las mujeres y los niños de los hombres, y terminaron por masacrarlos a todos: a los hombres en la plaza, a las mujeres y los niños en la iglesia.
En las fotos hemos visto al Presidente francés y al de Alemania que rodean al señor Robert Hebras, de 88 años de edad, uno de los pocos que consiguieron salir vivos. Entre ambos lo toman de la mano. La que había cometido esos crímenes había sido “otra Alemania”, sostuvo el señor Gauck, y afirmó toda su creencia en la democracia, en el humanismo, en las libertades alemanas de hoy. Fue un discurso convincente, y el contacto físico, el de las manos, el del brazo en el hombro del sobreviviente, impresionaron a todo el mundo, aquí y en Alemania. Claro está, pronto habrán pasado 70 años desde la siniestra matanza, pero antes hubo una cadena de episodios de reconciliación: visitas a los cementerios en los primeros años de la posguerra, a las playas del desembarco, viajes de jerarcas alemanes a Francia y de franceses a Alemania y un largo etcétera.
Entre nosotros, ya han transcurrido 40 años desde los sucesos de septiembre de 1973. Es decir, ya estamos enfrentados a la historia, a sus espacios temporales mayores, a la necesidad de la reflexión y el análisis. Hay hechos contrarios a la conciencia moral universal que el país no puede olvidar y que deben condenarse sin reservas, sin matices. Se escogió, en un momento dramático, el camino de la fuerza ilegal, desbocada, en muchos casos desenfrenada, y eso tiene consecuencias en la conciencia y en la imagen del país, en su prestigio internacional, que son inmensamente graves y difíciles de borrar. Por otra parte, nuestros pasos en el camino a la reconciliación han sido mucho más lentos, más parciales, que los de países como Francia y Alemania. Es difícil decir por qué, y esto plantea una imperativa necesidad de reflexión, de pensamiento a nivel nacional, regional, y en el ámbito de nuestra relación con el mundo contemporáneo.
En todo esto hay un tema central. No podemos enfocar el futuro desde agosto y septiembre de 1973. Tenemos que hacerlo desde hoy, desde septiembre del 2013. Esto supone una condición: hacerlo desde la diferencia, desde la diversidad, pero con una base esencial de unidad, con los elementos de un consenso mínimo. Cualquier otra opción es un anacronismo, una condena, una negación del futuro. No hay ninguna filosofía política, por impresionante que sea, que dure cien años. Ni siquiera cuarenta años. Tenemos que pensar en un Chile consciente, reflexivo, que tenga una visión madura de su pasado y que entre al futuro con paso firme, con espíritu abierto. Puede que esto sea una utopía, pero no podemos contentarnos, en este caso, con menos que una utopía. Llegan coyunturas en que eso ocurre, en que la racionalidad no basta, en que la lógica nos mata, en que se debe dar un paso arriesgado y formar puentes nuevos.

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