Alberto Barrera Tyszka
Todos estamos comenzando a pensar que se trata de un tic. Es una respuesta inmediata, sin control. Más que una idea es una combustión. Un chispazo en la lengua.
Como si fuera un movimiento involuntario. Como si el único argumento del gobierno fuera una tos. ¿Se cayó un puente en Betijoque? ¡Conspiración! ¿Subió todavía más el dólar negro? ¡Conspiración paralela! ¿No hay harina en los mercados? ¡Complot! ¿Huelga en las cárceles? ¡Boicot! ¿Se detuvo la línea 5 del Metro? ¡Terrorismo subterráneo! ¿Derrumbes por las lluvias? ¡Golpe en las nubes! ¿Falla eléctrica? ¡Sabotaje! Y los tres puntos suspensivos aquí pudieran ser una eternidad. El gobierno ya no ofrece respuestas. Solo tiene espasmos.
Cualquiera termina preguntándose cuántos saboteadores habrá en el país. Están en todos lados, aparecen en cualquier circunstancia, a cualquier hora, sin respetar la nueva ley del trabajo. Y, además, nunca los atrapan. Son expertos en la huida.
El gobierno tiene la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y la milicia, la nueva policía, la gran mayoría de las gobernaciones, todas las instituciones, miles de militantes del partido organizados en brigadas...y aun así no pueden, todo les sale mal y todo el día andan quejándose. Se la pasan saboteados. ¿Qué clase de revolución es esta? El libreto del "yo no fui" se ha vuelto predecible. Ya no es una película de suspenso sino una comedia de quinta. Un chiste que causa más indignación que risa. Los conspiradores son la solución efervescente ante cualquier problema del país.
El apagón de esta semana es más de lo mismo. Antes de que el gobierno hablara, ya todos sabíamos qué iba a decir. Lo otro es ponerse a especular a lo grande y pensar que Nicolás Maduro se comunica en clave, que cuando habla de la "extrema derecha" en realidad se refiere a Jesse Chacón.
El caso de Amuay es un ejemplo excepcional. Después de un año de la tragedia, no existe ningún tipo de informe estatal.
Sin embargo, a gran velocidad, casi en plan de efemérides, fabricaron mediáticamente una acusación, un juicio y una sentencia. La mayor eficacia del gobierno está en su capacidad de reacción mediática. El metabolismo de las mentiras oficiales es brutalmente rápido. Un viernes dijeron que había indicios de que la tragedia había sido un sabotaje. El sábado en la mañana aseguraron que tenían "pruebas". El sábado en la tarde dijeron que "estaba comprobado". Ya el domingo, sin ningún pudor, el Presidente vociferaba, hablando de "la batalla de Amuay" y llamando al combate. No habían entregado ni una sola prueba. 10 días después, el jueves que escribo estas líneas, todavía los venezolanos estamos esperando que presenten algún tipo de evidencia.
En rigor, lo único que conocemos es un reporte de una aseguradora internacional que, meses antes de lo ocurrido, alertó sobre los riesgos que tenía la refinería. Existe también un informe independiente, en el que los expertos ex pdvsa analizan lo ocurrido. Pero el oficialismo no ha aportado nada. Ni siquiera la comisión de la AN que quedó encargada de la investigación. Dicen que tienen pero no muestran nada. Suena conocido, ¿verdad? Suena, por ejemplo, a lo que Estados Unidos pretende hacer con Siria.
Critican, y con razón, a Obama, pero resulta que ellos actúan igual. Acusan y atacan a la oposición, quieren linchar a María Corina Machado, sin presentar ni una sola prueba convincente.
La grandilocuencia del poder es, también, una forma de agresión. Nunca hay problemas concretos. Solo hay confabulaciones. Pretenden ocultar o negar la realidad a través de epopeyas. Maduro anuncia el estreno de cuatro nuevas cuentas de Twitter en inglés, francés, portugués y árabe, para contarle al mundo "la verdad de la patria de Bolívar y Chávez". Una verdad llena de saboteadores y de culpables instantáneos. Una verdad sin pruebas. Una verdad sin pacientes con cáncer que no tienen dónde recibir su tratamiento. Sin balas perdidas.
Sin corrupción gubernamental.
Una verdad sin país.
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