FERNANDO MIRES
Pocos fenómenos históricos han concitado tanto la atención de observadores internacionales y cientistas sociales como el “el chavismo” en Venezuela. Algunas de las razones que explican ese “boom” saltan a la vista. Porque precisamente después de la Guerra Fría, cuando Francis Fukujama proclamaba el advenimiento pleno de la democracia mundial, aparecieron regímenes que contradijeron radicalmente la tesis del hegeliano analista. El socialismo del siglo XXl, uno de cuyos principales adalides fue Hugo Chávez, significó para muchos huérfanos de la izquierda la resurrección del socialismo bajo nuevas condiciones, bajo nuevas formas y sobre todo, bajo el signo de los nuevos tiempos.
La utopía de Fukujama debe ser relegada a la sala de espera. La idea más kantiana que hegeliana relativa a un orden republicano mundial donde no habrá guerras ni grandes contradicciones está muy lejos de ser cumplida. La democracia sigue siendo cuestionada y desafiada por sus enemigos y el “socialismo del siglo XXl” ha surgido como la nueva alternativa antidemocrática de nuestro tiempo. A la vanguardia de ese proceso estuvo Hugo Chávez, el comandante justiciero quien logró, según sus aduladores, la alianza perfecta entre el legado teórico de Bolívar y el socialismo científico de Marx. Haber demostrado que esa absurda combinación era solo una simple superficie de un proceso mucho más profundo, es uno de los méritos de autores como Ari Chaplin, quien en su recién publicado libro Chávez’Legacy- The Transformation from Democracy to a Mafia State, ha desmenuzado el carácter radicalmente antidemocrático del chavismo.
Partiendo de la excelente denominación acuñada por Moisés Naím, la de “Estados mafiosos”, Chaplin demuestra, combinando la narración historiográfica con el análisis sociológico, como detrás de la fachada ideológica del chavismo se esconde un proceso que tiende a la demolición de los valores y de las instituciones políticas los cuales a pesar de algunos deficientes gobiernos que lo precedieron, pervivían en Venezuela. En otras palabras: de acuerdo a Chaplin la contradicción fundamental ya no es en Venezuela entre democracia y totalitarismo, sino entre democracia y estado mafioso. El chavismo, a su vez, es sólo uno entre diversos tipos de estados de ese tipo.
En Europa Central y del Este la construcción de estados mafiosos parece ser el destino de diversos países post-comunistas. En la zona eurasiática ya es la regla y no la excepción. Y en América Latina las naciones del ALBA han adoptado una tras otra, las características mafiosas del “modelo venezolano”.
Lo que tienen de común los Estados mafiosos del siglo XXl con los regímenes totalitarios del siglo XX es que tanto en los unos como en los otros ha tenido lugar la aparición de una “nueva clase de estado”. La “boliburguesía” es en ese sentido la expresión criolla de lo que fueron las “Nomenklaturas” en el socialismo soviético y europeo. No obstante hay algunas diferencias importantes.
Mientras las “Nomenklaturas” representaban un proyecto histórico teóricamente fundamentado, destinado a la construcción del socialismo desde el poder (“dictadura del proletariado”) los Estados mafiosos carecen de un corpus ideológico medianamente coherente.
El chavismo, como el evismo boliviano, el orteguianismo nicaragüense, el correísmo ecuatoriano, representa un tipo de dominación que desde el poder construye una ideología “ad hoc” sobre la base de artilugios teóricos inconexos a los que se unen elementos vernáculos propios a la tradición post-colonial latinoamericana. Entre ellos el mesianismo de un caudillo carismático, el militarismo, el anti-occidentalismo y el nacionalismo verbal.
Ahora bien, en la Venezuela chavista esas características aparecen más nítidas que en las demás naciones nombradas. La razón es que el chavismo ha contado con un arma estratégica, la posesión del principal medio de producción del país: el petróleo.
Venezuela -ya antes de Chávez un Estado rentista- ha acentuado bajo el chavismo esa condición socio- económica. La industria nacional ha sido demolida, las organizaciones sociales, así como los sindicatos obreros, se encuentran totalmente desarticulados. Detrás de un chavismo convertido en religión nacional se esconde un Partido de Estado radicalmente corrupto, es decir, una organización mafiosa formada al calor de la renta petrolera. El chavismo es, en cierto modo, un subproducto político del petróleo.
No obstante, en Venezuela, ya desde los tiempos de Chávez, y esa es otra diferencia con respecto a los demás “Estados mafiosos”, ha surgido una muy fuerte oposición democrática. A esa oposición nunca pudo destruir Chávez a pesar de controlar casi toda la prensa, a pesar de haberse adueñado de todo el Estado, a pesar de movilizar un aparato judicial cuya función es perseguir y aterrorizar a todos a quienes la mafia en el poder declara como enemigos.
El libro de Ari Chaplin es sin duda un magnífico aporte teórico pues nos permite entender mejor no solo la morfología del fenómeno chavista, sino, además, las razones por las cuales el planeta comienza a plagarse de regímenes mixtos que adoptando determinadas formas democráticas-electorales reproducen estructuras militaristas, dictatoriales e incluso totalitarias, propias al que fue el mundo comunista.
En países que contaban con enraizadas tradiciones democráticas -uno de esos países es Venezuela- las mafias en el poder, al carecer de un proyecto histórico y de un sustrato ideológico relativamente coherente, están, sin embargo, condenadas a sobrevivir no mucho más allá de la vida de quien fuera su máximo líder. Mientras después de la muerte de Stalin apareció en la órbita soviética el “socialismo burocrático”, en Venezuela no hay ninguna base para que surja un “chavismo burocrático”. Todo lo contrario, la muerte del caudillo ha dejado al descubierto la existencia de sectas mafiosas cuyo objetivo no es administrar “el legado de Chávez”, sino simplemente repartirse el botín del poder. Nada más.
No obstante, una pregunta deja abierta el libro de Ari Chaplin; y es la siguiente: ¿Son los Estados mafiosos de nuestro tiempo los últimos residuos del totalitarismo del siglo XX, o se trata de un nuevo tipo de formación política, históricamente inédita, destinada a reproducirse y multiplicarse en la historia? Quizás es muy temprano para dar una segura respuesta a esa pregunta.
Pero, en cualquier caso, para la comprensión del sentido histórico de la estructura interna y de la lógica de poder de los Estados mafiosos del siglo XXl, el libro de Ari Chaplin es una herramienta indispensable. Un libro que sobrepasando su valor académico adquiere una connotación política de enorme importancia para todos quienes hemos advertido el peligro de un nuevo antagonismo representado en el surgimiento de Estados mafiosos, todos opuestos a la marcha ascendente del universal proceso democrático.
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