TRINO MÁRQUEZ
EL UNIVERSAL
9 de septiembre de 2013
El asesinato premeditado y a sangre fría perpetrado por Bashar al-Asad contra la población civil, especialmente niños, el 21 de agosto -comprobado de manera irrefutable por el servicio de inteligencia francés- no ha conmovido la dura fibra del tándem castro-chavista, asociado para sembrar calamidades en Venezuela desde hace quince años. Las declaraciones de Nicolás Maduro, Elías Jaua y el resto de dirigentes oficialistas que han rechazado la posibilidad de una intervención militar norteamericana en ese país del Medio Oriente, han sido de una complicidad nauseabunda con el carnicero que prolonga la vida de una de las dinastías más longevas y crueles de la historia mundial contemporánea.
El ataque de al-Asad con gas sarín a una población inerme y que no participa directamente en el conflicto bélico, representa un paso más en la escalada represiva que ese déspota desató desde hace dos años contra los sectores políticos que exigen cambios en un régimen que se ha mantenido petrificado por más de cuatro décadas. Además de las armas químicas al-Asad ha atacado con aviones de combate centros densamente poblados. Su único propósito ha sido eternizarse en el poder sin importarle las cien mil muertes que el enfrentamiento ha causado. Las iniciativas de la ONU y la Liga Árabe para propiciar una salida dialogada que termine con el conflicto, se han estrellado contra la arrogancia de ese autócrata que actúa como un mandatario de la Edad Media, pero que dispone de la tecnología militar del siglo XXI. La crueldad de al-Asad alcanza tales niveles de demencia que Nabil al Arabi, secretario general de la Liga Árabe, ha pedido castigar al régimen de Damasco.
Los tartufos de la izquierda troglodita venezolana, latinoamericana y mundial han buscado en el basurero, donde se mueven, las banderas del antiimperialismo -en realidad antinorteamericanismo, como habría dicho Jean Francois Revel- para oponerse a una intervención que está plenamente justificada por razones humanitarias, precisamente, pues la participación extranjera es la única forma de detener esa orgía de sangre que desencadenó la satrapía Siria desde 2011. La izquierda troglodita se alinea con China y Rusia, opuestas a la intervención militar por razones estrictamente comerciales, financieras y geopolíticas, muy alejadas de las motivaciones humanitarias. China, además, no quiere abrir ni una pequeña rendija que coloque en el tapete la situación del Tíbet, sometido al poder imperial chino desde hace largo tiempo.
Para eso quedó la izquierda cavernícola: para apadrinar autócratas asesinos que tratan de justificar la violación de los derechos humanos y los genocidios en nombre de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, como si en Siria estuviesen enfrentándose dos ejércitos equiparables, como si hubiese algún grado de simetría entre los niños fulminados por los mortíferos gases sarín y los esbirros del gobierno, apertrechados con poderosas armas letales.
No pretendo analizar los detalles de esa conflagración en la que se mezclan elementos religiosos y étnicos de difícil comprensión para quienes no formamos parte de esa cultura. Pero no creo que pasearse por esas circunstancias sea indispensable para tener una comprensión exacta de la monstruosidad cometida por al-Asad. En Siria está consumándose un crimen de lesa humanidad que exige el repudio y la condena de los demócratas del mundo. Este es el punto crucial. No caben medias tintas, ni es aceptable invocar la tesis del multiculturalismo a la que apelan los izquierdistas para hacerles la corte a todos los bárbaros que cometen desmanes en nombre de la diversidad cultural y otras patrañas parecidas.
Entre las grandes conquistas de la Modernidad y de Occidente está la posibilidad que tienen las sociedades de ponerle límites al poder del Estado. El resguardo de los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida, forma parte de esos logros que ningún tirano, movido por el afán de eternizarse en el poder, puede quebrantar impunemente.
El Papa Francisco pide orar y ayunar por la paz en Siria. Su enorme prestigio mundial le confiere autoridad para hacer ese llamado ecuménico. Sin embargo, hay que diferenciar entre el Papa y los farsantes vernáculos que se desentienden de la guerra civil de baja intensidad que existe en el país, se solidarizan con criminales de guerra y mantienen una dictadura milenaria en Cuba.
La izquierda troglodita vive en un mundo incongruente y miserable.
cedice@cedice.org.ve
@cedice
El ataque de al-Asad con gas sarín a una población inerme y que no participa directamente en el conflicto bélico, representa un paso más en la escalada represiva que ese déspota desató desde hace dos años contra los sectores políticos que exigen cambios en un régimen que se ha mantenido petrificado por más de cuatro décadas. Además de las armas químicas al-Asad ha atacado con aviones de combate centros densamente poblados. Su único propósito ha sido eternizarse en el poder sin importarle las cien mil muertes que el enfrentamiento ha causado. Las iniciativas de la ONU y la Liga Árabe para propiciar una salida dialogada que termine con el conflicto, se han estrellado contra la arrogancia de ese autócrata que actúa como un mandatario de la Edad Media, pero que dispone de la tecnología militar del siglo XXI. La crueldad de al-Asad alcanza tales niveles de demencia que Nabil al Arabi, secretario general de la Liga Árabe, ha pedido castigar al régimen de Damasco.
Los tartufos de la izquierda troglodita venezolana, latinoamericana y mundial han buscado en el basurero, donde se mueven, las banderas del antiimperialismo -en realidad antinorteamericanismo, como habría dicho Jean Francois Revel- para oponerse a una intervención que está plenamente justificada por razones humanitarias, precisamente, pues la participación extranjera es la única forma de detener esa orgía de sangre que desencadenó la satrapía Siria desde 2011. La izquierda troglodita se alinea con China y Rusia, opuestas a la intervención militar por razones estrictamente comerciales, financieras y geopolíticas, muy alejadas de las motivaciones humanitarias. China, además, no quiere abrir ni una pequeña rendija que coloque en el tapete la situación del Tíbet, sometido al poder imperial chino desde hace largo tiempo.
Para eso quedó la izquierda cavernícola: para apadrinar autócratas asesinos que tratan de justificar la violación de los derechos humanos y los genocidios en nombre de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, como si en Siria estuviesen enfrentándose dos ejércitos equiparables, como si hubiese algún grado de simetría entre los niños fulminados por los mortíferos gases sarín y los esbirros del gobierno, apertrechados con poderosas armas letales.
No pretendo analizar los detalles de esa conflagración en la que se mezclan elementos religiosos y étnicos de difícil comprensión para quienes no formamos parte de esa cultura. Pero no creo que pasearse por esas circunstancias sea indispensable para tener una comprensión exacta de la monstruosidad cometida por al-Asad. En Siria está consumándose un crimen de lesa humanidad que exige el repudio y la condena de los demócratas del mundo. Este es el punto crucial. No caben medias tintas, ni es aceptable invocar la tesis del multiculturalismo a la que apelan los izquierdistas para hacerles la corte a todos los bárbaros que cometen desmanes en nombre de la diversidad cultural y otras patrañas parecidas.
Entre las grandes conquistas de la Modernidad y de Occidente está la posibilidad que tienen las sociedades de ponerle límites al poder del Estado. El resguardo de los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida, forma parte de esos logros que ningún tirano, movido por el afán de eternizarse en el poder, puede quebrantar impunemente.
El Papa Francisco pide orar y ayunar por la paz en Siria. Su enorme prestigio mundial le confiere autoridad para hacer ese llamado ecuménico. Sin embargo, hay que diferenciar entre el Papa y los farsantes vernáculos que se desentienden de la guerra civil de baja intensidad que existe en el país, se solidarizan con criminales de guerra y mantienen una dictadura milenaria en Cuba.
La izquierda troglodita vive en un mundo incongruente y miserable.
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