martes, 11 de noviembre de 2014

POSCONFLICTO: POCAS  NUECES
Beatriz de Majo
Regresó Juan Manuel Santos de un extenuante periplo por Europa para validar ante los países grandes la gestión pacificadora montada por su gobierno en el escenario en La Habana y para gestionar con países aliados una contribución a los dineros que serán necesarios para materializar dos elementos vitales del posconflicto: la reinserción de los criminales y la reparación de las víctimas.
Un apoyo verbal para la paz de Colombia de parte de quienes fueron sus interlocutores en Francia, España, Gran Bretaña, Bélgica, Portugal era lo menos que debía alcanzar. ¿Cuál jefe de Estado es capaz de no solidarizarse con la paz en un país al que le han masacrado 200.000 de sus ciudadanos en 50 años de batalla cruenta contra la narcoguerrilla terrorista? Meterse la mano en el bolsillo es otra cosa y en ese terreno entran a jugar otras prioridades presupuestarias para los países del Viejo Continente, que están atravesando momentos muy estrechos en lo económico. Se pregunta uno si fue pensado con la cabeza este viaje de búsqueda de apoyo político y de recaudación de fondos –45.000 millones de dólares costará el posconflicto– no solo por lo extemporáneo en cuanto al mal de Europa, sino por la bajísima aceptación que el “proceso Santos” está recibiendo en este preciso instante de parte de la ciudadanía colombiana.
La encuesta Datexco finalizada horas apenas antes de tomar el avión no puede ser más elocuente. No solo los neogranadinos mayoritariamente consideran que el país va mal en muchos sentidos bajo la batuta de Santos, sino que 70% de sus compatriotas sienten que en el terreno económico las cosas están igual o peor, 71% no aprueba su gestión en materia de seguridad, 61% considera negativo su manejo de la relación con la guerrilla y 69% condenan su relación con el paramilitarismo.
Peor que todo lo anterior es que apenas uno de cada tres colombianos aprueba el proceso de paz que lleva su marca y dos de cada tres creen que las FARC no tiene legítimas intenciones de llegar a un acuerdo. Y sobre el tema preciso por el que el presidente se animó a llevar su bandera a Europa, es decir, la reinserción política de los terroristas, 65% de los consultados se manifestó en contra.
Con números tan desfavorables, se pregunta uno si este proceso le está haciendo algún servicio al país o el mismo terminará de ahondar las diferencias entre los vecinos cuando algún género de acuerdo llegue a buen puerto. No se explica de otra manera el giro que ha tomado la representación de la guerrilla, que después de dos años de tratativas tiene el desparpajo de presentarse como un “ejército defensor de los colombianos”. Daría más bien la impresión de que el escenario de La Habana se mantiene vivo más por voluntad presidencial que por acuerdo global de sus administrados. No pareciera que el modelo de paz presidencial tuviera un eco sólido entre sus administrados y de allí la ambigüedad y la tibieza del soporte que trajo de vuelta Santos de parte de los europeos. 
Quizá por ello, las pocas nueces, después de tanto ruido…

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